martes, 20 de agosto de 2019

Es la economía, ¡estúpido!


Por: Hernando Gómez Buendía


La frase se hizo célebre cuando el asesor de Bill Clinton descubrió que los gringos iban a votar con el bolsillo, y no contra la Unión Soviética como lo habían hecho durante muchos años.
Pues en Colombia los políticos siguen empeñados en polarizarnos alrededor de la implementación del Acuerdo de La Habana, o la cadena perpetua para violadores, o la JEP, o la “ideología de género”, o el fantasma del castrochavismo. Pero el problema ya no son las pasiones que sostuvieron al uribismo y originaron la pelea con Santos y la elección del presidente Duque: el problema es de qué vamos a vivir.
Las cuentas son muy sencillas: entre 2006 y 2014 vivimos por cuenta de China, es decir, de la bonanza petrolera y minera que multiplicó por 2,4 el flujo anual de divisas. De eso también vivió el Estado colombiano cuando, además, su participación en el producto nacional pasó del 15 % al 22 %. Esta fue la platica que Uribe se gastó en la guerra con las Farc y en su programa de Familias en Acción. Santos tuvo otros cuatro años (2010-2014) para aumentar los subsidios a los pobres, repartir mermelada e iniciar las hoy interrumpidas carreteras 4G.
Pero la bonanza petrolera se acabó en 2014, y ya llevamos cinco años viviendo de maromas. Una maroma fiscal consistente en las siete reformas tributarias que hizo Santos, más la que Duque hizo el año pasado. Una maroma financiera consistente en disparar la deuda externa o el déficit en cuenta corriente, hasta el 3,8 % del PIB en 2018 y hasta el 4,6 % en este año.
El ministro de Hacienda hace o anuncia otras maniobras, como maquillar la contabilidad, privatizar Ecopetrol o “focalizar” (reducir) los subsidios vía Sisbén, además, por supuesto, de las eternas promesas de “austeridad” y control de la evasión. Lo cierto es que ya le suavizaron la regla fiscal (o sea que no era “regla”) y que vendrán nuevos ajustes, como la reforma pensional que consiste en que usted aporte más y termine jubilándose con menos.
Esas maromas pueden darnos respiración artificial, pero el problema es más hondo: nos quedamos sin motores. Y en lugar de buscar alternativas, los gobiernos agravaron el problema: Uribe y Santos dijeron que “sembrarían” la bonanza energético-minera, pero la plata no se invirtió en activos productivos. Dejaron que la abundancia de divisas abaratara las importaciones y les quitara el mercado a los productos nacionales. Duque vino después a decirnos que la rebaja de impuestos a las empresas crearía más empleos: pues las empresas están disminuyendo los empleos.
La economía colombiana se encuentra al final de una bonanza temporal y muy mal manejada: por eso es tan sensible a las señales de una recesión internacional. Junto con Argentina, Brasil y Sudáfrica, esta misma semana tuvimos el privilegio de las monedas más devaluadas. El déficit fiscal y el externo son los dos síntomas que asustan a los inversionistas, pero debajo está la realidad de que ningún sector puede jalar el crecimiento. Como no sean los dichosos aguacates.
Y fuera de la etérea economía naranja, ningún político tiene ninguna idea de cómo sacarnos del atolladero. Siguen hablando de lo que no toca.
Por eso todos temen, pero nadie sabe para dónde vamos.
* Director de la revista digital Razón Pública.

Reflexiones al tema pensiones

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