domingo, 27 de julio de 2014

Libros, café y risas, recuerdos que nos dejó María Janeth Cardenas

LACRONICADELQINDIO,  Julio 27 de 2014


Janeth promovía los grandes escritores y patrocinaba con sus libros cuanto concurso
literario se hacía en la ciudad.
Por su librería desfilaron escritores de la talla de William Ospina, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Alonso Salazar, Laura Restrepo, Germán Castro Caicedo, Arturo Alape, entre muchos otros.


Conocí a María Janeth Cárdenas, 20 años atrás, cuando administraba la librería Palabras en la carrera 14 con calle 21 y luego en ese mismo punto administró Oveja Negra, que era el selloeditorial de José Vicente Kataraín, su amigo personal y el editor exclusivo de Gabriel García Márquez por varios años, donde se conseguían colecciones completas de los clásicos de la literatura universal, latinoamericana y colombiana.

Conocedora del negocio y de su estructura montó  en 1993 en la carrera 15 con calle 23 su propia librearía, El Quijote, que decoró con exquisito buen gusto,  donde acudíamos los ávidos lectores de la ciudad a  buscar los mejores libros y las más buenas conversaciones. En 1995 fundó al norte de la ciudad frente a la sede de Bavaria el Café libro, llegó el terremoto de 1999 y Janeth debió recoger su librería del centro y recogerse en el  Café libro, una gran casona espaciosa de dos niveles y pisos de madera, donde volvía a ocupar un lugar importante el espacio como centro de conversación, en una ciudad como Armenia, donde las charlas entre amigos transcurren al calor de un humeante pocillo de café.

No duró muchos años allí. Vinieron las obras de construcción del puente sobre la avenida Bolívar y nuevamente su negocio se vio afectado y regresó al centro, donde palpita el corazón de la ciudad

Janeth no quería vender libros nada más, ella deseaba que el acto de comprarlos, fuera también una experiencia de amistad, de calidez y sobre todo de conocimiento. Bajo ese concepto instaló su librería nuevamente en la calle 21 con carrera 14, esta vez con el  mismo nombre de El Quijote, posteriormente y con el ánimo de expandir su negocio, montó un nuevo punto de venta cerca a la universidad del Quindío. Tiempo después debió comprimir su negocio en un nuevo local más pequeño en la carrera 15, enseguida del restaurante Frisby  y luego en un  local del aeropuerto El Edén.

Mientras tanto, por aquellos años, Janeth participaba del Consejo departamental de literatura, promovía los grandes escritores y patrocinaba con sus libros cuanto concurso literario se hacía en la ciudad.
Allí hizo amigos y vendió como ninguna otra los textos de las autoras quindianas Susana Henao, Gloria Cecilia Díaz, Gloria Chávez entre muchos otros. Recuerdo especialmente el homenaje que hizo en su librería al inolvidable Julio Cortázar, donde hubo lecturas, discusión sobre su obra y separadores de libros como regalo para todos los asistentes.

En la mesa oval de su librería, cabíamos perfectamente cómodas una decena de personas,  todas muy diversas que entrabamos a preguntar por libros y espontáneamente nos quedábamos conversando de arte, literatura, política y ciudad.

Jamás se perdió el Encuentro Nacional de Escritores de Calarcá, ni las conferencias de los grandes escritores colombianos que llegaban a la ciudad, firmaban libros  y tomaban café en su librería.

Por allí desfilaron, William Ospina, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Alonso Salazar, Laura Restrepo, Germán Castro Caicedo, Arturo Alape, entre muchos otros.

Pero Janeth tampoco faltaba nunca  a la Feria Internacional del Libro de Bogotá, de donde traía todas las novedades y las que no tenía las encargaba para su lectores. Pasar por su librería era un compromiso con la amistad y con la cultura, estuvo siempre presente en todos los actos culturales de la ciudad, desde el festival de Jazz, el Cuyabrito de Oro, las  conferencia de Antanas Mockus, Piedad Córdoba, Carlos Gaviria y el concierto de María Mulata hasta el desfile del Yipao.

Tenía muy claro que en su librería debían estar los mejores títulos y con ello garantizar que la gente del Quindío accediera al conocimiento y a las ideas que circulan en el mundo, para propiciar espacios de creación.

Con ella no había problemas por la plata, nos brindaba la oportunidad de acceder al crédito y de paso ser sus amigos, algunos para siempre. Con Janeth no se mataba el tiempo, se tenían horas para vivir la vida, salir del aburrimiento, del stress, de las dificultades, leer, sonreír y tomar café.

Amaba a su familia: su esposo Leonardo y sus dos hijas Verónica y Sofía a quienes vi crecer de cerca,  a Verónica le gustaban los siete artes, pero especialmente la música, la pintura y la arquitectura; a  Sofía la tecnología, los libros, el cine, el teatro, la escritura, la música, los animales y la espiritualidad.

Me decía, que estaba satisfecha con los resultados que obtenían en el colegio y soñaba con verlas muy pronto en la vida universitaria.
Al comienzo, la enfermedad no logró rendirla y muchos de sus amigos creíamos que era tan fuerte, que en unos pocos años, el cáncer sería apenas una anécdota del pasado.

La vitalidad se le notaba en la fuerza de la voz, uno podía saber cómo se sentía, la mayoría de las veces, decía que estaba muy bien y que iba con el tratamiento como lo ordenaba el médico.

Nos consta la tenacidad de su lucha y su espíritu emprendedor. Hasta la mitad del año pasado estaba pensando en la posibilidad de montar una librería con alma, quería tener nuevamente un café, esta vez convertido en un lugar para adquirir libros digitales, rodeado de pinturas y de buena música, le gustaban los clásicos, Haendel y Mozart, pero también Emma Chaplin, Edif Piaf y los cantos gregorianos, le encantaban las tostadas con mermelada y mantequilla y el té con leche de la cafetería Lucerna que compartíamos al final del día en las tardes lluviosas de Armenia de abril y de noviembre.

Se esforzaba porque su librería luciera muy bien en Navidad, había tomado cursos de vitrinismo y tenía una imagen gigante de bulto del Niño Jesús en su cuna de madera, que cada diciembre descansaba en una de las mesas accesorias de la librería, envuelto en tules blancos y cintillas doradas.

Recuerdo la alegría que le dio cuando obtuvo el primer premio por el diseño de su vitrina navideña, era un enorme ratón con gorro y bufanda que cobró vida a base de papel y de cartón metido en una  gran biblioteca.

Le encantaban las astromelias, los pompones, los claveles, las rosas, la guadua y el bambú, los gatos japoneses para la suerte y la prosperidad que adornaban la registradora de su negocio y por supuesto su gato negro que además de amigable como la dueña, cuidaba con sigilo la librería y discretamente se ubicaba distante de los clientes para no perturbarlos.

Jamás imaginamos que un lunes radiante de mitad de julio a primera hora del día, Janeth ya no estaría más entre nosotros. Extrañaremos su carácter, su tenacidad, su vivacidad, su emprenderismo y sobre todo la amabilidad de una verdadera amiga sincera y cálida que se nos adelantó en el  pedregoso camino de la vida, cuya muerte se siente, como cuando cae un árbol frondoso de profundas raíces, la llevaremos siempre en nuestro corazón como un dulce recuerdo que pasó por nuestra vida. Gracias eternas por haber sido mi amiga y haberme regalado las mejores horas de  cultura, risas y buenas conversaciones.

1 comentario:

  1. ...MI AMIGA, MI COMPAÑERA, ORIENTADORA Y MOTOR DE DIÁLOGOS LITERARIOS Y ACADÉMICOS, ...YA NO ESTA, PERO ESTA EN LA ETERNIDAD DISFRUTANDO DE LA VIDA AL LADO DE MI DIOS...PAZ PARA ELLA......DIFÍCIL DE OLVIDARLA POR SUS GRATAS ENSEÑANZAS......QUE HOY NOS SIRVEN EN ESTE PROCESO DE FORMACIÓN QUE TODOS LOS DÍAS UNO VA ADQUIRIENDO...GRACIAS YANETH

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