miércoles, 23 de julio de 2014

Editorial: El hambre torpedea el desarrollo

ELTIEMPO.COM,  EDITORIAL,  22 de julio de 2014


Aun cuando Colombia muestra globalmente un descenso de las tasas de desnutrición infantil, las estadísticas indican que en el país coexisten indicadores del primer y del tercer mundo. Y eso es grave.
No se trata de una brecha cualquiera. Mientras en el Valle la tasa de desnutrición crónica es del 5,9 por ciento, Vaupés debe lidiar con una del 43 por ciento.
La desnutrición crónica, un estado irreversible al que se llega tras padecer hambre continua por largo tiempo, no se refleja solamente en talla y peso bajos. Es la que más impacta la salud general y el desarrollo de los niños, principalmente su crecimiento cerebral y, consecuentemente, sus capacidades cognitivas y de aprendizaje.
Además, genera en ellos una condición premórbida que los predispone a procesos infecciosos, como las diarreas y los males respiratorios, que muchas veces llegan a ser mortales. Vale decir que estos fallecimientos pocas veces se cuentan como “muertes por desnutrición”, sino que son registrados con otros nombres.
Esa es la razón por la cual un departamento como La Guajira, afectado por altísimos índices de desnutrición aguda y crónica, registró, según el Dane, entre el 2009 y el 2013, cerca de 280 muertes por esta causa, aun cuando las generadas por diarrea, enfermedad respiratoria y tuberculosis (que están directamente asociadas a tal carencia), triplican ese dato. Otros departamentos que afrontan situaciones similares son Cauca, Amazonas, Guainía y Chocó, donde este flagelo social no es noticia nueva.
Un indicador que pone en evidencia el problema es el de la prevalencia de anemia, que, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS 2010), era del 30 por ciento en niños de 1 a 4 años en todo el país. Aquí también operan las brechas, toda vez que en el Amazonas y el Meta podría ser casi del 49 por ciento.
El panorama es, pues, preocupante. El qué tan bien nutrida está la niñez es un signo incontrovertible del nivel de desarrollo de un país. No hay nada que evidencie y recrudezca más la pobreza que el hambre de su población.
No es posible pensar en proyectarse como una sociedad moderna sin que este problema, que afecta la génesis de los soportes que sustentan el crecimiento económico y cultural del país, se enfrente y resuelva de manera decidida.
De acuerdo con los estudiosos respectivos, una generación desnutrida retrasa dos generaciones el desarrollo social. Por el contrario, y vale recalcarlo y tenerlo en cuenta, cada peso que se invierte en nutrición, particularmente en la niñez, se multiplica varias decenas en menos de veinte años.
Hay que reconocer que en materia de desnutrición aguda (es decir, la que se presenta por una súbita carencia de comida) el país ha avanzado. Afortunadamente, ahora hay más conciencia al respecto, lo cual se refleja en comedores comunitarios, planes de alimentación para los más vulnerables, refrigerios escolares y hasta la misma creación de la Comisión Intersectorial de Seguridad Alimentaria y Nutricional.
Estos esfuerzos no alcanzan, sin embargo, para atajar la desnutrición crónica en zonas apartadas. El país debe redoblar esfuerzos en busca de enfrentar el drama, que tiene un vital ingrediente humano, y decidir cómo atacar sus secuelas. No hacerlo es atentar contra el derecho que tienen esas regiones de sobreponerse a sus dificultades, de proyectarse hacia el futuro y de contribuir al desarrollo del país.
EDITORIAL

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