sábado, 22 de septiembre de 2018

La enfermedad de lucro


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Además de leyes y normas, necesitamos educar éticamente a las generaciones que han de sucedernos.

Yo fui uno de los abstencionistas en la cacareada consulta contra la corrupción, no por estar a favor de esta, sino por estar en desacuerdo con el mecanismo propuesto para combatirla. Si se hubiera alcanzado el umbral que era necesario para convertir en leyes los puntos de la consulta, solo se habría enriquecido el cúmulo de normas existentes encaminadas a ponerles coto al soborno, fraude, o robo a las arcas del Estado, sin solucionar el problema de fondo. Decía don Baldomero Sanín Cano que las leyes que se promulgan y no se cumplen ejercen sobre la conciencia de los gobernados el mismo efecto deletéreo que producen los ácidos sobre algunos metales.
Para el exministro Alejandro Gaviria, la corrupción es un síntoma de los problemas que afectan el funcionamiento del Estado, y, por lo tanto, abogar por una regeneración moral a través de una supuesta revolución ética es equivocar su tratamiento. Por su parte, Juan Lozano considera que “más allá de la consulta anticorrupción, debemos procurar la siembra metódica de los principios fundamentales del recto proceder en todos los niños y jóvenes de Colombia”. Entre las dos tesis, me quedo con la segunda. Veamos por qué.

El dinero es la médula, el sustrato de toda acción corrupta. Pero para que pueda configurarse esta es necesaria la intervención de sujetos inmorales, carentes de principios éticos. El dinero se ha considerado una especie de llave mágica que otorga poder y abre todas las puertas. Es tan efectiva que es capaz de abrir la puerta de las conciencias. Por fortuna, no todas las conciencias son proclives a ser abiertas por esa llave. Las que se abren es porque sus dueños están enfermos. Padecen de ‘codiciopatía’ o ‘enfermedad de lucro’, de etiología polimorfa, con compromiso cerebral; vale decir que es un padecimiento mental por disfunción biológica, que repercute en la conciencia. A unos los inspira a sobornar y a otros, a ceder a las propuestas corruptas.

Para que los juicios que adelantamos puedan ser correctos es necesario que estén sustentados en principios y valores éticos, susceptibles de ser enseñados y aprendidos.

Sí, repercute en la conciencia, sitio recóndito donde se adelanta el proceso de discernimiento sobre la bondad o maldad de nuestros actos. A ese refugio le dieron el nombre de éthos los filósofos griegos de la Antigüedad. 

Al pasar al latín, esa palabra se trocó en mor-mores, que significa conducta, costumbre. Es explicable que en la práctica, ética y moral se manejen de manera ambivalente. Sin embargo, en sentido estricto, ética es la forma como pensamos y moral, la forma como actuamos. Si pensamos rectamente, nuestros actos van a ser moralmente buenos. Por el contrario, si pensamos malintencionadamente, van a ser inmorales. 

El pensar ético –es decir, correcto– es producto de dos ingredientes: uno, el que aporta la conciencia, también llamado “moral subjetiva” y otro, el que aportan las disposiciones dictadas por la sociedad para defender los intereses de sus asociados (leyes, códigos, normas, etc.), llamado “moral objetiva”.

Aceptando que nuestra conciencia tiene que ver con nuestra inteligencia, con nuestro cerebro, ha de aceptarse también que si educamos rectamente nuestra inteligencia, educamos también nuestra conciencia en pro de la rectitud.

Para que los juicios que adelantamos puedan ser correctos es necesario que estén sustentados en principios y valores éticos, susceptibles de ser enseñados y aprendidos. Cuanto más temprano se enseñen, más fácilmente serán aprendidos. 

Por eso hay que pensar en el hogar, en la escuela, en el colegio y aun en la universidad. Quien posea una buena moral subjetiva –es decir, una correcta formación ética– se hará invulnerable a las tentaciones del afán de lucro, de la codicia. 

Es la mejor vacuna contra el soborno y delitos afines. Además de leyes y normas, necesitamos educar éticamente a las generaciones que han de sucedernos. Solo entonces podrá erradicarse de verdad la corrupción en todas sus modalidades.

FERNANDO SÁNCHEZ TORRES



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