POR: REFLEXIONES PARA EL ALMA
¿Has sido alguna vez acusado sin misericordia, como Susana en Daniel 13? Sea la acusación verdadera o falsa, nos sentimos terriblemente anulados, especialmente si viene sin compasión. Aún cuando no hayamos hecho nada malo, necesitamos una actitud de misericordia de parte de nuestros acusadores para que la herida no sea más profunda.
Sentir remordimiento por un pecado verdadero no hace que sea más fácil soportar las reacciones hirientes de los demás. Dado que naturalmente queremos aparecer buenos a los ojos de los demás, especialmente cuando nos tratan sin misericordia, nos defendemos y tratamos de minimizar nuestros pecados.
Esto sucede porque estamos tratando de protegernos de la vergüenza. La culpa es la conciencia honesta de que hemos pecado, lo que nos conduce al remordimiento, que nos conduce a la sanación. La vergüenza es diferente. La vergüenza nos menosprecia y nos causa profundas heridas.
Sólo la misericordia puede protegernos de la vergüenza. La misericordia confirma nuestra valía. Sin ella, tratamos de sacarnos la vergüenza manipulando a las personas haciendo que les agrademos y que nos aprueben y reafirmen.Cuanto más pecamos, más nos desesperamos para que otros nos aprueben. Y, cuanto más nos desesperamos, menos remordimiento sentimos por lo que hemos hecho mal, porque el remordimiento incluye el sentimiento de que merecemos la desaprobación.
Para sanar las heridas de la vergüenza, debemos darnos cuenta que nuestro deseo de arrepentimiento y de recibir perdón nos ha abierto a la misericordia de Dios y que Su opinión de nosotros (la de Dios) es lo que más importa.
Cuando somos acusados falsamente, estamos a merced de otros que nos han rechazado. Si sus opiniones nos importan, quedamos hambrientos de reafirmación. Nos defendemos a nosotros mismos y ofendemos a aquellos que nos han acusado. Convertimos nuestra inocencia en egoísmo, orgullo y otros comportamientos poco amorosos. Para sanar ésta herida debemos saber que somos abrazados por la misericordia de Dios.
Nadie puede valorarnos como Dios. Sólo Él sabe qué hay en nuestros corazones. Sólo Él nos ama totalmente, sin importar lo que hagamos.En Él no hay vergüenza; ha borrado nuestra culpa con la sangre de Cristo en la cruz. Cuando comprendemos la fidelidad de la misericordia de Dios, somos liberados de la necesidad auto protectora de ser valorado por las personas.
La vergüenza es dañina, pero la culpa es redentora. La culpa sin vergüenza nos mueve a arrepentirnos. El arrepentimiento nos purifica y nos ayuda a crecer en santidad. La santidad extiende la misericordia de Dios hacia aquellos que nos rodean. En santidad, invitamos a otros a reconocer su propia culpa sin avergonzarlos. Al recibir misericordia, damos misericordia, y así el mundo se convierte en un lugar mejor.
Esto sucede porque estamos tratando de protegernos de la vergüenza. La culpa es la conciencia honesta de que hemos pecado, lo que nos conduce al remordimiento, que nos conduce a la sanación. La vergüenza es diferente. La vergüenza nos menosprecia y nos causa profundas heridas.
Sólo la misericordia puede protegernos de la vergüenza. La misericordia confirma nuestra valía. Sin ella, tratamos de sacarnos la vergüenza manipulando a las personas haciendo que les agrademos y que nos aprueben y reafirmen.Cuanto más pecamos, más nos desesperamos para que otros nos aprueben. Y, cuanto más nos desesperamos, menos remordimiento sentimos por lo que hemos hecho mal, porque el remordimiento incluye el sentimiento de que merecemos la desaprobación.
Para sanar las heridas de la vergüenza, debemos darnos cuenta que nuestro deseo de arrepentimiento y de recibir perdón nos ha abierto a la misericordia de Dios y que Su opinión de nosotros (la de Dios) es lo que más importa.
Cuando somos acusados falsamente, estamos a merced de otros que nos han rechazado. Si sus opiniones nos importan, quedamos hambrientos de reafirmación. Nos defendemos a nosotros mismos y ofendemos a aquellos que nos han acusado. Convertimos nuestra inocencia en egoísmo, orgullo y otros comportamientos poco amorosos. Para sanar ésta herida debemos saber que somos abrazados por la misericordia de Dios.
Nadie puede valorarnos como Dios. Sólo Él sabe qué hay en nuestros corazones. Sólo Él nos ama totalmente, sin importar lo que hagamos.En Él no hay vergüenza; ha borrado nuestra culpa con la sangre de Cristo en la cruz. Cuando comprendemos la fidelidad de la misericordia de Dios, somos liberados de la necesidad auto protectora de ser valorado por las personas.
La vergüenza es dañina, pero la culpa es redentora. La culpa sin vergüenza nos mueve a arrepentirnos. El arrepentimiento nos purifica y nos ayuda a crecer en santidad. La santidad extiende la misericordia de Dios hacia aquellos que nos rodean. En santidad, invitamos a otros a reconocer su propia culpa sin avergonzarlos. Al recibir misericordia, damos misericordia, y así el mundo se convierte en un lugar mejor.
Reflexiones de las Buenas Nuevas
Lunes de la Quinta Semana de Cuaresma
Abril 7, 2014
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