ELTIEMPO.COM, Por: GABRIEL SILVA LUJáN, 03 de Noviembre del 2013
Gabriel Silva Luján
Aun cuando se sabía qué era lo que iba a pasar, los precandidatos desfilaron presentando examen de lealtad y dando su palabra de que nunca "traicionarían" al Patrón.
Todo lo ocurrido con el Uribe Centro Democrático en las últimas semanas recuerda a la serie El patrón del mal, que relata la vida y obra de Pablo Escobar Gaviria, primo hermano de José Obdulio, estratega del hoy candidato –en cuerpo ajeno– Álvaro Uribe Vélez.
Empecemos por el tema de las reglas de juego que supuestamente se habían acordado para definir quién sería el candidato de dicho movimiento. De una competencia abierta y democrática, en la que el electorado afecto al uribismo podría escoger entre los precandidatos, se pasó, de la noche a la mañana, al sistema, cerrado y oscuro, de una convención organizada a las patadas. ¿Quién dio la orden? Pues el Patrón.
En ese espectáculo deplorable –por más esfuerzo que se hizo para disfrazar la verdad– quedó en evidencia que el Uribe Centro Democrático ni es de centro ni es democrático. La única cosa que importa es lo que decida Uribe. La razón real de lo que pasó es que el expresidente no podía darse el lujo de llegar al escenario de Santos vs. Santos. El riesgo de esperar hasta allá era demasiado grande. El objetivo de impedir la elección del actual presidente en la primera vuelta –que es el diseño electoral del uribismo– se hubiera frustrado y además se le abría demasiado espacio a una tercería.
La convención uribista nos recordó que, como en el caso de Pablo Escobar, quien no jure fidelidad es hombre “muerto”. Las palabras que se usaron son del mismo calibre de las que imperan en los códigos de la mafia. Hubo una emulación no de ideas sino de servilismos. Aun cuando se sabía de antemano qué era lo que iba a pasar, los precandidatos desfilaron presentando examen de lealtad y dando su palabra de que nunca “traicionarían” al Patrón.
Óscar Iván, como un lorito, anda ya repitiendo el mantra del Patrón. Sin percatarse de que Uribe, debajo de la manga, tiene un comodín por si las cosas no le salen bien o si logra convencer a Luis Alberto Moreno o al general Naranjo de que acepten sus insistentes esfuerzos de seducción. Como van las cosas hoy, la probabilidad de que Zuluaga, que es un buen candidato, no llegue a la recta final es bastante alta.
Si se mira el proceso de selección de la lista al Senado del uribismo, nada puede ser más autoritario que eso. El equipo con el que quiere llegar Uribe al Senado –quien además todavía no contesta si realmente va a ocupar la curul o es solo un truco para conseguir votos– es una banda de áulicos que se distinguen por tener nexos con los uribistas ‘purasangre’ –como de hecho se llaman a sí mismos– y por hacer juramentos de castidad uribista hasta la muerte. Son la guardia pretoriana del Patrón.
El último episodio de egolatría y de la actitud mafiosa es pretender que la foto de Uribe sea el símbolo del partido. Es lo más parecido al nazismo y el fascismo, donde el dictador siempre manda y solo él puede erigirse como representante incuestionado de sus huestes. El Patrón cree que su cara es lo que importa, y sus borregos aceptan la humillación de que nada de lo que son o pueden aportar sea relevante. Solo existe el caudillo.
Afortunadamente, la gente no es boba y, por más que intenten darle visos de legitimidad al dedazo de Uribe, es evidente lo que le pasaría al país si llegase a ser elegido Uribe en cuerpo ajeno. Nos espera un país a merced de lo que decida el Patrón. Y eso desembocaría en una nueva guerra civil.
Díctum. Si queremos tener un país en paz, hay que arrancar con la redención social de la Costa Pacífica. Doscientos años de abandono son demasiado.
Gabriel Silva Luján
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