domingo, 11 de mayo de 2014

Jóvenes de 65 años...

Por: Guillermo Perry,  10 de mayo de 2014

Guillermo Perry

Debemos cambiar la ley que induce retiros a los 65 años.

En las novelas del siglo XVIII un anciano era alguien que contaba con más de 50 años. Cuando se instituyó nuestro sistema pensional, la tercera edad comenzaba a los 60 años. Una bella canción de los Beatles (When I’m 64) se preguntaba si los seguirían queriendo a los 64 años. Hoy, los que tenemos entre 65 y 75 años estamos en el pico de nuestra capacidad productiva, especialmente si nos dedicamos a un trabajo de corte técnico o intelectual, como lo demuestran estudios científicos recientes. No soñamos con retirarnos, sino que seguimos trabajando con entusiasmo y éxito, y con frecuencia más que antes. Nos siguen queriendo, y a veces más que ayer, así las muchachas más jóvenes ya no nos miren mucho, lo que no importa porque ya no nos interesan tanto. Muchos aún practicamos deportes intensos o extremos, aunque reconozcamos que no somos ya tan rápidos, o aguantamos tanto, como cuando teníamos 30 años.
Siempre se ha dicho que joven es alguien de la misma edad o menor que uno. Solo que ahora esto es crecientemente cierto, gracias a los avances de la ciencia médica y al hecho de que llevamos vidas más sanas (más deporte y aire libre, menos tabaco y alcohol) y comemos mejor: más frutas y verduras, menos fritangas, carnes rojas y harinas. La esperanza de vida al nacer (la edad promedio alcanzada en cada generación) ha aumentado exponencialmente desde los 30 años en el siglo XVII hasta cerca de 75 años hoy. Y seguirá aumentando. Y eso sucede por igual en los países ricos y pobres, siempre y cuando no sobrevenga una epidemia incurable, como sucedió en parte del África subsahariana con el sida.
Por todo ello, no solamente es estúpido, sino injusto e inconveniente, mantener la edad de retiro en apenas 65 años para los hombres y, peor aún, en 60 para las mujeres. Las y los jóvenes de esa edad debemos sublevarnos y exigir del Congreso que cambie esa ley obsoleta y disponga que la edad de retiro se irá ajustando por decreto con los cambios de la esperanza de vida al nacer, como han hecho ya varios países más civilizados que el nuestro.
Así se evitarían los dramas humanos del retiro forzado o prematuro, pues el sector público, las empresas y hasta las universidades obligan a retirarse a personas en el pico de su productividad, siguiendo esta legislación absurda. Además, aumentaría la tasa de crecimiento económico, pues la economía no se perdería el aporte productivo de un porcentaje creciente de trabajadores. Y evitaríamos la bomba fiscal en la que se está convirtiendo nuestro arcaico sistema pensional.
De paso, acabaríamos con esa odiosa discriminación de género que obliga a las mujeres a retirarse antes que los hombres, cuando son más longevas y más productivas en su segunda y tercera juventud que sus compañeros del otro sexo. Una tesis de grado reciente demostró cómo esta bien intencionada norma ha causado un enorme perjuicio a las mujeres. Las feministas deberían tomar cartas en el asunto.
Por supuesto que esta no es la única reforma que requiere nuestro sistema pensional. Hay que acabar del todo los privilegios y ‘carruseles’ pensionales. Y, sobre todo, encontrar fórmulas para universalizar gradualmente el sistema, pues hoy la mayoría de los que más la necesitan no reciben pensión alguna, ni están cotizando. Universalizar el sistema costaría bastante, pues habría que subsidiar a quienes devengan ingresos bajos, como está haciendo Chile. Pero habría cómo financiar ese costo con los ahorros que se obtendrían al extender y flexibilizar la edad de retiro y al acabar con los privilegios remanentes.
¡Y que vivan las jóvenes y los jóvenes de 65 años!
PS1: Debo lamentar que otro joven de 68, muy productivo, Daniel Samper, condiscípulo y amigo desde la infancia, haya decidido colgar el lápiz.
PS2: Campañas de Santos y Zuluaga: ¡más debate y menos guerra sucia!
GUILLERMO PERRY

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