jueves, 16 de octubre de 2014

¿Qué le está pasando a la política?

Moisés Naím 12 de octubre de 2014




Moises Naim

La corrupción, la desigualdad económica o la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo son solo tres ejemplos de las preocupaciones que se han vuelto comunes y más globales.
“Toda la política es local.” Esta afirmación del congresista estadounidense Tip O’Neill sintetiza el hecho de que, con frecuencia, lo que más interesa a los votantes es que los políticos les alivien sus problemas más inmediatos.
Desde hace un tiempo, sin embargo, la política local se ha globalizado. Ahora, las expectativas muy locales se combinan con ansiedades, desencantos y furias que trascienden los problemas locales. La corrupción, la desigualdad económica o la incapacidad de los políticos para ponerse de acuerdo son solo tres ejemplos de las preocupaciones que se han vuelto comunes y más globales.
Sorprende ver cómo en países con problemas tan diferentes como India, Reino Unido, Indonesia, Francia, Sudáfrica, Brasil o Hungría, la conversación nacional es muy parecida y cómo propuestas y personalidades políticas que eran marginales hoy son centrales. Y cómo, en todas partes, las grandes maquinarias políticas de siempre están a la defensiva frente a votantes indignados y a los embates de nuevas organizaciones y “movimientos” que los desafían. El ejemplo más reciente nos llega de Hong Kong.
La antipolítica
“¡Que se vayan todos!” es un deseo vehementemente expresado en las manifestaciones que periódicamente brotan en las calles de Buenos Aires, Roma, Lagos y Washington. Pocos creen en la honestidad o el altruismo de los políticos y los partidos ya no son el hogar natural de los idealistas. No obstante, aun hay países –por ejemplo, EE. UU., Alemania, Brasil, Corea del Sur, México, Japón– en los cuales las maquinarias políticas tradicionales aún tienen mucho poder. Pero el caso de Italia o de Venezuela, donde poderosos partidos históricos fueron borrados del mapa, es aleccionador: sin llegar a estos extremos, en muchos países los partidos están enfrentando nuevos y sorprendentes contendores.
El populismo
Este es uno los antídotos que partidos y líderes políticos utilizan para protegerse de la antipolítica. Motivar a los electores enalteciendo las virtudes del pueblo y denunciando las élites corruptas y depredadoras que causan las vicisitudes de la sufrida nación es una estrategia muy antigua. Y funciona. Rindió grandes dividendos políticos a los coroneles Perón, Chávez y Putin, por ejemplo. Sus prácticas son conocidas: prometerle al pueblo lo que a este le gusta oír aunque sea imposible o irresponsable cumplir esas promesas. Y los resultados son conocidos: alta popularidad temporal del caudillo y daños permanentes a la economía del país. Y la creación de una nueva élite tanto o más corrupta que la anterior.
El nacionalismo
Azuzar las pasiones nacionalistas también da resultados. El 87 por ciento de popularidad de Putin se debe a que no se limitó a dar discursos sobre la necesidad de recuperar la grandeza de Rusia, sino que invadió Crimea y amenaza con tomarse el este de Ucrania. Acusar al enemigo externo de los males del país siempre da resultados. Para los virtuosos del nacionalismo, los enemigos externos no son solo otros países y sus ejércitos. También son los inmigrantes ilegales o los trabajadores asiáticos cuyos bajos salarios destruyen buenos empleos en Europa o EE. UU. Esta narrativa política también se ha globalizado.
¿Por qué?
El desempleo y la caída de los ingresos y la movilidad social de las mayorías son fuente de grandes frustraciones populares en los países más ricos. La incapacidad del Estado para satisfacer las crecientes demandas de servicios públicos agita los ánimos de las nuevas clases medias en los países emergentes. La globalización es percibida como una amenaza. La corrupción, trucos, mentiras e hipocresía de los poderosos son ahora más difíciles de ocultar gracias a las nuevas tecnologías de comunicación e información. Las injusticias y la desigualdad son más visibles. La competencia política no se basa en contrastar ideas, sino en destruir la reputación del contrincante. La polarización del debate político, la crispación y la dificultad de los líderes políticos para llegar a acuerdos sobre las decisiones que el país necesita nutren la alienación política de la gente.
Mientras las sociedades están en efervescencia, gobiernos paralizados y partidos políticos estancados siguen sin dar respuestas creíbles a las nuevas demandas de una sociedad que está cambiando a una velocidad inalcanzable para quienes operan con ideas del pasado.
Moisés Naím
Twitter @moisesnaim

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