La Tercera Vía constituye un buen camino para el posconflicto y se asienta en la Constitución de 1991.
Los principios de la Tercera Vía, tan promocionada con el conversatorio presidencial en Cartagena, constituirían una guía apropiada para el posconflicto. Una democracia profunda y participativa, una economía de mercado competitiva y dinámica y una política social vigorosa y redistributiva garantizarían la construcción de una sociedad más equitativa y más desarrollada. Pero no es cierto que la Tercera Vía sea algo novedoso, ni es conveniente presentarla como tal, puesto que viene siendo aplicada con mucho éxito en medio mundo desde hace medio siglo.
En efecto, el grueso de la izquierda europea se convirtió a la Tercera Vía después de experimentar los horrores del fascismo. Los viejos partidos socialistas, que querían estatizarlo todo y que desconfiaban de la democracia burguesa, se convirtieron en partidos socialdemócratas en la posguerra y construyeron las democracias profundas, las economías eficientes de mercado y los Estados de bienestar que caracterizan a buena parte de la Europa contemporánea. Los más exitosos fueron los escandinavos y los alemanes. Pero los avances fueron también notables en el resto de la Unión Europea, incluyendo la Inglaterra de Tony Blair y la España de Felipe González. En EE. UU., la tarea quedó a medio hacer, pues la construcción del Estado de bienestar que inició Roosevelt fue en parte revertida por los republicanos, y ni Clinton ni Obama han logrado avanzar tanto como lo hubiesen deseado.
Buena parte de la izquierda latinoamericana siguió luego esta evolución del socialismo europeo. El primer converso fue el socialismo chileno, con Ricardo Lagos, después del desastre de Allende y el horror de Pinochet. Junto con una democracia cristiana remozada, construyó el Chile actual, con su democracia madura, la economía de mercado más exitosa de América Latina y grandes avances sociales. Chile dejo atrás a Argentina y Uruguay en cobertura y calidad de educación, tiene los menores índices de informalidad en la región y derrotó la extrema pobreza, a través del programa Chile Solidario. Hoy la Concertación ha vuelto al poder, con Bachelet, para continuar la tarea. Al socialismo chileno lo siguieron el Frente Amplio de Uruguay, con Tabaré Vázquez y Mujica, y el Partido Comunista de Brasil, con Lula. En ambos casos ha habido avances sociales importantes. El Salvador, con Funes, y Nicaragua, con Ortega, siguieron también este camino, superados sus conflictos internos. En otras regiones ha pasado lo mismo. Es notable el viraje que dio el Partido del Congreso en India desde 1991, al adoptar con enorme éxito los principios de la economía de mercado, sin abjurar de sus objetivos sociales.
La Constituyente de 1991 siguió estos mismos principios. Por eso tenemos hoy una Constitución que facilita la participación democrática a través de varios mecanismos, infortunadamente poco usados; que protege los derechos ciudadanos, individuales y colectivos, a través de la tutela y la acción popular; que otorgó prioridad al gasto social y que, en lo económico, optó por el principio de “tanto mercado como sea posible y tanta intervención como sea necesaria”.
Los constituyentes nos alejamos así a conciencia tanto del neoliberalismo como del estatismo. Pensamos que Estado y mercado se pueden y deben reforzar y complementar, a diferencia de la vieja derecha y de la vieja izquierda, que creen que Estado y mercado son necesariamente antagónicos.
Si desarrolláramos plenamente la Constitución de 1991, estaríamos construyendo una democracia más limpia y profunda, una economía de mercado más competitiva y dinámica y una sociedad con verdadera igualdad de oportunidades. Es la tarea que nos propone la Tercera Vía. Y es el país que deberíamos construir en el posconflicto.
Guillermo Perry
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