Pasada la temporada mundialista, entramos de lleno en la etapa de la gabinetología.
Cada día entran y salen nombres nuevos en el sonajero ministerial, y la gran incógnita es sobre cómo quedará integrado el nuevo gabinete, cuántos ministros se quedan y quiénes serán las caras nuevas, su perfil, su representatividad política y/o regional, pero sobre todo su idoneidad. Aunque parece inevitable la repartija de cuotas entre las fuerzas que lo reeligieron, el presidente Santos, deberá tener muy presente que su triunfo no fue pan comido, que no fue propiamente por obra y gracia de su buena imagen y buen gobierno, sino que lo debe en gran parte a las fuerzas de izquierda e independientes que apoyan la agenda de paz.
Con esas fuerzas —y no solo con los partidos de la Unidad Nacional—, tiene compromisos. Por eso tendrán puestas las antenas sobre las acciones del Gobierno, le pedirán cuentas y lo presionarán para que, haya o no acuerdo con las guerrillas, cumpla con las promesas de campaña, aun si tiene que pisar callos y suprimir privilegios a los beneficiados de siempre. Esto supone hacer cambios de fondo para achicar la brecha entre la ciudad y el campo, donde vive el 30% de la población y el conflicto está vivo, entre otras razones, porque subsisten complejos problemas asociados a la precariedad de los derechos de propiedad —y en general de todos los derechos—, a la falta o escasez de bienes públicos, a la corrupción, a la débil institucionalidad, a la crónica inequidad.
Difícil la tiene el presidente Santos, que además debe culminar tareas pendientes y demostrar que aprendió la lección: que hay que ofrecer menos y hacer más, dejar la ambigüedad y jugarse a fondo. La reelección ya no está en el horizonte. Si quiere recuperar la confianza de los colombianos, con la conformación de su nuevo gabinete, Santos debe responder a las expectativas creadas y a la promesa de campaña de “corregir, cambiar y reformar” lo que sea necesario para construir un país moderno, menos desigual y más justo.
El reto es demostrar que es capaz de armar un equipo en función de las ambiciosas metas que trazó en la campaña para los difrentes sectores —educación, salud, vivienda, justicia, infraestructura…— y de los compromisos que adquirió a raíz de los paros agrarios en materia de desarrrollo rural. Y eso requiere audacia y voluntad firme.
Tal vez con altas dosis de ingenuidad, muchos esperamos que Santos arme su nuevo equipo con criterios más sofisticados que el de la mera representación política; que tenga en cuenta, sobre todo, condiciones de liderazgo, conocimiento del sector a cargo y compromiso con la paz. La esperanza es que nombre ministros que estén conectados y conozcan la realidad y necesidades de las regiones, que lideren las políticas y programas del sector con las autoridades regionales y en función de la gente. Ministros que hagan realidad el discurso de que la paz se construye en y desde las regiones, pues como bien dice el consejero de paz Sergio Jaramillo, “el modelo centralista se quedó sin aire”. Ministros de Estado, más que gerentes (para ejecutar los ‘vices’, que deberían ser escogidos con perfil técnico), y por ningún motivo agentes de intereses politiqueros.
Como timonel de un barco que tendrá que navegar por aguas procelosas y con fuertes vientos en contra del Centro Democrático, del Polo y tal vez de los azules si no quedan satisfechos con la tajada de ponqué que les asigne, el presidente tiene una segunda oportunidad de pasar a la historia como un reformador y no como un presidente más. Como uno del montón. Es su decision.
María Elvira Samper | Elespectador.com
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