Un capítulo de lo que nos puede pasar si no ponemos en marcha un programa integral para preservar el ecosistema, frenar la tala indiscriminada, el tráfico de maderas y la contaminación de los ríos.
Algunas escenas de la actual realidad colombiana parecen sacadas del más lejano y olvidado desierto africano: miles de animales muertos en medio de la tierra agrietada, cultivos calcinados por el sol, seres humanos que cargan a lomo de burro o en sus propios hombros, y por largas distancias, un poco de agua dulce para mitigar la sed, así sea de pozos o reservorios contaminados.
Parece un contrasentido que eso esté pasando en una de las principales potencias hídricas del mundo, bañada por cinco vertientes y con la más variada biodiversidad. Pero está ocurriendo y algo se debe hacer a corto, mediano y largo plazos, más allá del plan coyuntural impuesto por la llegada del fenómeno del Niño, cuya mayor crudeza se sentirá a partir de octubre.
Es decir, el drama por la sed que se vive en los Llanos Orientales y en la Costa hasta ahora comienza y seguirá poniendo al descubierto flagelos como el que esta semana reveló la Defensoría del Pueblo, al señalar que en la sola Guajira hay más de 37.000 niños sufriendo los rigores del intenso verano, quienes padecen altos grados de desnutrición.
La realidad es que estamos asistiendo a un pequeño capítulo de lo que nos puede pasar en el futuro inmediato si no ponemos en marcha un programa integral para preservar lo que nos queda de ecosistema y frenar la tala indiscriminada de árboles, el tráfico ilegal de maderas y la contaminación de nuestros ríos. Y eso debe incluir una legislación más severa para castigar los delitos contra la naturaleza.
Las cifras son más que preocupantes. Según el Ministerio de Ambiente, entre 1990 y el 2010 la pérdida total de bosque natural superó los 6,2 millones de hectáreas, lo que equivale a un poco más del 5 por ciento de la superficie del país.
En tan solo 50 años, la sola ganadería pasó de usar 14 millones de hectáreas en potreros a 38 millones. Y en el último año, ese mismo Ministerio detectó ocho nuevos focos de deforestación en el país.
A eso se suma el fenómeno del narcotráfico, que ha resultado letal para nuestro medioambiente. Un reciente estudio de la Policía Antinarcóticos estima que entre 1998 y el 2012 se deforestaron con este fin más de 600.000 hectáreas de bosque, es decir, cerca de 40.000 anuales, para una media diaria de 110.
El terrorismo y la minería ilegal han puesto su parte para contribuir a contaminar desde quebradas hasta grandes ríos, lugar a donde va a parar el 95 por ciento de las aguas negras y los desechos industriales, sin tratamiento previo alguno.
El uso de herbicidas también contribuye a erosionar nuestra tierra. De las 350 empresas importadoras registradas ante el ICA, 32 comercializaron en un solo año 22 millones de kilos y 38 millones de litros de plaguicidas.
Al contrario de lo que se cree, la mayoría del glifosato no se usa para erradicar narcocultivos, sino en agricultura comercial. De los 9 millones de litros comercializados en un año, el 89 por ciento se usó en cultivos legales.
Descontaminar es muy costoso y necesita tiempo. Recuperar el solo río Bogotá costará más de 6 billones de pesos, pero es fundamental hacerlo y tiene que ser la punta de lanza de un macroproyecto nacional. Sin embargo, es nuestra conducta responsable con el medioambiente lo que más contribuirá a superar el desafío.
Descontaminar es muy costoso y necesita tiempo. Recuperar el solo río Bogotá costará más de 6 billones de pesos, pero es fundamental hacerlo y tiene que ser la punta de lanza de un macroproyecto nacional. Sin embargo, es nuestra conducta responsable con el medioambiente lo que más contribuirá a superar el desafío.
El actual fenómeno del Niño y sus dantescas escenas de desolación y muerte son otro campanazo de alerta de una tragedia mayor, que nos obliga también a luchar contra la corrupción.
General Óscar Naranjo
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