La oposición podría ofrecer alternativas de solución de los problemas del país y enriquecer los debates sobre proyectos de gran importancia. O puede convertir el parlamento en una gallera de grandes egos enfrentados.
La Selección levantó un ciclón de alegría y entusiasmo. El nuevo Congreso, que inicia labores, despierta una confusa mezcla de inciertas esperanzas y seguros temores. La oposición podría ofrecer interesantes alternativas de solución para los problemas del país y enriquecer los debates sobre proyectos de gran importancia. O puede convertir el parlamento en una gallera de grandes egos enfrentados, que divida de nuevo a esa misma nación a la que una veintena de jóvenes unió gracias a su espíritu de equipo, juego limpio, entrega y profesionalismo. ¿Serán capaces los “padres” y “madres” de la patria de emular a esos muchachos?
La unanimidad no es buena. Durante el gobierno que concluye, hicieron falta verdaderas alternativas, mayor iniciativa de los congresistas y un mejor debate de los proyectos gubernamentales. La presencia de una fuerte oposición no garantiza algo mejor, pero sí ofrece la posibilidad de lograrlo. Sobre todo, si se trata de partidos alternativos, que ejerzan control político y propongan soluciones diferentes.
Un desastre sería que la oposición actuara como un bloque de francotiradores dedicados a obstruir y paralizar la gestión del Gobierno. Desde fuera del Congreso, Álvaro Uribe trató de embrollar por todos los medios la pasada gestión gubernamental con falacias como la del ‘castrochavismo’ o, peor aún, con la subversiva tarea de indisponer a las Fuerzas Armadas con el presidente Santos y las negociaciones de La Habana. Ojalá los parlamentarios uribistas cambien radicalmente de actitud y asuman su papel con responsabilidad. Quizás les convenga tomar conciencia del actual ‘estado de opinión’. Las últimas encuestas muestran cómo sube la imagen negativa del expresidente mientras crece la imagen favorable del Presidente y el número de colombianos que creen posible llegar al fin del conflicto armado.
Otro tanto es de esperar de los partidos de izquierda, que deben aprovechar el parlamento para abrirle al país caminos de futuro más que para saldar cuentas con Uribe. Esa labor deben confiarla a la justicia, en cuya reforma tendrían que empeñarse hasta desmontar los ‘carruseles’ y la corrupción que carcomen a las cortes y los órganos de control. Hay otros muchos temas cruciales que demandan su dedicación: los acuerdos finales con las guerrillas, la reparación de las víctimas, las tareas del posconflicto y, sobre todo, la construcción de la paz con reformas imprescindibles –agraria, educativa, de drogas y salud– que conduzcan a un país más equitativo. Sobre sus hombros recae, además, la responsabilidad de proponer sólidos proyectos de desarrollo, alternativos al extractivismo y al esquema neoliberal de la Tercera Vía santista, que carece de una gran apuesta social, ambiental o en innovación.
En política exterior, el Legislativo no suele tener papeles de importancia, fuera de ratificar acuerdos o dar facultades al Ejecutivo. No debate la orientación internacional, y las comisiones segundas, encargadas de estos asuntos, reducen su labor a recibir informes de una Comisión Asesora ya muerta. Claro, lo que haga el Congreso en este campo también dependerá de si Santos ejerce un liderazgo transformador con su agenda legislativa, o se dedica a repartir contratos y puestos diplomáticos para mantener la mayoría en ambas cámaras. Urge un pacto de los congresistas y el Ejecutivo para no usar la diplomacia como un turbio mecanismo de politiquería interna y permitir que una Cancillería profesional ayude al país a afrontar los desafíos de una positiva inserción global; un pacto que permita contar con un Congreso, no con una maraña de parlamentarios atados por puestos burocráticos y recursos para mantener clientelas.
Y quien quiera riñas que acuda a las galleras.
Socorro Ramírez
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