Hace poco, la ONU-Hábitat nos cantó una verdad dura: somos el único país del mundo que aplica la estratificación socioeconómica. Lo peor es que lo hace el propio Estado. El estudio de Hábitat encontró que el sistema dejó de ser justo por la creciente proporción de familias camufladas en estratos inferiores a sus verdaderas capacidades económicas.
La injusticia del esquema se multiplica porque lo que nació hace treinta años como un mecanismo para fijar tarifas de servicios, cobró vida, profundizó sus raíces, expandió sus ramas y terminó siendo utilizado para impuestos, educación, salud, en fin, para todo.
Llegamos incluso a usar el estrato para calificar los candidatos a un puesto y para estigmatizar a los de arriba y, sobre todo, a los de abajo. Nos repartimos en castas. Antidemocrático.
La Alcaldía de Bogotá y El Tiempo ya pidieron abolir la estratificación a cambio de mecanismos más modernos y precisos de focalización del gasto. Pero la tarea no es fácil ni tiene dolientes claros. No faltarán quienes digan que lo antidemocrático es abolir los estratos. Por esta razón, es necesario profundizar los análisis y llamar la atención sobre sus perjuicios, incluidos unos poco percibidos, como sus efectos sobre la movilidad en las ciudades.
En la movilidad, como en tantas otras cosas, la mejor política es la prevención. Con el ojo afuera no hay Santa Lucía que valga. La mejor política de movilidad es aquella que evita tener que desplazarse. La siguiente es la que reduce las distancias de los viajes. Las últimas son las remediales, las que resuelven el problema al encontrar el mejor modo de mover las masas urbanas mediante la bicicleta, el automóvil, las troncales de buses o lo que sea.
Muchas ciudades exitosas usan el enfoque preventivo y lo aplican mediante reglas de zonificación, en donde, por ejemplo, cada barrio tiene su propio colegio obligatorio, la vivienda se mezcla con el comercio o las zonas residenciales se establecen cerca de las industrias. Son ciudades con diseños urbanos orientados a minimizar las necesidades de desplazamiento.
En Colombia, poco se han aplicado estas políticas, aunque recientemente por lo menos se predican. Pero el infierno en materia de movilidad al que hemos llegado necesitó de algo más que omisiones. Parte de la culpa la tiene la famosa estratificación, pues, en el fondo, constituye un sistema de incentivos para la localización de los hogares dentro de la ciudad. Cuando alguien está buscando casa, para compra o arriendo, no lo hace libremente, apuntando al sitio más adecuado según su presupuesto de compra. No. Lo hace presionado por la estratificación. Típicamente, si una familia se aleja de donde quisiera vivir, el sistema la premia con ahorros mensuales de todo tipo, a la vez que le impone la necesidad de tener que movilizarse mucho más. Y así, al sumarse todas las decisiones individuales, que se traducen en miles de kilómetros de viaje innecesarios, el resultado es el mayor trancón en la ciudad. Sin pretenderlo, la estratificación contribuye a ‘organizar’ la urbe bajo una lógica que al final resulta en grandes ineficiencias.
Algunos lectores querrán saber cómo han hecho otros países para resolver el asunto de la estratificación. No encontrarán mucho. Al fin y al cabo somos el único país del mundo metido en este problema.
Andrés Escobar Uribe
Gerente, Empresa Virgilio Barco
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