Se ha ganado, usted, tantos enemigos, señor procurador, como invitados tuvo la boda de su hija. En cada vaso de whisky, un neosantista; en cada copa de champaña, una traición. Para colmo, su mayor excluido, el alcalde Petro, es hoy fiel aliado del presidente reelecto, virtual adversario y si mal no recuerdo, su invitado también, señor procurador.
La verdad es que es en judiciales y no en el ejecutivo donde está ardiendo como rancho de paja su reelección de noviembre del 2012. Que la Carta no habla de reelección del procurador y que, no habiendo articulito que la consagre, la tal reelección no existe.
Sería extraño que la norma dijera: el procurador podrá ser reelegido. Eso equivaldría a elongar su período a ocho años, como viene ocurriendo, con todo y descompensación de poderes, en el caso del presidente de la República.
Que sólo lo que está expresamente permitido es lo que puede hacer el funcionario; pero podría decirse que a él lo reeligen otros, si las normas del cargo no lo impiden. Son principios deontológicamente brillantes, inspiradores, que tropiezan con otras normas, vacíos e interpretaciones.
El triunfo de Santos, como el de otros reelegidos, hoy cuasi dictadores de América, estaría en el trasfondo de esta decisión judicial. Es más o menos sutil la injerencia del ejecutivo en las demás ramas del poder, pero se da, así sea por obsecuencia de legisladores o de los mismos jueces para allanarse al poder.
Reirán de satisfacción no sólo el díscolo alcalde (a ratos exalcalde), quien no acató sus sanciones disciplinarias, como todo el santismo en pleno que ve en usted, señor procurador, la nueva derecha, siendo ellos la nueva izquierda pacifista, unasurista, dispuesta a coronar a su nuevo mejor líder, de típica entraña aristocrática, con el galardón de Estocolmo.
Reirán de satisfacción no sólo el díscolo alcalde (a ratos exalcalde), quien no acató sus sanciones disciplinarias, como todo el santismo en pleno que ve en usted, señor procurador, la nueva derecha, siendo ellos la nueva izquierda pacifista, unasurista, dispuesta a coronar a su nuevo mejor líder, de típica entraña aristocrática, con el galardón de Estocolmo.
Llega también por la vía judicial la sanción contra Uribito (el exministro Arias), para hacer doler a quien es hoy el enemigo del santismo por excelencia. Ríe la izquierda, reelectora del poderoso y éste se lava las manos con agua del acueducto de Yopal, sin mudar su rostro de líneas orientales.
Y ya llega, vía Interpol, María del Pilar, para goce de quienes, de pensamiento liberal, niegan el derecho garantista del asilo, que consideran una mera fuga de presos. Un delito puede ser común, pero las garantías para juzgarlo pueden también no configurar un debido proceso o, mejor dicho, una debida defensa, en razón de las animosidades políticas.
El poder, que no supo Echandía para qué servía (sí que lo supo), permite destruir al enemigo y negarle por la radio, por la prensa, por los tribunales (ojo), por el Congreso, por la administración pública, cualquier posibilidad de emerger de una derrota electoral. El unanimismo absolutista no es la mejor manera de hacer la paz.
Lorenzo Madrigal | Elespectador.com
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