Estoy seguro de que todo ser sensato votará por la paz.
Primero: en un solo día se votaba en Colombia para presidente y en Europa, para los diputados que deberían sentarse en el Parlamento Europeo. A los dos lados del mar se eligieron partidos y movimientos ubicados más a la derecha. Extremos fueron los casos de Marine Le Pen, en Francia, y Farage, en Inglaterra, tenidos por ultraderechistas. En España ganó Arias Cañete, del partido de gobierno, el PP, y acusado, entre otras cosas, de antifeminista. En Colombia ya sabemos quién ganó.
Segundo: hoy, solo conmigo mismo, estoy en un extraño sitio para lo que son nuestros tiempos, sin conexión electrónica, nada de web, ningún e-mail, la ausencia total de teléfono, ni qué hablar de esos aparatos ya desaparecidos como el telégrafo, el fax o el teletipo. Donde estoy no hay radio ni televisión. Sí, soy, por estos días, un troglodita del siglo XXI. Por lo tanto, estoy a oscuras de lo que pasa en la política colombiana. Sin embargo, creo no ser una excepción, pues los colombianos, con acceso a todos los medios de comunicación, están en la misma oscuridad. Nadie sabe muy bien qué está ocurriendo ni hacia dónde va este país herido.
Desde aquí, solo conmigo mismo, tampoco me es fácil entender las tenebrosas arenas movedizas o los monolitos inamovibles del pensamiento político colombiano que se asienta en los cerebros de nuestros nacionales. Esta lucha electoral ha dividido a los colombianos como hace tiempo no ocurría. Pero se ve que ya son posiciones tomadas que van más allá del entendimiento y de la razón.
Es paradójico que hayamos llegado a una división ideológica sin que aparentemente existan ideologías. Y es que, de verdad, hay algo engañoso en la contienda, pues no estamos enfrentados para tratar de que gobierne un revolucionario que pueda transformar los basamentos de la sociedad e impedirle el paso a un contrincante que todo lo vaya a congelar en una situación social y económica injusta y estática. Entre los dos candidatos no hay una diferencia manifiesta en sus principios que se refiera a la forma de desarrollo, a la estructura del Estado o al peso que cada uno de los grupos y clases sociales deban tener en la estructura de la sociedad. Tampoco se distinguen en el manejo de la economía, ni las relaciones internacionales, ni las multinacionales.
Sin embargo, es absurdo y de pensamiento infantil decir que no hay diferencias entre los dos candidatos. El ‘vote como quiera’ es de ceguera fundamentalista. Los dos candidatos no son iguales. No lo son en el aspecto clave y esencial en el cual se puede o volver atrás en el tiempo o en apurar un futuro mejor para el país. Ese punto esencial es la opción de llegar a una paz concertada, no a una paz a través de la guerra, que se ha mostrado imposible durante 40 largos años.
Estoy seguro de que todo ser sensato votará por la paz. No necesariamente por lo que Santos representa, ni por sus programas. Votará por la opción que el Presidente le está dando a ese acuerdo, a ese papel con firmas. De ahí en adelante les tocará a los colombianos. Porque la paz no es de Santos, es de todos y entre todos debemos construirla. Para ello necesitamos un espacio más democrático y más tolerante que aquel que nos proponen Zuluaga y Uribe a sus espaldas, que es el autoritarismo, la guerra y la intolerancia. Necesitamos un espacio de posibilidades y no uno de limitaciones. En eso residen las diferencias entre Zuluaga y Santos.
Tercero: un campesino de la vecindad me informa que abdicó el rey de España. Me pregunto por qué renuncia alguien que tiene el puesto asegurado y por qué Álvaro Uribe, al que le está prohibido constitucionalmente ser reelegido, insiste en gobernar desde atrás.
Carlos Castillo Cardon
No hay comentarios:
Publicar un comentario