Dan pena los que insisten en la herida, los que vociferan el desastre, los que cuentan muertos.
Y el milagro se hizo. Después de semanas en las que la polarización creció en forma muy peligrosa, un grupo de jóvenes nos está dando la lección de nuestra vida. ¡Se vale soñar! Las diferencias se extinguieron, el odio, las acusaciones, el juego sucio. Hoy estamos todos concentrados alrededor de un grupo de hermanos que representan lo mejor de Colombia.
¿Cuándo y cómo pasó? Un incidente de pareja sacó a relucir todo lo que estaba mal. Todos los antivalores, toda la agresividad, el mal criterio detrás de los inamovibles. Estoy convencida de que lo mejor que le pudo pasar a Colombia fue que sacaran a la rosca de toda la vida, a ese monopolio atestado de traquetos, indisciplinado y buscapleitos, que guiaba a nuestra Selección de un fracaso a otro, pero que les daba entrada y nivel de “profesores” a un grupito de amigos, que los defendían como indispensables contra toda lógica y a pesar de los pésimos resultados.
“Son ciclos”, insistían; “perder es ganar un poco” era el mantra con el que nos mantuvieron en la frustración eterna. Ni ciclos ni nada. Sencillamente, no sabían lo que estaban haciendo. Punto. Jugaban sin la ambición de ganar y de pelear cada pelota hasta el último segundo. Las peleas y la ambición estaban reservadas para los intereses fuera de la cancha.
No supieron liderar equipos con muy buenas individualidades, pero incapaces de trabajar en conjunto y sin miedo. Bendito el día en que salieron. Bendito el día en que Pékerman les cerró las puertas a los amigos de la rosca y tomó el gobierno de su equipo.
Esta es otra Selección en todos los sentidos. Se los ve celebrando con sus familias, no se les conocen escándalo, son nobles, evitan la confrontación y nos dan la certeza de que se quieren, de que trabajan como un conjunto, dando cada uno lo mejor que tiene. La sensatez de sus intervenciones, la sencillez de su alegría, las celebraciones llenas de baile, pero, sobre todo, el fútbol directo, limpio y bien afinado que están jugando nos están llevando a todos al cielo y nos obligan a soñar. De pronto, ya no está lejos la copa. De pronto, Falcao nos hace falta, pero en el corazón y no tanto en la cancha. De pronto, la adversidad es ventaja y la unidad vale más que las individualidades.
¿Será posible? ¿Acaso es cierto que llega el fin de esta horrible noche? ¿Son esos muchachos la señal de que Colombia es capaz de reinventarse? La ilusión bien podría terminar el viernes, pero no la certeza de que es posible un futuro distinto. Es posible hacer las cosas de otra manera. El juego limpio paga. La disciplina paga. La solidaridad paga. Es posible un país sin esas fronteras ficticias que están alimentando la polarización. Es posible un país que juega en el mismo equipo, apostándoles en grande a sus sueños, libre de miedo, con vocación de felicidad.
No hay cómo pagarles a Pékerman y a este equipo lo que están haciendo, la alegría en las calles, la catalización de los odios, el aire de verano, tranquilo, liviano y feliz que se respira en las calles. Dan pena los que insisten en la herida, los que vociferan el desastre, los que cuentan muertos casi con la satisfacción de que les dan la razón, de que son prueba de que todo está tan mal como para justificar su regreso. Colombia se empeña en soñar y en trabajar por ese sueño.
Por fortuna, el fútbol no es una ciencia exacta, y los resultados dependen más de la fuerza del corazón que de la potencia de la zurda. Hay que ir tras la alegría, acompañar a cada uno de los muchachos y recoger lo mejor de su ejemplo en los partidos que tenemos en casa. Es mucho lo pendiente, pero es posible. #SeValeSoñar.
NATALIA SPRINGER
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