José Manuel Otaolaurruchi, L. C.
Jesús nos muestra el camino y el destino que nos tiene deparados. Trabajemos cada día por conquistar un tesoro en el cielo.
Jesús nos muestra el camino y el destino que nos tiene deparados.
“Cuando venga el Hijo del Hombre pasará como en tiempos de Noé. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre” (Mt. 24,37).
Las palabras de Jesús nos advierten paternalmente sobre la realidad ineludible de nuestro encuentro definitivo con Dios el día de nuestro deceso. Hay que velar para que no nos sorprenda sino que estemos en paz y satisfechos con nuestra propia conciencia. Sin embargo, el tono con que se suelen interpretar dichas amonestaciones es un tanto dramático, mientras que debería resultar todo lo contrario. ¡Qué mayor dicha que el encuentro eterno y definitivo con mi Padre de los cielos, con la Virgen María y con todos aquellos seres queridos que alcanzaron la gloria celeste!
Georg Friedrich Händel expresó en su famosísima obra ‘El Mesías’ el ambiente de júbilo con que el pueblo recibe la noticia del nacimiento de Cristo, el largamente esperado y anunciado por los profetas, comenzando por Isaías. La música puede acompañar e inspirar la lectura del texto, pues suscita en el alma un ardiente deseo de que venga a nosotros para que podamos llegar a Él. ¡Con qué dulzura trata de recrear la alegría de los ángeles anunciando a los pastores que el Mesías ha nacido! Es fácil imaginarlos corriendo por las praderas en búsqueda del niño recostado en un pesebre. La sinfonía exulta de gozo y llega al clímax con el famosísimo ‘Aleluya’, que eriza la piel.
Nadie sabe la hora, pero a través de la contemplación del misterio de la Encarnación nos podemos preparar para el momento en que nos encontremos con ese mismo Cristo que en Belén cautivó a los pastores, a los reyes magos y desde luego que a la Virgen María y al justo san José. No será una hora terrible, como si de un final absoluto se tratara, sino del inicio que no conocerá fin.
Jesús es el único que vino a la vida para morir, totalmente distinto a la tendencia natural de establecernos aquí del mejor modo posible. Si vino para morir es porque la muerte tiene un significado y un contenido profundo, redentor. Jesús se lo manifestó a Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Jn. 18,36). Y concreta diciendo: “Si mi reino fuera de este mundo, mis ángeles habrían combatido, pero mi reino no es de aquí”. Con qué claridad Jesús nos muestra el camino y el destino que nos tiene deparados. Trabajemos cada día por conquistar un tesoro en el cielo para que el día de nuestra muerte terrena podamos salir al encuentro del Señor con las manos llenas de buenas obras.
Twitter.com/jmotaolaurruchi
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