Cuando se habla de corrupción vuelan dardos, flechas
y jabalinas al entrecejo de algunos inescrupulosos y
desvergonzados políticos.
Cuando se habla de corrupción vuelan dardos, flechas y jabalinas al entrecejo de algunos inescrupulosos y desvergonzados políticos o funcionarios que se han encargado de hundir a Colombia en el más oscuro abismo de la iniquidad y la injusticia. Con ira y desconcierto protestamos, juzgamos y los sentenciamos a que paguen años de cárcel y reciban el repudio social que merecen por su prontuario de corrupción.
Claro que queda cómodo lavarse las manos y evadir la responsabilidad que todos tenemos, como sociedad colombiana, al proclamar que sólo el Gobierno es corrupto. Siempre es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Todos en este país llevamos un potencial corrupto adentro, o pregúntese usted si alguna vez ha evadido sus impuestos, ha intentado sobornar a un policía para evitar que le pongan un parte, ha movido influencias con algún funcionario para acelerar un trámite administrativo, ha abusado de su autoridad, ha falsificado datos de algún documento para obtener un favor, ha explotado a otro individuo para obtener un beneficio propio, entonces usted también ha caído en la trampa de la corrupción.
Una persona corrupta, según el diccionario de la Real Academia Española, es “quien se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar”. Es la degeneración de la moral y las costumbres. Nos hemos adiestrado a vivir en una cultura de desconfianza y en actitud defensiva contaminados por los múltiples casos de corrupción que se destapan año tras año en Colombia, y que cada vez son más vergonzosos, casos como el de Agro Ingreso seguro, el del Transmilenio de la Calle 26, los desfalcos del sector de la salud, la recolección de basuras y la interminable lista de bestialidades que ya todos conocemos.
Nos acostumbramos a vivir dentro de la idiosincrasia del “avispado”, del “primero yo”, a permitir que se cometan atropellos, a la impunidad, a la injusticia, a la inequidad, a que se vulneren nuestros derechos, a “no dar papaya” y a pensar en no ser “el único pendejo que no roba”.
Estamos contagiados con una enfermedad que es crónica, que duele, fácil de pegar, difícil de curar, pero sobre todo una de las más costosas, este año la corrupción le ha costado a la economía colombiana cerca de 800 millones de dólares, según el balance presentado por la Comisión Nacional Ciudadana para la Lucha Contra la Corrupción (CNCLC), que cita cifras de la firma KPMG.
Tristemente los malos resabios los sabemos nosotros y nos lo reconoce el mundo. En materia de corrupción, Colombia ocupa hoy el puesto número 94 a nivel mundial entre 177 naciones estudiadas y 18 en la región, así lo reveló el Índice de Percepción de Corrupción 2013 (IPC) divulgado por Transparencia Internacional. Así mismo, según el Barómetro Global de la Corrupción, el 56% de los colombianos encuestados cree que el Congreso y los partidos políticos son los actores más corruptos, para el 64% es evidente que hay corrupción dentro del sistema judicial y en síntesis para los colombianos la corrupción en vez de disminuir, ha aumentado en los últimos dos años.
Qué gran desafío pretender generar confianza en un país donde lo que más sale a relucir es la desconfianza. Aún así la lucha contra la corrupción en Colombia debe realmente empezar a ocupar un lugar dentro de los “urgentes” de la agenda pública, y es también nuestro deber arraigarla a nuestros principios y valores, pues este es el mayor mal que nos aqueja y el gran detonante de todos los venenos: la ilegitimidad de las instituciones, la desigualdad social, la debilidad de la democracia, la ineptitud de la justicia, la pobreza extrema, la violencia y el retraso.
Si usted es un egocéntrico, vanidoso y antisocial, es capaz de sacrificar todo lo que tiene, poner de lado los intereses de la sociedad y el bienestar de quienes han confiado plenamente en usted, para centrarse en satisfacer sus necesidades de poder y mostrarle al mundo su superioridad a expensas de los demás, entonces, usted podría ser un corrupto en potencia. Pero ser íntegro o corrupto, solamente lo decide usted.
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