Por Thania Vega.
Noviembre 6 de 1985… qué lejos estaba de imaginar lo que esta fecha cambiaria nuestras vidas y las de mi familia, pero hoy pienso que también las de todos los colombianos!
Un día no tan normal para mí por el compromiso que había adquirido con mi madre de realizar un bingo para mil señoras con el fin de recoger fondos para los Liceos del Ejército, a realizarse en el salón rojo del Hotel Tequendama. Desde las 10 de la mañana llegue al Hotel, en una época en que no existían los celulares, para estar pendiente de todos los detalles del evento que comenzaría a las 2pm.
A la 1pm empezaron a llegar algunas señoras y consternadas contaban lo que estaba pasando en la Plaza de Bolívar, que el grupo M-19 se había tomado el Palacio de Justicia, pero mi mente no daba para imaginar lo que realmente estaba allí pasando. En la historia de Colombia jamás nadie había sido tan osado de llevar a cabo una operación terrorista de tal magnitud, así que lo que imaginé fue un grupo de personas tirando piedras contra el Palacio de Justicia que era lo que acostumbraban a hacer los rebeldes de la Universidad Nacional.
Y mucho menos podía imaginar que mi marido, el comandante de la Escuela de Caballería, pudiera estar en la Plaza de Bolívar.
A las 2pm llegó muy puntual Juan Harvey Caicedo, uno de los mejores presentadores y locutores de la época, llegó agitado y conmocionado y me dijo que había venido a cumplir con su compromiso de colaborarnos en el bingo, pero que estaba aterrado pues venía del noticiero trasmitiendo el horror que estaba sucediendo en la Plaza de Bolívar y que ya había varios muertos. Pero ni aun así pude imaginar lo que en realidad estaba sucediendo, estos terroristas no habían ido a tirar piedra, no señores! Habían ido a perpetrar un violento y feroz ataque militar con armamento contra los inermes y beneméritos Magistrados de las Altas Cortes. Los asaltantes llevaban armamento de alto poder antitanque que finalmente no pudieron utilizar, pero que indica cual era el alcance de sus intenciones, para secuestrar a la justicia, y la secuestraron, y hoy en día continúa secuestrada.
Tenían la tarea de quemar los archivos de procesos al narcotráfico pues su operación estaba financiada por el capo más poderoso del planeta, Pablo Escobar. Ese día 6 de noviembre, la sala Constitucional de la Corte Suprema, sesionaría en sala plena para decretar la exequibilidad del Tratado de Extradición de narcotraficantes por la vía administrativa, que ya había sido aprobado por el Congreso de la República. Los barones de la droga querían evitar a toda costa ser juzgados en los Estados Unidos porque allí no podían evadir la justicia ni con balas ni con sobornos y los del M-19 querían además juzgar al Presidente de la República Belisario Betancur y tomarse el poder.
El bingo en el Hotel Tequendama se desarrolló normalmente pues en esa época como dije anteriormente no existía la tecnología del celular así que nadie se enteraba de lo que estaba sucediendo en el instante en otros lugares, pero hacia las 5pm el gerente del hotel me buscó para decirme que era mejor acelerar la programación, pues lo de la Plaza de Bolívar se había complicado y era mejor que las señoras salieran temprano hacia el norte de la ciudad ya que en su mayoría eran esposas de militares, pero que lo hiciéramos sin generar pánico. Así se lo trasmití a Juan Harvey y él de manera muy profesional lo hizo, de modo que a las 6pm ya el bingo había terminado.
Me quedé un rato más en el Hotel finiquitando pagos y firmas y llegué a mi casa para el noticiero de las 7pm. Las escenas que empecé a ver en la TV eran absolutamente aterradoras, pero más aterrador fue para mí cuando vi a mi marido, de casco, en medio de esa guerra, dando declaraciones a la prensa y diciendo la famosa frase que emocionó a la mayoría de los colombianos, pero que quienes tenían otros planes jamás le perdonaron: “Manteniendo la democracia, maestro!”
Las horas que siguieron fueron de angustia e incertidumbre. Me ocupé en la rutina de los niños, mi hijo menor tenía apenas 10 meses y me puse a rezar con la angustia de que después de lo que vi en televisión, mi marido no llegaba. Como a las 11de la noche sonó el teléfono y era él llamándome desde un teléfono público. Una llamada corta donde me dijo que estaba bien y que estos dementes habían incendiado el palacio.
Fue hasta el otro día 7 de noviembre al final de la tarde, que nos avisaron que las tropas de la Escuela de Caballería y sus tanques venían de la Plaza de Bolívar en medio de una espontánea calle de honor de ciudadanos con pañuelos blancos y gritos de vivas al Ejército Nacional y a Colombia. La gente que iba en carro los saludaba con sus pitos.
Entonces, hacia las siete de la noche, me fui hacia la guardia de la Escuela en la calle 106 sobre la carrera séptima, ya que yo vivía en las casas fiscales de la 100, y efectivamente con emoción pude ver el espectáculo de regocijo de miles de personas civiles de la vecindad, de todos los estratos sociales, que se hallaban al interior de las instalaciones militares, vitoreando a sus soldados.
Entonces, hacia las siete de la noche, me fui hacia la guardia de la Escuela en la calle 106 sobre la carrera séptima, ya que yo vivía en las casas fiscales de la 100, y efectivamente con emoción pude ver el espectáculo de regocijo de miles de personas civiles de la vecindad, de todos los estratos sociales, que se hallaban al interior de las instalaciones militares, vitoreando a sus soldados.
Luego de unos emocionantes momentos en que los soldados y las gentes abrazaban y aplaudían a mi marido y a sus oficiales, y cantaban espontáneamente el himno nacional y otras canciones, en un espectáculo conmovedor de algo más de media hora, nos dirigimos a la casa. Ya en la tranquilidad del hogar, me conto lo que había vivido en esa Plaza de Bolívar y al interior del Palacio convertido en campo de batalla. Estaba aterrado con la fiereza de los terroristas en su ataque, lo difícil que había sido entrar al palacio y como sonaban los cientos de disparos de fusil de los guerrilleros al estrellarse contra las paredes del tanque, después de tumbar la puerta e ingresar al Palacio.
La angustia de los rehenes que salían de sus oficinas a protegerse tras los vehículos blindados y luego alcanzar la salida del edificio, y como veían a los soldados como sus ángeles que los rescataban. Y ya en la noche la tragedia de ver desde la plaza el palacio en llamas sabiendo que adentro había personas. Pero lo que más afectado lo tenía era la dantesca escena del día siguiente al final del combate, cuando llego el Comandante del Ejército a recibir parte y entraron al Palacio de nuevo ya sin la presión de las balas y el riesgo de perder la vida, al ver docenas de cadáveres regados por todas partes, varios de ellos totalmente calcinados.
Hace unas pocas semanas llegó a mis manos un documento donde leo las declaraciones de Luis Otero Cifuentes quien fue el comandante de la criminal operación de asalto al Palacio de Justicia, paradójica y cínicamente llamada “Antonio Nariño por los Derechos del Hombre”, dadas en una indagatoria que respondió en septiembre del 82 en un Consejo Verbal de Guerra y encuentro frases como las siguientes:
“El concepto burgués de pesar, compasión, dolor, no existe”. “Las revoluciones se hacen con sangre y esta debe verterla quien estorbe a propósitos revolucionarios”. “Nada nos conmueve, el fin justifica los medios”
Creo que en esas frases sacadas de una larga declaración, queda explicada la filosofía de este personaje. No hay que olvidar que en esta operación son cerebros de su planeación Antonio Navarro Wolf y Gustavo Petro Urrego.
Por eso cuando hoy 28 años después veo como nuestra vida está destrozada, mi marido esta privado de la libertad y condenado a 30 años de prisión por haber actuado cumpliendo un juramento que hizo a su patria, rescatando de las manos de los asesinos a por lo menos 260 personas en aquel fatídico momento de la vida nacional. Su nombre ha sido vilipendiado y se ha tratado de cambiar la verdad histórica calumniándolo a través de medios de comunicación. Además se está acabando con la mejor institución que tiene este país acusándola de “aparato criminal” y exigiendo a través de fallos espurios que el Ejército pida perdón por hechos que no se cometieron, sino que se han inventado fiscales y jueces infiltrados en la rama judicial.
Creo que son los terroristas los que han ganado la batalla que iniciaron a sangre y fuego y sin compasión, desde hace 28 años, por eso están de Alcaldes y de Candidatos Presidenciales, y han ostentado las más altas dignidades del país, que se le han negado a los defensores de la patria. Hoy los militares no pueden ser Ministros de Defensa, que exabrupto!
En las noticias del día, el país se aterra porque las cabecillas de las FARC se dan la gran vida en la Habana y se pasean en yates fumando tabaco. Algunos personajes muy reconocidos de la clase política, dicen que es preferible que estén allá a que estén en el monte, pero a esos mismos políticos no les importan los miles de militares inocentes que están presos y sus familias destrozadas por haber defendido la patria hasta con su vida ,ni les importan los miles de jóvenes mutilados por las minas que han mandado sembrar los que están como príncipes “descansando” en un yate, en una fotografía que escandaliza a los cientos de miles de colombianos víctimas de sus crímenes.
No basta con aterrarse, no basta con criticar de palabra, si el país no hace conciencia de la realidad y de lo que ha venido pasando durante estos 28 años y de cómo la izquierda armada y la cultura del narcotráfico se han impregnado en nuestro país. Veintiocho años de una guerra política, una guerra de desinformación y una militancia de la izquierda, mintiendo y calumniando a los defensores de la patria, donde se ha cambiado hasta la semántica para minimizar los delitos de los terroristas y una guerra desde algunos medios de comunicación para desprestigiar a la institución más valiente y valiosa del país: el Ejército Nacional.
Por fortuna hay una juventud con ideas democráticas que busca recuperar el camino correcto, que busca que se imponga la autoridad, que busca que se recupere la justicia, que busca recuperar valores y principios. La vida me ha llevado a unirme a ellos y a buscar que se devuelva a los militares su honor mancillado, sus garantías jurídicas atropelladas, y sus Derechos Humanos violados impunemente ante la mirada perdida de la comunidad internacional.
Si no reaccionamos ahora mismo y de manera contundente se hará realidad esa frase de que “los pueblos se merecen su suerte”. Es un momento histórico en la vida de la Patria. Es ahora o nos esperan muchos años de desgracia.
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