miércoles, 4 de junio de 2014

Le Pen 2002, Zuluaga 2014

ELTIEMPO, Por Mauricio Jaramillo Jassir el mayo 30, 2014


Mauricio Jaramillo Jassir

Se equivoca de manera crasa la izquierda colombiana, especialmente aquélla que representa el senador Jorge Enrique Robledo, al optar por el voto en blanco en la segunda vuelta de las  elecciones presidenciales. Nada más alejado del ideario de la izquierda que privilegiar los intereses del Partido, o de una figura pública en desmedro del colectivo. Ignora u omite el Polo Democrático Alternativo y el senador, la responsabilidad histórica que tiene frente a sí prefiriendo resguardar su imagen, aunque eso signifique el avance rampante de la extrema derecha en Colombia.
Alguien le tiene que recordar al Polo que por primera vez en la historia de Colombia, la izquierda tiene semejante caudal electoral, y eso no debería suponer el fortalecimiento de la vanidad, sino más bien el incremento constante de la responsabilidad social.
El influyente filósofo francés Gilles Deleuze definió a alguien de izquierda como aquel que ve antes el entorno y luego al individuo, primero el colectivo después el particular.  El senador Robledo y y la candidata Clara López han optado por engrandecer su imagen con una supuesta dignidad de izquierda, que los aleja de eso que de manera elemental recordó en su tiempo Deleuze. Es decir, si la izquierda pensara en el colectivo, y no en sus cuadros o en el Partido, es probable que haciendo abstracción de un purismo ideológico que ahora reivindica, hubiese invitado a sus votantes a decidir por la paz.
¿Es válido el argumento de que los Partidos no pueden imponerse sobre sus militantes con  una opción de voto, y más bien deben dejarlo a la consciencia de cada cual?  Absurdo, pues si eso fuera cierto, no existirían los partidos políticos, ni valdría la pena siquiera conformarlos. Sería mejor que cada individuo en su fuera interno tomara su decisión.
Por esencia la izquierda debe privilegiar una voz unida que encauce el voto de militantes o simpatizantes, pero resulta arrogante y no menos egoísta, permitir que un argumento tan poco político como el de la consciencia (más vinculado a los religioso) prolifere. Nunca habrá suficientes repeticiones, ni será redundante: la izquierda cree en lo social y en lo público por encima de lo individual, por ende, un movimiento que se clasifique como tal no puede renunciar a la acción colectiva.
Marie Le Pen (quien había propuesto aislar a la población con VIH positivo, había negado el Holocausto judío y criticado a la selección francesa por tener pocos jugadores blancos) llegó a la segunda vuelta contra Jacques Chirac. En ese momento, toda Francia se unió para evitar el ascenso de ese movimiento, y de lado quedaron las vanidades de cada uno de los partidos políticos que veían en Le Pen un ideario incompatible con la democracia francesa. Le Pen apena obtuvo 17% de los votos.

¿Por qué a la izquierda colombiana le cuesta tanto abandonar su superioridad moral? Se trata de un ego que muestra su peor cara, aquélla que se niega a avanzar.

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