jueves, 8 de mayo de 2014

PARA LAS MADRES:...Quien mece la cuna....

POR: cronicadelquindio, DE Ángela María Alzate Manjarrés

Ángela María Alzate Manjarrés
En 1865 el poeta William Ross Wallace publicó el poema Lo que gobierna el mundo. Una de sus frases se ha hecho famosa: “La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo”. ¿Es cierto? ¿Tan importante resulta el rol de la madre? ¿Tan enorme es su poder e influencia? ¡Claro que sí!

No existe amor más incondicional, ni labor de servicio más desinteresada y útil. La maternidad es la decisión de donarlo todo mientras se gesta una nueva vida. La mujer entrega su sangre, la sustancia íntima de la que ella misma está construida, para pulir durante 9 meses —maravillosos y al mismo tiempo angustiantes— su obra magistral.

Con los padecimientos propios de su condición, trabaja como obrera consagrada dibujando sin saberlo, cada trazo del rostro que será su imagen más amada, cada parte del cuerpo que albergará su abrazo predilecto, cada misteriosa fracción del alma que guardará su legado espiritual para siempre…
Concebir, formar y luego cuidar un bebé, es la tarea más compleja que puede ocupar a alguien. Todo lo que rodea la maternidad es magnífico y desafiante: forjar virtudes, preservar la salud, garantizar la subsistencia, hacer de ese nuevo ser alguien bueno para el mundo.

Han existido millones de heroínas —reconocidas y anónimas— cuyos sacrificios merecen un monumento en el parque principal de todas las ciudades.
Una madre es un testimonio de lucha y persistencia, de coraje y esperanza, de fe.

Por eso, la mano que mece la cuna es la de mujeres excepcionales que jamás se rinden y combinan la ternura de una caricia que puede curar cualquier herida y la fuerza capaz de conseguir lo necesario para satisfacer las necesidades de sus hijos.

La huella de la madre está en todo lo que somos, en lo que muestra nuestra fisonomía y en los rasgos de nuestro carácter. Cada uno es lo que una mujer ha forjado, en cada palabra y gesto, en cada día compartido, en cada momento de juego, en cada noche en vela cuidando una fiebre que no cede, en cada lágrima secada con dulzura, en cada alegría disfrutada con júbilo.

Por eso, ningún homenaje es suficiente, ningún regalo basta, ninguna expresión de gratitud alcanza. Cualquier cosa que demos, digamos o hagamos será poco, para compensar los millones de minutos de amor entregados por cada madre. Sin ellas, el mundo sería un sitio amargo y árido; la vida sería menos cálida y el mundo más cruel.

1 comentario:

  1. POR: Jaime Enrique Herazo Osorio

    Gracias por su publicación Don Juan José y deseándole a su señora un feliz día.

    Jaime y Sra.

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