El columnista Antonio Caballero explica por qué votará hoy por quien representa su tendencia política, pero también por qué lo hará en contra de sí mismo en la segunda vuelta. Habla de los escándalos de las campañas, de la incidencia del proceso de paz en la contienda electoral, de la polarización política y del peligro de que un sector no acepte los resultados de hoy.
El título de su columna de hace ocho días en ‘Semana’ resume lo que sienten muchos electores interesados en elegir presidente: “Resignación y miedo”. Usted confiesa que votará, en segunda vuelta, movido por esas emociones y que lo hará por Santos. ¿Qué hay nuevo en esta contienda que confiesa su desánimo?
Casi siempre me acompaña el desánimo de los votantes. Lo que sí es nuevo, es el miedo. Rara vez, creo que nunca, he votado por alguien que haya ganado las elecciones, salvo cuando lo hice por Álvaro Uribe, con intención perniciosa.
¿Cómo así? ¿Votó por Uribe?
Voté por él, por superstición: si mi candidato siempre es perdedor, podía trasladarle la mala suerte a Uribe, ¡pero ganó! En cuanto a su pregunta, le reitero que en muchas ocasiones he participado con resignación en la segunda vuelta. Ahora me parece tan peligroso el regreso al poder del uribismo que, como digo en mi columna, voy a votar movido por miedo.
Bueno, este uribismo podría tener un matiz diferente, porque llegaría Óscar Iván Zuluaga, no el expresidente.
No creo que haya muchos matices diferentes. Quien ha liderado la campaña no es Zuluaga, sino Uribe, y el candidato se comprometió a continuar los programas del uribismo y a incubar los tres huevitos famosos. El primer gobierno de Uribe, repito, fue peligroso. El segundo, fue desaforado en corrupción y violencia. Y el tercero, además de que se dedicaría a cobrar deudas y a sacarse clavos, empezaría rompiendo las conversaciones de La Habana.
Cuando dice que votará por Santos, ¿en realidad estaría haciéndolo por la continuidad de las negociaciones de La Habana?
Sí. En la columna dije que mi voto de hoy es por Clara López, pero como no me parece probable que ella llegue a la segunda vuelta, anuncié mi voto por Santos porque creo que podría llevar a buen término las conversaciones de La Habana.
Pero he leído críticas suyas muy ácidas contra Santos.
Cierto. Su política económica me sigue pareciendo nefasta y creo que su gran defecto es su falta de decisión en muchos asuntos de Estado. Pero, del otro lado, tenemos a Álvaro Uribe, que fue un presidente verdaderamente dañino en todos los aspectos de la política colombiana, tanto los internos como los externos.
Por efectividad del mensaje del uribismo, ha calado en la opinión el término “castrochavismo” para referirse a Santos. Aunque parezca absurdo, circula en internet la especie de que el presidente representa el castrochavismo, es decir, la izquierda del continente. ¿Qué opina al respecto?
Es completamente delirante que alguien sostenga que Santos es un representante “castrochavista” o, en otros términos, que es comunista. Me parece increíble que alguien lo diga, pero es aún más increíble que otro lo acepte. Uribe lo ha utilizado como arma contra Santos porque este reanudó las relaciones con Venezuela, pero esa es una decisión de realismo político internacional. Quien conoce a Santos, sabe que esa afirmación es una tontería.
La personalidad de Santos, que algunos critican porque transa y no es tan “firme” como Uribe, ¿es para usted una ventaja o una desventaja?
Depende: es una ventaja si se trata de adelantar con éxito una negociación de paz. Pero es una desventaja cuando se intenta complacer a todo el mundo y termina sin tomar decisiones o echando para atrás las que ya anunció. Por ejemplo, Santos lanza la Ley de Restitución de Tierras y, a continuación, decide apoyar a los terratenientes que acumulan baldíos y grandes extensiones de tierras; emprende una reforma a la justicia y cuando se le sale de control, le toca devolverla. Así le ha ocurrido en muchos campos. El único punto en que se ha mantenido, a pesar de las declaraciones de unos y otros, es en el de paz, en el cual sí le sirve ser un negociador.
Hay que tener en cuenta que siempre que un gobierno intenta acabar con la guerra, aparecen grupos con sus oscuros intereses. Así le sucedió a Belisario Betancur con “los enemigos agazapados de la paz”; a Andrés Pastrana con el crecimiento del fenómeno paramilitar y no sabemos hasta dónde ha llegado la oposición a La Habana. ¿No será esto lo que se está reflejando en la actual campaña?
Puede ser. La guerra tiene partidarios porque hay gente que vive de ella, que gana con ella, no solo los militares que existen para ejercer ese oficio, sino sectores que tienen intereses económicos en la confrontación. Hay muchos negocios que se alimentan directa o indirectamente del conflicto.
En todo caso, el fenómeno de opinión llamado Álvaro Uribe tiene respaldo en muchos votantes. ¿Cómo explica la inclinación del país a la derecha política, que ahora es más explícita?
Colombia ha sido explícitamente de derecha y muy reaccionaria. Claro, existe un gran resquemor contra la guerrilla el cual, por cierto, es razonable por los métodos tan terribles que ha utilizado. Pero Uribe es la flor de esa inclinación política.
Sin embargo, me parece que estamos pasando a las expresiones de ultraderecha que, aunque han existido, antes se disfrazaban y ahora son retadoras. ¿Está de acuerdo?
Esa es la contribución de Álvaro Uribe como presidente. Nunca en Colombia, desde los tiempos de Ospina Pérez y Laureano Gómez, habíamos tenido gobiernos tan ultraderechistas como los dos de Uribe. Él, astutamente, camufló su carrera política en el liberalismo para abrirse paso, pero hoy sabemos que no tenía el menor asomo de afinidad con ese partido.
Si en sana lógica el juego de la democracia consiste en que se acepte el mandato de la mayoría y esta decide que el país sea gobernado por la ultraderecha, ¿la minoría no debería “resignarse”, para usar su término, con esa decisión?
La democracia no implica únicamente el triunfo de las mayorías. Es necesario el respeto por los derechos de las minorías. Durante los gobiernos de Uribe, las minorías no tuvieron garantías. El espionaje a sus opositores y la persecución a sus críticos y a los jueces de la República, así lo indican. Ahora los uribistas advierten que no aceptarán el resultado electoral si no favorece a su candidato. La semana pasada le preguntaron al expresidente si estaría dispuesto a reconocer la derrota en caso de que esta se presentara, y se negó a contestar. Hace unos días, él mismo puso en duda la limpieza de las elecciones parlamentarias. No se puede apelar a las reglas de la democracia cuando le convienen a uno, pero ignorarlas cuando son adversas a sus intereses.
De cumplirse esa advertencia del uribismo, ¿Colombia quedaría envuelta en un problema delicado para su estabilidad política?
Es peligrosísimo, pero el uribismo no se ha distinguido precisamente por su sentido de la responsabilidad. Sin embargo, esa estrategia tampoco es muy novedosa. En el país se han puesto en duda todas las votaciones cuando no se ha presentado un resultado muy contundente. Recuerde que cuando compitieron por la Presidencia Misael Pastrana y Rojas Pinilla, mucha gente creyó, incluyéndome a mí, que Rojas ganó esas elecciones y que la votación favorable a Misael Pastrana solo fue un fraude.
Esta contienda electoral ha estado signada por los escándalos. ¿Se está deteriorando el nivel de discusión política o ahora hay más medios para descubrir la guerra sucia?
El nivel de discusión política siempre ha sido bastante bajo en el país. Desde el Frente Nacional, las campañas electorales no se han hecho sobre ideas, sino sobre pasiones o compromisos clientelistas. Pero sí han sido crecientemente sucias y más costosas porque solo tienen el propósito de acaparar los cargos públicos. Por eso se convierten en la porquería que estamos viendo.
Los escándalos han afectado tanto a la campaña de Santos como a la de Zuluaga. Al primero, por la presunta propuesta de unos narcos de someterse a la justicia y el supuesto ingreso de 2 millones de dólares a la campaña del presidente en 2010. Y al segundo, por la contratación de ‘hackers’ para espiar y desprestigiar a Santos. ¿Cuál de los dos candidatos resultará más afectado en su imagen e intención de voto?
Los dos escándalos son muy distintos: el de la campaña de Zuluaga con el hacker, es un hecho; el de los 2 millones de dólares que habría ingresado J.J. Rendón a la campaña de Santos hace cuatro años, es una acusación que el expresidente Uribe hizo sin que hubiera presentado pruebas. Pero pasa que ambos casos son verosímiles a ojos de los votantes. La historia de Zuluaga con el hacker es totalmente creíble. Tuvimos evidencia de las operaciones del DAS con las chuzadas a los enemigos de Uribe, y hace un par de meses nos enteramos de la existencia de la sala de interceptaciones Andrómeda. Entonces, no es una sorpresa que unos hackers estuvieran espiando al contrario. También resulta verosímil que hubiera 2 millones de dólares de la mafia para la campaña de Santos, porque desde cuando existe el narcotráfico, este ha infiltrado o tratado de infiltrar las campañas electorales. Resulta muy difícil saber cuál de las dos candidaturas se afectará más.
Lo más grave de los escándalos, aparte de lo que implican en sí mismos, es que se conocieron antes de las votaciones.
Así es. Los escándalos siempre han salido a la luz pública, pero en esta ocasión no solo se conocieron antes de la votación, sino que afectaron a las dos campañas con mayores posibilidades de pasar a la segunda vuelta. No sabemos si cada una de ellas sabía lo que estaba pasando en el otro lado y esperaba el momento adecuado para soltar la batería. El segundo punto es que, en ambos casos, hay connotaciones penales con personas muy cercanas a los candidatos. Me parece que el efecto podría notarse en la abstención, que aunque siempre ha sido muy alta en Colombia, se podría incrementar porque es, fundamentalmente, un fenómeno de desconfianza y asco por los políticos. Desafortunadamente, la falta de legitimidad de la clase política es peligrosa, porque les abre campo a sectores como la ultraderecha que vemos crecer en manos de Uribe.
Hay otro factor que llama la atención en la actual campaña: los candidatos que deberían ser unos estadistas de gran altura intelectual, están poniendo su imagen y desempeño público en manos de cualquier irresponsable. Me sorprende que una actriz menor se encargue de la “preparación” de quien aspira a ser presidente. ¿Qué piensa de este fenómeno de banalidad?
Es una consecuencia de la imitación que la política electoral de Colombia hace de la norteamericana. En muchos países del mundo, pero sobre todo en Estados Unidos, hace muchos años se ganan elecciones por razones estéticas o cosméticas y, naturalmente, también por dinero. Es inevitable que en Colombia esté sucediendo lo mismo.
“La desgracia de tener hermano presidente”
Dos amigos suyos han resultado afectados por las carreras políticas de familiares cercanos: Enrique Santos Calderón y Daniel Samper Pizano. ¿Cree, como dijo Daniel, que es una desgracia tener hermano presidente?
Creo que para cualquier persona honrada es una desgracia tener un hermano presidente. Y, al contrario, que para un deshonesto es una bendición contar con un pariente que maneje el poder del Estado. Enrique Santos o Daniel Samper hubieran podido hacer negocios bajo los gobiernos de sus hermanos. Pero, como eran honrados, no incurrieron en esos actos. En cambio, hemos visto familias que se enriquecen a la sombra presidencial.
El tema de los familiares de presidentes siempre ha sido tabú en Colombia aunque haya rumores. Recientemente se habla mucho de la influencia de los hijos y esposas en asuntos públicos del mandatario.
La influencia de los hijos del presidente es un asunto bastante viejo en Colombia. Al primero que llamaron “el hijo del Ejecutivo” fue a Lorenzo Marroquín, hijo de José Manuel Marroquín, a principios del siglo XX. Muchos otros hijos del Ejecutivo les han causado problemas a sus padres en el país. De la influencia de las esposas se conoce mucho menos, desde la señora Soledad Román y hasta la señora Rodríguez de Santos. Pero son solo chismes.
‘El voto en blanco no es útil’
La polarización de esta campaña entre dos candidatos impidió que lucieran más los otros tres aspirantes. A usted mismo no le interesó ninguno, aparte de la candidata del Polo, Clara López. ¿Por qué?
Clara López es una opción distinta a Santos y Zuluaga. Los otros dos candidatos, Peñalosa y Ramírez, no me entusiasmaron por ellos mismos y también porque veo a ambos haciendo una alianza con el movimiento de Uribe en el improbable caso de que pasaran a segunda vuelta. El uno y el otro han dicho que continuarían los diálogos de La Habana, pero necesitarían el apoyo uribista para competir con Santos, y ese voto implicaría un compromiso con lo que representa ese sector político.
Esta campaña ha sido una de las más escandalosas, ¿Por qué no promover, más bien, el voto en blanco, al estilo del maestro Fernando Vallejo?
Porque no me parece que el voto en blanco sea útil. No sirve para impedir que sean elegidos los mismos contra los cuales se promueve, sino que simplemente les facilita la tarea, en el sentido de que se disminuye el número de electores. Y simultáneamente disminuye el costo de comprar los votos, porque muchos de los que van a las urnas están dispuestos a venderlos.
Porque no me parece que el voto en blanco sea útil. No sirve para impedir que sean elegidos los mismos contra los cuales se promueve, sino que simplemente les facilita la tarea, en el sentido de que se disminuye el número de electores. Y simultáneamente disminuye el costo de comprar los votos, porque muchos de los que van a las urnas están dispuestos a venderlos.
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