“Hoy ha nacido el Centro Democrático”, anunció el expresidente Uribe luego de conocerse el resultado del conteo de votos de más del 90% de las urnas.
Víctima del adanismo, término que Ortega y Gasset acuñó para definir la tendencia de algunos líderes políticos a querer borrar de un plumazo el pasado y a creer que con ellos todo comienza de nuevo, el recién elegido senador hace el anuncio como si se tratara de una epifanía y no del mismo paquete de los tres huevitos con empaque nuevo.
Horas después, presa también de una conveniente pérdida de memoria y de un ataque súbito de moralina, se rasgó las vestiduras y cuestionó la legitimidad del nuevo Congreso, entre otras razones por la elevada tasa de abstención, la publicidad tramposa de la U y porque la mayoría de los congresistas fueron elegidos con la mermelada que el Gobierno repartió a manos llenas. Olvida que la abstención es mal crónico, pero sobre todo que buena parte de los senadores elegidos que considera ilegítimos fueron sus aliados o son familiares o fichas de parapolíticos que lo apoyaron durante sus dos mandatos. Más de la tercera parte de los integrantes de la coalición uribista en el Congreso hicieron pactos con las Auc para ‘refundar la patria’ e influyeron en su elección de 2002, según confesó Mancuso ante Justicia y Paz desde una cárcel en Washington.
La parapolítica es el más grave y mayor escándalo judicial en que estuvo implicado el Congreso que fue apéndice de su gobierno: el 39% de los senadores elegidos en 2002 y reelegidos en 2006 fueron investigados por nexos con los paramilitares. Pero la amnesia le impide al senador Uribe recordar que, siendo presidente, les pidió a esos congresistas —incluido su primo Mario Uribe— que votaran los proyectos del gobierno antes de que los metieran a la cárcel, que ellos votaron a favor de la primera reelección y aprobaron después el referendo reeleccionista para la segunda, que en buena hora tumbó la Corte Constitucional por vicios de trámite y otras irregularidades. Entonces no los consideró ilegítimos, como no consideró ilegítimo al Congreso infiltrado o cooptado por narcotraficantes y paramilitares, como parte del plan del que también hicieron parte funcionarios públicos, alcaldes y gobernadores, empresarios y miembros de las Fuerzas Militares.
El senador Uribe olvida que su gobierno también repartió mermelada y otorgó prebendas: notarías y puestos; subsidios de AIS a poderosos empresarios que financiaron su campaña; bienes de narcotraficantes decomisados por Estupefacientes, a congresistas —la mayoría azules—, para que apoyaran el cambio del “articulito” que permitió la reelección. Olvida que ad portas de ser aprobado el referendo reeleccionista, miles de millones de pesos del Fondo para la Seguridad y Convivencia —adscrito al Mininterior— fueron destinados en forma irregular para construir y remodelar alcaldías en 18 departamentos donde tenían influencia congresistas pro reelección, según denunció el entonces senador Rafael Pardo. En fin…
Dicho esto, no cabe duda de que el gobierno Santos repartió tarrados de mermelada, que gracias a eso varios indeseables fueron elegidos con copiosas votaciones (Roberto Gerlein, Musa Besaile y ‘El Ñoño’ Elías, entre ellos), y que Santos debería responder. Pero Uribe, que cambió la Constitución en beneficio propio comprando conciencias —como lo acusó entonces el expresidente Pastrana, ahora su nuevo mejor amigo—, carece de autoridad moral para denunciar la ilegitimidad del Congreso recién elegido. Pildoritas para la memoria necesita el senador Uribe y altas dosis de valeriana para hacer frente a los debates que le esperan. Porque no está libre de culpa y el mundo no empieza y termina con él.
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