Como lo había vaticinado en esta misma tribuna, el malvado y tempestuoso Centro Demoniaco, que alberga al uribismo, venía madurando la estrategia de descalificar los resultados electorales alegando un supuesto fraude que no ha sufrido. Y han cumplido su protervo propósito.
Tanto Uribe como su pajecillo Zuluaga no ahorraron esfuerzos durante la campaña para fustigar la supuesta falta de garantías electorales a su movimiento. Lo mismo han hecho ahora que se conocieron los resultados, con el argumento liviano de que de un momento a otro perdieron el primer lugar y pasaron al “honroso segundo puesto”. Lo que no han contado es que la razón de ser de ese cambio en el escrutinio preliminar no fue fruto de la trampa, sino de que se contabilizaran tardíamente los votos de la costa, que por fortuna destronaron al uribismo.
Lo que está resultando obvio es que como los uribistas no quedaron de primeros, y en consecuencia perdieron, ahora se inventaron el esperpento de que alguien les tendió una celada, cuidándose de contarle al país que, por el contrario, otros aspirantes al Senado, como el liberal Juan Luis Castro Córdoba, tienen pruebas de que en varios departamentos no aparecieron ni siquiera registrados los votos de personas cercanísimas, como sus familiares y funcionarios de su movimiento político, pero, en cambio, misteriosamente en esas mesas sí resultó triunfador el Centro Demoniaco.
La estrategia es hacerse las víctimas, cuando no tienen cómo explicar sus faltas. Así ocurrió cuando los sorprendieron “chuzando” a magistrados, periodistas y críticos en el gobierno de Uribe, momento en el cual sostuvieron que ellos también eran víctimas porque al exmandatario le habían interceptado dos comunicaciones, lo cual nunca ocurrió. Ahora que el uribismo se ha beneficiado del extravío de votos del candidato Castro Córdoba, entre otros, entonces vociferan que han sido víctimas de un ardid, que ellos vienen alimentando con torvas intenciones. Obviamente la uribizada Procuraduría de Ordóñez de oficio ordena el reconteo de votos apenas Uribe protesta, pero se hace el de la vista gorda cuando quien reclama es el hijo de Piedad Córdoba.
¿Qué más hay detrás de ese empeño demencial de deslegitimar estas elecciones y las presidenciales de mayo? Enlodar el proceso electoral no solamente le permite al uribismo que nadie se interese por los desaparecidos votos depositados en favor de otros candidatos y su correlativa incidencia con el incremento de los sufragios del Centro Demoniaco, sino que además genera pánico porque empieza a tomar fuerza la necesidad de convocar de nuevo otra asamblea constituyente que reforme la Carta Política.
Lo que de verdad pretenden es crear una situación tan caótica que parezca que sólo una constituyente puede remediarla, y claro, en esa eventual asamblea lo central no será la justicia que ellos prostituyeron, tampoco rescatar la independencia del Banco de la República que envilecieron, menos restablecer la autonomía de la Comisión de Televisión que hicieron trizas, sino asegurar el regreso al poder del mesías rabioso, no importa que ya acuse síntomas de estar perdiendo su memoria.
Por eso resulta paradójico que Uribe califique de ilegítimo al nuevo Congreso, pero no haya dicho lo mismo del Parlamento en el que Mancuso y sus secuaces —a quienes silenciaron por la vía de la extradición— confesaron ser dueños en un 35%. Qué paradoja, cosas del demonio.
Adenda. Magnífico y de obligada lectura el libro Los días que se arrastran, del escritor Carlos Castillo Córdoba, sobre el secuestro de la Chiva Cortés y su liberación. Además del recuento de los lacerantes días de cautiverio, se recuerdan los sucesos políticos que por entonces estaban ocurriendo, así como el drama de familiares y amigos cercanos que padecieron el flagelo.
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