Dedicado al 0,1% que lee columnas de opinión y a mi amiga de la infancia “Cata”.
Impactante la pregunta del presidente candidato Juan Manuel Santos a pocos días de que se defina la segunda vuelta electoral: “¿Usted prestaría su hijo para ir a la guerra?”. La audiencia es de hombres y mujeres de estratos acomodados. Bajan la cabeza como el avestruz o responden de frente: no.
Importante recordar que la guerra que ha desangrado al país durante más de 50 años ha sido la sangría de campesinos contra campesinos. Los estratos socioeconómicos más altos siempre se las han ingeniado para que sus hijos no vayan jamás a combate alguno. Lo máximo, si ya no pueden escaparse, es que “presten servicio” en la Guardia Presidencial.
Nos hemos dado “el lujo” o cometido la más atroz de las barbaries (me inclino por esto último) de hacer la guerra por “madre ajena”.
Imagino dos líneas paralelas: una de ellas está formada por jóvenes adolescentes, con sus mochilas al hombro, caminando hacia el futuro. Otra igual.
Una de las filas la conforman jóvenes mochileros que marchan hacia la universidad, hacia el exterior a continuar sus estudios, al camping de verano o a tomar el avión para conocer otros países.
En la otra fila, jóvenes mochileros vestidos con camuflaje, botas pesadas, y en sus espaldas una carga de varios kilos, suben en silencio en camiones o aviones militares para dirigirse a la selva inhóspita, al páramo gélido, el desierto seco, lo desconocido. En sus pertenencias no van libros de estudio ni pantalonetas de baño ni tablas de surf. Sus corazones laten de ansiedad y temor... Tienen como misión “dar de baja al enemigo”. De ese enemigo no saben nada... Sólo que está conformado por campesinos jóvenes como ellos. Los generales y los altos mandos están más allá del peligro. Los que dan órdenes no pueden morir.
Una tercera línea, paralela, más lejana, la forman más campesinos también camuflados, color selva, palúdicos y sumisos. Porque no conocen otro mundo ni otra alternativa de vida, algunos tildados de “guerrilleros facinerosos” y otros de “paras narcoterroristas” que también tienen la orden perentoria de “acabar con el enemigo”. Los altos mandos, comandantes del Frente o la Columna, tampoco mueren. Ellos dirigen. Y los que dan las órdenes no pueden morir. “Ellos saben que son el enemigo y que tienen que matar como sea al otro enemigo”.
Tal vez jugaron juntos de pequeños o eran vecinos de vereda. Sus padres pudieron compartir los domingos jugando al tejo o brindando con un guaro el último gol... O a lo mejor eran los hijos del cuidandero de la finca o del guachimán de la mansión.
Todas esas filas de jóvenes adolescentes, paralelas, infinitas, caminando hacia el futuro... Para una de las líneas, el futuro está lleno de sol... Las otras dos saben que es sombrío y sangriento.
Unas madres gozan con el triunfo de sus hijos... Las otras se retuercen de angustia y pobreza... Muchos de sus hijos no las encontrarán porque ellas también han tenido que abandonar sus pueblos... ¡Otros porque sus cuerpos flotarán en aguas de ríos grandes!
No más líneas paralelas. Todos somos Colombia. Todos los jóvenes tienen el mismo derecho de vivir en paz. Todos somos hermanos de patria. Todos somos mochileros caminando hacia un futuro de reconciliación.
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