Es hora de considerar si se debe apoyar la consolidación de la extrema derecha en Colombia, o no.
Entre las muchas consideraciones que cada colombiano debe hacer hoy para definir su voto en la segunda vuelta presidencial hay un tema crucial para todos los colombianos: la paz, su consolidación o su desaparición. Es así de simple: un país en guerra o un país en paz. Pero hay otro punto igualmente importante y que pocos discuten: nuestra democracia, entre otras, porque la reelección presidencial le ha hecho daño a este país. Inclusive, los uribistas purasangre ya reconocen que fue en el segundo mandato del presidente Uribe cuando se perdió el norte, cuando muchos de los logros que hoy se exaltan de su primer período se diluyeron –para decirlo suavemente– en medio de malas prácticas.
Fue el entonces presidente Uribe quien –en causa propia– impuso la reciente reelección presidencial en Colombia, que además trató de repetir la hazaña para tener un tercer período, y que gracias a la Corte Constitucional el país se salvó de semejante aberración, distanciándose de la práctica que tanto criticamos en países vecinos.
Sin embargo, hoy es necesario recordar esos antecedentes porque nada indica que haya un cambio de intención sobre ese tema en el senador electo Álvaro Uribe; y, como él es la cabeza visible del Centro Democrático, es de esperar que consolide su sueño de reelección tras reelección.
La clave de ese objetivo –que parecería el secreto mejor guardado sin serlo– está en que si Óscar Iván Zuluaga gana la presidencia –obviamente repetiría–, en esos dos períodos se cambiaría nuevamente la Constitución para eliminar los impedimentos que el expresidente, senador electo, Uribe Vélez, hoy tiene. De tener éxito, el expresidente también se reelegiría por otros dos períodos –si no se cambia también el número de reelecciones consecutivas posibles–. En plata blanca, eso significa que el triunfo de Zuluaga en esta segunda vuelta implicaría mínimo 16 años más de uribismo; o, mejor, de la extrema derecha en el país.
Colombia necesita alternancia de poder, y que el uribismo se perpetúe tiene, además, un lado oscuro que sus seguidores y amigos desconocen, pero que los que nos opusimos a los gobiernos de Uribe ya sufrimos en carne propia. En esa línea de pensamiento que él regenta no existe la oposición –elemento fundamental de la democracia– sino amigos o enemigos, y a los últimos hay que destruirlos. Además, los derechos fundamentales son solo un discurso de una izquierda trasnochada y no tienen que respetarse así Colombia haya firmado un compromiso con Naciones Unidas.
En aras de esos dogmas, todo aquel que se salga de la fila será juzgado: mujeres que claman igualdad, comunidad LGBTI, minorías, oposición. Así mismo, como los sectores históricamente poderosos son los que mueven la economía, hay que protegerlos y a los pobres basta con darles limosnas. Y con tal de mostrar éxitos en la guerra contra la guerrilla, el body count –es decir, los falsos positivos– será nuevamente la alternativa del Estado. Es decir, todo aquello que representa una verdadera democracia o su fortalecimiento pasará a un congelador que puede volverse eterno.
Claro que poder moverse por las carreteras ha sido importante como lo ha sido el haber debilitado a la guerrilla con la seguridad democrática, y eso ayudó a que hoy esté sentada en La Habana. Nadie lo niega. Pero dados los inmensos costos colaterales, es hora de considerar si se debe apoyar la consolidación de la extrema derecha en Colombia, representada por el uribismo, o no. Así de simple.
Algunos de los que votamos en blanco en la primera vuelta como rechazo a esta forma denigrante de la política, para la segunda vuelta estamos considerando votar contra la permanencia de esa extrema derecha. Votaré por Juan Manuel Santos no solo en aras de la paz, sino en aras de la democracia colombiana.
cecilia@cecilialopez.com
Cecilia López Montaño
No hay comentarios:
Publicar un comentario