Semana.com, 28 febrero 2013, Rafael Rodríguez-Jaraba*
OPINIÓN Utilidades
anuales de 39.7 billones de pesos nos son cifras menores y son elocuente
expresión de la creciente concentración de la riqueza en Colombia.
Pocas cosas producen tanto malestar a la opinión pública, como examinar
las siderales utilidades que obtiene el sistema financiero cada año.
Rendimientos anuales de 39.7 Billones de Pesos, nos son cifras menores,
y son elocuente expresión de la creciente concentración
de la riqueza en Colombia.
Es claro que el sector financiero administra moderados niveles de
inversión y riesgo, y a cambio obtiene una de las mayores tasas de retorno de
capital en Colombia.
Si bien apalancar el desarrollo requiere de un sector financiero sólido,
confiable y sostenible, no es conveniente que el formidable negocio de las
instituciones financieras sea en buena medida, producto de la tolerancia
estatal que permite el cobro de unos servicios caros y la obtención de unos
márgenes de intermediación exorbitantes y abusivos en la prestación de un
servicio público básico para auspiciar el desarrollo.
Los negocios deben generar rendimientos suficientes para sufragar los
costos, compensar la administración de los riesgos y rentar el capital, pero en
una economía sana, la intermediación y la prestación de servicios financieros,
no debe ser el mejor negocio, y de serlo, se convierte en una actividad lesiva
a la productividad, que contrae el sector real, desestimula el trabajo y niega
posibilidades de alcanzar un crecimiento equitativo y armónico.
Si bien el estado debe ser respetuoso del mercado, de la iniciativa
privada y de la libertad de asociación empresarial, no puede ni debe ignorar, y
menos tolerar, prácticas abusivas que envilecen la economía.
El mercado financiero en Colombia desde hace mucho tiempo está
desbordado, pero el estado no lo reconoce. Los gobiernos por temor a mostrarse
intervencionistas esperan y esperan, y terminan siendo complacientes con los
abusos. Esta permisibilidad ha ido acostumbrando al usuario a la indefensión y
a la resignación.
Es obligación perentoria de los estados intervenir los mercados cuando
los precios no son el resultado de la libre interacción de la oferta y la
demanda. Es inequívoco que en el mercado financiero colombiano, la oferta tiene
una posición articulada y dominante, que le permite colocar todas las
condiciones, mientras que la demanda debe acogerlas sin opciones ni
alternativas.
Los servicios financieros están regidos por normas positivas que se
remontan a 1.918, y que en teoría se fundamentan en una ecuación que privilegia
la equidad y equilibra la confianza de usuarios y de entidades depositarias de
la fe pública. Pero en la práctica, la relación entre clientes y
establecimientos financieros es desigual. Los servicios que se prestan, en la
mayoría de los casos, están regulados por “contratos por adhesión”, o sea, por
acuerdos impositivos, en que una de las partes coloca todas las condiciones y
la otra debe allanarse a cumplirlas.
Por solemnidad contractual, la utilización de las instituciones
financieras es forzosa e imperativa. Si las personas y empresas quieren dar
formalidad a sus actos mercantiles, tácitamente están obligadas a usarlos. Este
desequilibrio contractual es consuetudinario y universal, pero se torna
antipático, cuando el que impone todas las condiciones se muestra ineficiente y
prepotente frente al cliente que lo favorece con su confianza. Con todo, esta
condición asimétrica se vería parcialmente disminuida, si el usuario recibiera
servicios eficientes, competitivos y sobretodo buen trato.
Pero las quejas de los usuarios son inefables. Las respuestas a las
quejas, en ocasiones, causan hilaridad y son un formalismo ocioso. Los
flamantes Defensores del Consumidor y la tardía Superintendencia Financiera
reciben incontables reclamaciones, pero poco o nada hacen en favor del
mejoramiento del servicio. Esta situación está provocando justa animosidad,
deserción, y lo más grave, el crecimiento mimetizado de un sistema financiero
paralelo que peligrosamente bordea las normas que penalizan la usura y que
prohíben la captación masiva y habitual de ahorro público.
Muchos creen que los abusos en que incurren las instituciones
financieras se reducen a los exorbitantes costos de los servicios que prestan,
cuando en realidad la mayoría de ellos son invisibles para los ciudadanos y
ocurren con la complacencia de la Ley o por tolerancia de las autoridades.
Empiezo a perder las esperanzas que en Colombia haya alguien capaz de
instrumentar una verdadera reforma económica; Lo triste es, que es posible y
relativamente fácil, lo que falta es saber, y más que eso, valor para hacerlo.
De eso hablaremos en otra columna.
* Director y Socio de Rodríguez-Jaraba & Asociados. Consultor
Jurídico y Corporativo especializado en Derecho Comercial, Financiero y
Contratación Internacional. Profesor Universitario.
INCREÍBLE Y DESCONCIERTA QUE LOS CAFETEROS Y EL SECTOR AGRÍCOLA EN GENERAL DEL PAÍS SUFRIENDO POR FALTA DE RECURSOS Y APOYO, HOY LOS BANQUEROS ESTÁN DISFRUTANDO DE LO LINDO CON SUS ESPLENDIDAS UTILIDADES FRUTO DE LA EXPLOTACIÓN A SUS USUARIOS. PREGUNTAMOS, HASTA CUANDO SERÁN MÁS JUSTOS LAS AUTORIDADES O LIDERES DEL CONGRESO JUSTOS CON LOS MILES DE CIUDADANOS QUE TODAVÍA QUEREMOS A COLOMBIA ?
ResponderEliminarcuando será que el publo colombiano comienza a entender que El problema de todas estas políticas públicas se diseñan en las instancias centrales llámese congreso,cámara de representantes y gobierno legislativo etc? Por favor busquemos lìderes con mentalidades colectivas y no personalistas para hacer el cambio que necesita el país, de lo contratio seguiremos en el mismo círculo vicioso protestando desde las barreras,séamos protagonistas,concienticemonos para elegir autenticos líderes de clase.
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