Quienes construyen autarquías corruptas y reparten recursos a manos llenas sin generar condiciones para un crecimiento sostenible no son unos campeones: son unos tiranos populistas.
Ante todo, quiero manifestarle mis condolencias por el fallecimiento de su amigo Hugo Chávez. Era evidente la calidez de la relación que tejieron con él algunas personalidades del cine, como usted y Oliver Stone. No importa que haya sido una amistad superficial; a personas tan ocupadas como las figuras de Hollywood y los presidentes latinoamericanos no se les puede pedir mucha profundidad en ese campo.
El motivo de estas líneas es expresarle mi desconcierto por lo que usted dijo tras la muerte del mandatario venezolano: “la gente pobre del mundo ha perdido un campeón”. No voy a caer en la tentación de criticar a una estrella millonaria como usted, que disfruta su riqueza en Beverly Hills mientras apoya regímenes que persiguen la propiedad privada en América Latina. Cada cual es libre de ser lo que quiera, incluso un mamerto en Hollywood.
Lo que me llama la atención es que use el apelativo ‘campeón’, que suele reservarse para personas que hacen las cosas bien. Hugo Chávez no hizo las cosas bien. Usted dirá que redujo la pobreza de más de 50 por ciento de la población venezolana a menos de 30 por ciento, pero eso no es muy distinto de lo que hicieron otros países latinoamericanos gracias al crecimiento alcanzado en este siglo. Basta con mencionar el caso de Perú, que ha logrado una reducción de la pobreza mayor que Venezuela con políticas ubicadas en el otro extremo del espectro ideológico.
Permítame precisar los términos: hacer algo bueno por los pobres es propiciar un desarrollo económico que sea incluyente, pero también sostenible en el largo plazo. Ese no es el caso del modelo de Chávez. La economía venezolana depende casi exclusivamente del petróleo y el gasto público, tiene un déficit fiscal desbocado y una de las mayores inflaciones del mundo, depende cada vez más de las importaciones y padece de un monumental desequilibrio cambiario. Personas medianamente ilustradas como usted entenderán que un modelo como este es insostenible, y que cuando colapse dejará a los pobres sin medios para salir adelante y con una mano estirada para pedir más ayuda estatal.
Tampoco es bueno lo que hizo Chávez con las instituciones venezolanas. Aunque muchos elogian que hubiera ganado varias elecciones democráticas para mantenerse en el poder, olvidan que no se puede hablar de democracia cuando un mandatario persigue a la oposición, acaba con la libertad de prensa, gobierna por decreto, crea su propia milicia al margen de los mandos militares, y compra conciencias duplicando la nómina oficial y cuadruplicando la de PDVSA. Para cerrar con un broche de oro bolivariano, el haber iniciado un nuevo periodo presidencial sin que Chávez hubiera juramentado, y el que Nicolás Maduro se haya lanzado como candidato sin haber renunciado a la vicepresidencia, constituyen flagrantes violaciones a la Constitución venezolana.
Permítame una última precisión. Quienes construyen autarquías corruptas y reparten recursos a manos llenas sin generar condiciones para un crecimiento sostenible no son unos campeones: son unos tiranos populistas.
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