sábado, 9 de marzo de 2013

El hambre es tan peligrosa como el cambio climático


ELTIEMPO.COM,    03 de Marzo del 2013

El hambre es tan peligrosa como el cambio climático
Habitantes de la localidad india de Nagapattinam, afectados por el tsunami del 2004, intentan conseguir una ración de alimentos, en una repartición de un organismo humanitario.

Investigadores advierten sobre el riesgo de una crisis alimentaria en el planeta.

La humanidad enfrenta un panorama de problemas ambientales serios y sumamente interconectados, que incluyen desafíos de los que se habla mucho, como el cambio climático, así como la amenaza –igual de grave o más– para la supervivencia de organismos que sustentan nuestras vidas por ofrecer beneficios claves para el ecosistema, como la polinización de los cultivos y el control de pestes agrícolas.
Enfrentamos también otras muchas amenazas: la propagación de sustancias químicas sintéticas tóxicas en todo el mundo, grandes epidemias y una pronunciada caída de la calidad de los recursos minerales, el agua y los suelos, y de la accesibilidad a ellos. Las guerras por los recursos, además, ya están entre nosotros. Por ejemplo, si estallara una ‘pequeña’ disputa por los recursos nucleares entre India y Paquistán, esta confrontación podría suponer el fin de la civilización.
Sin embargo, creemos que la amenaza más seria para la sustentabilidad global en las próximas décadas será una sobre la que existe un consenso generalizado: la creciente dificultad de evitar hambrunas a gran escala. Como señala el Informe del Foro Económico Mundial del 2013, “la seguridad alimentaria global y la nutrición son preocupaciones mundiales importantes, en tanto nos preparamos para alimentar a una población creciente con una base de recursos que decrece, en una era de mayor volatilidad e incertidumbre”.
Cifras que asustan
De hecho, el informe destaca que “más de 870 millones de personas hoy sufren hambre y corren más riesgos como consecuencia de los fenómenos climáticos extremos y de las alzas de precios”. En consecuencia, “nunca se necesitaron con tanta urgencia medidas para mejorar la seguridad alimentaria”.
Pero todas estas advertencias subestiman el problema de los alimentos. Por ejemplo, las deficiencias de micronutrientes pueden afectar a otros 2.000 millones de personas. Y se minimizan otras muchas causas de vulnerabilidad: el potencial impacto de los trastornos climáticos en la agricultura y la pesca; cómo una alteración en el consumo de combustibles fósiles afectará la producción de alimentos; de qué manera la agricultura misma –un emisor importante de gases de tipo invernadero– acelera el cambio climático; y las consecuencias de un bombeo excesivo de agua subterránea y el deterioro progresivo de los suelos. De hecho, la agricultura también es una causa importante de pérdida de biodiversidad –y por ende una pérdida de servicios del ecosistema suministrados a la agricultura y a otras empresas humanas– así como una causa importante de toxicidad global.
Quizá más importante sea el hecho de que prácticamente todos los análisis suponen que la población humana tendrá 2.500 millones de personas más en el 2050, pero no se ocupan de buscar maneras para reducir esa cifra. El optimismo de muchos analistas respecto de nuestra capacidad para alimentar a toda esta población es bastante preocupante, considerando quemillones de personas hoy mueren anualmente de hambre, y muchas más están desnutridas y tienen una vida degradada. Si fuera tan fácil alimentar a un 35 por ciento más de habitantes, ¿por qué toda nuestra población actual no está bien alimentada?
Se suelen recomendar cinco pasos para solucionar el problema de la crisis alimentaria: dejar de aumentar la superficie de tierra dedicada a la agricultura (para preservar los servicios naturales del ecosistema); aumentar el rendimiento de la tierra donde sea posible; incrementar la eficiencia de los fertilizantes, el agua y la energía; volverse más vegetariano; y reducir el desperdicio de alimentos. A esto se podría agregar dejar de devastar los océanos, incrementar significativamente la inversión en investigación y desarrollo agrícolas, y poner en la agenda de políticas globales el tema de una nutrición apropiada para todos como un asunto prioritario.
Todos estos pasos requieren cambios en el comportamiento humano que se vienen recomendando desde hace mucho tiempo. La mayoría de la gente no reconoce la creciente urgencia de adoptarlos porque no entiende el sistema agrícola y sus complejas conexiones no lineales (y desproporcionadas) con los mecanismos que generan el deterioro ambiental.
Los recursos necesarios para alimentar a cada persona adicional en el futuro provendrán de fuentes más escasas, más pobres y más distantes; se utilizará una cantidad desproporcionadamente mayor de energía y se generará una cantidad desproporcionadamente mayor de gases de tipo invernadero.
Más de un milenio de cambios en los patrones de temperatura y precipitaciones, todos ellos vitales para la producción de cultivos, pusieron al planeta en un camino que conduce a tormentas, sequías e inundaciones cada vez más severas. Por lo tanto, mantener –ya no expandir– la producción de alimentos se tornará una misión cada vez más difícil.
Se necesita un movimiento popular que oriente la conciencia cultural para que ofrezca la “inteligencia operativa” y la planificación agrícola, ambiental y demográfica que los mercados no pueden proporcionar. Recién entonces podríamos empezar a ocuparnos seriamente del desastre demográfico y considerar los beneficios nutricionales y sanitarios de poner fin humanamente al crecimiento de la población, mucho antes de que lleguemos a los 9.000 millones de habitantes.
La mejor manera, en nuestra opinión, de lograr una reducción de la población es otorgarles plenos derechos y oportunidades a las mujeres, ylograr que la anticoncepción moderna y el aborto postconceptivo estén al alcance de toda la población sexualmente activa.
Aunque el impacto de estas medidas en la reducción de las tasas totales de fertilidad es una cuestión polémica, está claro que su implementación ofrecería beneficios sociales y económicos importantes, ya que permitiría que existan enormes reservorios de poder cerebral fresco para resolver nuestros problemas, a la vez que se salvarían cientos de miles de vidas al reducirse la cantidad de abortos inseguros.
Con escasa probabilidad
¿La humanidad puede evitar un colapso generado por el hambre? Sí, aunque las probabilidades de éxito hoy son de apenas el 10 por ciento. Por más absurdo que parezca, creemos que, por el bien de las generaciones futuras, vale la pena luchar para que suban al 11 por ciento.
Uno de nuestros más distinguidos colegas, el biogeógrafo y experto en energía James Brown, de la Universidad de Nuevo México, no concuerda. Él dice que las probabilidades de sustentar la civilización humana son de alrededor del 1 por ciento, pero piensa que vale la pena llevarlas al 1,1 por ciento.
Desarrollar inteligencia operativa y movilizar a la sociedad civil en pos de la sustentabilidad son objetivos centrales de la Alianza del Milenio para la Humanidad y la Biósfera (MAHB, por su sigla en inglés), con sede en la Universidad de Stanford. Quienes adhieren a la MAHB se suman a lo mejor de la sociedad civil en la lucha para evitar el fin de la civilización.
PAUL R. EHRLICH
Profesor de estudios de población del Departamento de Ciencias Biológicas de la Universidad de Stanford.
ANNE H. EHRLICH
Directora asociada y coordinadora de políticas del Centro para la Biología de la Conservación, de la misma universidad.
© Project Syndicate

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