EL TIEMPO.COM, CARLOS CABALLERO ARGáEZ, 08 de Marzo del 2013
Carlos Caballero Argáez
Colombia no quiso enfrentar la realidad a tiempo. Desde hace veinte años era necesario, por ejemplo, modificar la política laboral y la política agrícola.
Tal vez fue a Felipe Fernández-Armesto, el gran historiador hispanoinglés, a quien le escuché decir que "el cambio es la característica primordial de la historia". En Colombia no nos hemos percatado de ese principio elemental. Continuamos pensando que es posible vivir en un país que ya no existe.
Como la economía colombiana no se ajustó a las condiciones del mundo de finales del siglo XX, la mayoría de la gente cree que los problemas se resuelven si se aplican las recetas del pasado. Entonces, a estas horas, reaparecen la protección arancelaria y todo tipo de subsidios para los productores agrícolas.
El mundo cafetero de los sesenta años que transcurrieron entre los treinta y los ochenta del siglo pasado desapareció en 1989, cuando concluyó la era de los acuerdos internacionales del café, que se había iniciado en 1941. Esos acuerdos permitieron mantener altos los precios del grano mediante un esquema que establecía un precio de sustentación, retenía café en las épocas de precios bajos y lo soltaba cuando estos se elevaban.
La política cafetera tuvo como eje la reunión de productores y consumidores en Londres, en donde se negociaban cada cierto tiempo las cuotas de exportación y los rangos de precios. Al Fondo Nacional del Café, por su parte, le correspondía acumular inventarios en unas épocas y exportarlos en otras. Esas negociaciones eran difíciles; requerían habilidad y paciencia de parte de los encargados de realizarlas, en especial del gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, quien actuaba como un 'superministro'.
En sesenta años hubo tres gerentes que trataron con 35 ministros de Hacienda. Que los vieron desfilar por los salones de juntas de la Federación y cuyo poder frente a ellos era enorme y desigual. Porque la política cafetera no se formulaba ni en el Ministerio de Hacienda, ni en el Banco de la República, sino en el Comité Nacional de Cafeteros. Por eso se decía que uno de los requisitos para ser ministro de Hacienda e, incluso, Presidente de la República, era "saber de café".
En la actualidad las cosas son muy distintas. El café ya no es lo que era para la generación de divisas, si bien lo sigue siendo para generar empleo. Para efectos prácticos, además, el Fondo Nacional del Café no existe. No puede funcionar como antes porque no tiene recursos financieros. El café, quiérase o no, es un cultivo más, como las flores o el banano. Los precios del café los dicta el mercado internacional: la oferta y la demanda mundiales.
La tasa fluctúa "casi" libremente. La economía cambió y el café perdió importancia. Es la realidad, muy alejada de la nostalgia. Lo grave es que ni los cafeteros, ni sus autoridades, ni los gobiernos, quisieron creer que eso era así y continuaron suministrándoles oxigeno a los productores en épocas de vacas flacas. Ese remedio no atacó la raíz del problema; por el contrario, lo agravó. El café colombiano en general -hay dejar por fuera los cafés especiales- dejó de ser competitivo: se lo llevaron por delante el de Vietnam y el de muchos otros países.
Colombia no quiso enfrentar la realidad a tiempo. Desde hace veinte años era necesario, por ejemplo, modificar la política laboral y la política agrícola. Es evidente que con un salario mínimo tan alto (aproximadamente 550 dólares por mes con prestaciones) y la deficiencia de infraestructura física, los productos intensivos en mano de obra no pueden competir en el exterior. Se requería, además, transformar el campo, como lo hizo Perú.
Los paros de las últimas dos semanas y su solución son preocupantes y aberrantes. Por no actuar a tiempo, el Gobierno se dejó chantajear. Chantaje que pagaremos todos los colombianos
No hay comentarios:
Publicar un comentario