por: Carlina Toledo Patterson
El domingo pasado, solo un par de horas antes de que Yuliana Samboní fuese raptada -presuntamente- por Rafael Uribe Noguera, compartí en redes sociales la estremecedora columna de Germán Manga en Semana, titulada ‘Colombia, especialistas en asesinar mujeres’.
Al respecto de la columna y las cifras espeluznantes citadas, me preguntaba: ¿Será que las mujeres valemos algo para los hombres de este país? ¿Por qué será que los hombres creen que tienen el derecho de pordebajearnos, maltratarnos y asesinarnos? ¿Cómo puede la maldad llegar a puntos tan insospechados como en el caso de Dora Lilia Gálvez en Buga? ¿Las madres educamos hombres para que respeten a sus mujeres el día de mañana? ¿O les permitimos ser unos patanes?
Hoy, frente al infame secuestro, tortura, violación y asesinato de Yuliana, vuelvo y me pregunto exactamente lo mismo con respecto a los niños y niñas de este país, porque pareciera que ellos no valen nada. Pareciera que hay seres que piensan que tienen el derecho de hacer lo que les venga en gana con ellos. Pareciera que la maldad nos corroe. Y definitivamente, este país no está educando seres humanos íntegros para el futuro.
Llevo cerca de diez años haciendo todas esas preguntas en esta columna. Han sido muchas lágrimas, muchos los momentos desgarradores, muchas reuniones tratando de plantear soluciones, muchos discursos tratando de convencer y hasta un par de referendos perdidos. En esa larga década he visto que las mismas preguntas y denuncias las hacemos muchas periodistas y columnistas mujeres, demasiado pocos hombres, lo cual también es una gran incógnita que siempre he tenido. Claramente, no hay respuestas.
Lo ocurrido esta semana después de hacerse público el caso de Yuliana Samboní, es un campanazo de alerta. Hay muchos colombianos que ya están reaccionando frente a los hechos. No podría afirmar si es porque las redes bombardean con información constante, o porque de verdad los está empezando a ‘tocar’ que a diario maten y maten y maten con sevicia a niños, niñas y mujeres.
Muchos colombianos ya reaccionan y con pasión, ira, violencia. Es así porque también sienten que nada pasa. Sienten que la justicia en Colombia no es justa, no es efectiva y que además, eso no va a cambiar ni a corto, ni a mediano plazo. Razón tienen, porque por ejemplo según cita Paola Andrea Gómez en su columna de ayer en El País, la impunidad en delitos sexuales asciende al 95%. Estamos viendo entonces que muchos colombianos empiezan a radicalizarse y a ejercer la justicia por sus propias manos, lo cual es muy miedoso porque fácilmente el orden social se puede salir de su cauce.
Claramente las soluciones a todo lo anterior deben ser soluciones de fondo. Melba Escobar en su columna del miércoles en El País sugiere que nos debemos comprometer “con soluciones estructurales, con cambios en las instituciones y en la cultura”. Mi acuerdo con esta frase es absoluto, porque se deben generar cambios en la educación al interior del núcleo familiar, en las comunidades y en las instituciones educativas; cambios radicales en la Justicia para que sea eficiente y justa; y sin lugar a dudas, cambios en los medios de comunicación y la manera como abordan la violencia como viles aves de rapiña.
La pregunta evidentemente es, ¿quién tiene la capacidad para liderar este tipo de cambios? Tristemente, en el panorama actual no hay quién dé la talla, ni quien esté dispuesto a darse una que otra pela política para ello.
Reflexiones al tema pensional
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