Por: William Ospina, especial para El Espectador
Foto: Cristian Garavito - El Espectador
“Yo diría sí a este acuerdo precario e insuficiente siquiera para que por fin
podamos hablar de otra cosa”.
De ella depende una real superación de la violencia.
El papel de los ciudadanos frente al proceso de paz fue importante en
2016, pero un escritor que ha estudiado el tema a fondo reclama más
compromiso de cada uno y de todos.
Alguna vez, en tiempos del Caguán, le
preguntaron al Mono Jojoy si la guerrilla pensaba entregar las armas y
él respondió: “¿Usted cree que estarían hablando con nosotros si no
estuviéramos armados?”. Esa frase revela una de las claves de la manera
de gobernar de nuestra dirigencia.
Siempre he sido
partidario de los acuerdos que conduzcan a la desmovilización de los
insurgentes, al fin negociado de los conflictos, pero no dejo
de preguntarme por qué cada cierto tiempo se hace aquí una negociación
con los que se alzan en armas, pero nunca se escucha la voz de la
ciudadanía pacífica que reclama cambios históricos desde hace mucho
tiempo.
Dicen que hoy los guerrilleros pueden llegar a ser 20.000:
eso es apenas una tercera parte de los ciudadanos que acuden a la Plaza
de Bolívar a exigir, por ejemplo, la implementación inmediata de los
acuerdos.
En
el proceso de negociación que acabamos de vivir, el Gobierno siempre
dijo, con razón, que no estaba dispuesto a negociar el modelo económico y
social del país porque esas reformas no pueden ser el tema de una
negociación con la guerrilla. Colombia lleva décadas aplazando
las grandes reformas que necesita, y está claro que no puede ser con la
guerrilla con quien se acuerden esos cambios, pero sí tiene que ser con
la ciudadanía pacífica que paga sus impuestos, respeta la ley y exige un
verdadero proyecto de modernidad.
Cada vez que se discute
sobre el tema de la paz el Gobierno repite que la firma de los acuerdos
no es todavía la paz, sino una de las condiciones previas para que
echemos a andar la construcción de la paz, que será un ejercicio de toda
la ciudadanía. Ahora bien, ¿debe limitarse la ciudadanía a los
temas que el Gobierno ha acordado con la guerrilla, o tiene derecho a
formular sus propias expectativas?
En una democracia la
ciudadanía tendría que tener todos los derechos, pero a menudo siento
que nos sirven en el plato una ración de democracia tan estrecha que lo
único sobre lo que se puede opinar es sobre lo que los gobiernos
acuerdan con esos interlocutores sucesivos, afirmados en la fuerza de las armas, paradójicamente legitimados por su ilegalidad.
Desde
el plebiscito del 2 de octubre, las facciosas dirigencias colombianas
han retomado su costumbre de sentirse las únicas voceras de la nación,
aunque sólo el 20 % de los ciudadanos apoyó el Sí, sólo otro 20 % apoyó
el No y un 60 % les dio la espalda a los acuerdos. Los políticos se
defienden diciendo que esa abstención tan alta es una tradición nacional
y no un rechazo al sistema. Pero la verdad es que un apoyo entusiasta
no es.
Si hasta en Estados Unidos, donde la democracia es
un poco más visible y operante, la gente se ha expresado contra la
política tradicional, podemos presumir que aquí, donde todo el mundo
está insatisfecho del país que tenemos, esa negativa a participar por lo
menos indica indiferencia o desconfianza. Sería más entendible en una elección presidencial, pero no en un asunto tan vital, concreto y sensible como la paz.
Habría
que decirlo en términos más enfáticos: una paz a la que sólo apoya el
20 % del electorado y a la que el 80 % le da la espalda no sólo es poco
prometedora, sino que ni siquiera es auspiciosa para sus propios
protagonistas, y de entrada no parece tener garantías reales de
aplicabilidad.
Yo creo que este acuerdo no garantiza la
paz que promete, pero estoy seguro de que algunos políticos, o quizá
todos, quieren convertirlo en el tema del próximo debate electoral. Y
me parece un error que este acuerdo se convierta en el tema central del
debate electoral, porque la agenda nacional es mucho más amplia, y
porque, si se me permite decirlo, los principales temas de la agenda
nacional no están incluidos en el acuerdo. ¿Tendríamos que renunciar los
ciudadanos a nuestro derecho a exigir otro país, otra agenda nacional,
sólo porque no fue el tema que se discutió con la guerrilla? Ese es un
asunto sobre el que me parece urgente reflexionar.
A mi modo de
ver, tres grandes fallas estructurales tuvo este proceso de negociación,
incluso si obtuviera esta semana el apoyo de todos lo que rechazaron
los acuerdos en el plebiscito:
1. Ser un proceso diseñado a
espaldas de la gente, por supuestos expertos que lo único que intentan
es mantener intacto su protagonismo, lejos de la vereda y del barrio.
Hasta Pepe Mujica señaló lo que muchos hemos dicho: que la ciudadanía miró ese proceso como desde un balcón. Y
hay que añadir que la falta de voluntad del Gobierno para convocar a la
ciudadanía a formar parte del proceso, a ser quien recibiera a los
desmovilizados en la legalidad y garantizara su seguridad, sólo puede
entenderse por la desconfianza de la dirigencia en la gente, por el
temor de que el proceso de paz se convierta en un despertar de la
iniciativa ciudadana, pero es también la causa de que el acuerdo haya
sido respaldado de manera tan tibia.
2. El segundo defecto es ser
un proceso que pone el énfasis en el pasado y no en el futuro, por eso
se extenúan en la búsqueda de culpables y se pierden en inútiles e
inalumbrables laberintos jurídicos. Después de tantos años de
guerra, en la que se cometieron por parte de todos los bandos todos los
crímenes, las soluciones tienen que ser políticas y no jurídicas. Es
absurdo que quieran pasar de sesenta años de guerras en los campos a
sesenta años de tribunales y de acusaciones recíprocas, sin acceder
jamás al día siguiente de la guerra, al día de la reconciliación.
3.
El tercer problema es ser un proceso que no asume la modificación de
las causas profundas de la guerra ni de las condiciones que la hicieron
posible durante medio siglo. Una propuesta de paz sin verdadero
componente social parece diseñada más bien para impedir los grandes
cambios históricos que requiere la ciudadanía.
Son varios los temas centrales que no se tocaron en los acuerdos de La Habana. El
primero es la juventud. ¿Cómo se puede hacer la paz sin una política de
juventudes, sin una política de ingreso social, de empleo, de acceso a
la educación, de ejercicios de acompañamiento de los jóvenes a la
comunidad y de liderazgo cultural, cuando todos sabemos que en Colombia
la juventud es la guerra, y una de las razones de la violencia
es que muchos jóvenes no encuentran otro proyecto de vida que el que les
brindan el ejército nacional, las guerrillas, los paramilitares, las
bandas criminales, el narcotráfico, el microtráfico y las mil variedades
de la delincuencia común?
El segundo es el tema urbano. ¿Cómo se puede hacer la paz sin un proyecto urbano verdaderamente renovador en términos económicos y sociales? El
tema urbano, por supuesto, escapa a las consideraciones de un conflicto
que se postula como fundamentalmente agrario y rural. Pero una paz que
no se pregunte por el presente y el porvenir de nuestras ciudades no
puede prometernos una sociedad mejor.
El tercero es el tema cultural. ¿Quién puede negar que la cultura es central para superar nuestra crisis de convivencia? Sin
embargo, ni al Gobierno ni a la guerrilla, ni a la clase política,
parece preocuparles el tema de la convivencia, no entienden que ese sea
fundamentalmente un tema cultural: de diálogo, de memoria histórica, de
solidaridad, de reencuentros, de ejercicios colectivos, de creatividad,
de imaginación, de símbolos, de relatos del país que hemos vivido todos y
del país que tenemos que proponernos juntos.
¿Y de veras creen
que el problema del narcotráfico puede resolverse dentro del esquema de
la fracasada política contra las drogas, de la fumigación de cultivos o
su erradicación manual, de la guerra convencional contra el narcotráfico
y de la criminalización del consumo? ¿Hasta cuándo nos van a hacer
creer que sin enfrentar de otro modo el problema de la droga, que una
política imperial equivocada ha hecho crecer en los últimos cuarenta
años, y que nos ha costado ya tanta sangre en vano, será posible superar
en Colombia el problema de la violencia?
Con todo, el tema más
importante y más urgente, y que compromete a todos los otros, es el tema
ambiental. Porque el cambio climático se ha convertido en el tema
prioritario y desesperadamente urgente de la agenda global: la
sustitución de fuentes de energía, la incorporación inaplazable de las
energías limpias al modelo energético, la reforestación, la protección
de los páramos, la salvación de las cuencas, la recuperación de los
ríos, la defensa del agua.
A eso se añade el tema de la salud
pública vinculada a una estrategia de alimentos, de higiene y de
educación, el tema de una nueva relación con la naturaleza, y el tema de
la educación enfrentada al desafío de no formar solamente operarios y
técnicos sino ciudadanos conscientes de su país y de su época, y seres
humanos responsables enfrentados a la crisis de la civilización.
El
acuerdo es una de las condiciones de la paz, pero la paz es algo mucho
más amplio e igualmente urgente. Y no creo que limitarse al acuerdo sea
el camino para llegar a la paz amplia y generosa que el país requiere.
Tal vez los otros temas no haya que discutirlos con la guerrilla en la
mesa de negociación, pero sí hay que discutirlos con la ciudadanía.
Siempre
nos dicen: de eso hablamos más tarde, por ahora, lo urgente. Pues no.
Durante cincuenta años no se podía hablar de las grandes reformas que el
país necesitaba porque había una guerra, estábamos siempre en
emergencia, lo urgente era otra cosa. Ahora no se puede hablar de las
grandes reformas que el país necesita, porque lo urgente es terminar la
guerra. Pero también nos dicen que ni siquiera estamos terminando el
conflicto, sino uno de los factores del conflicto. De modo que esa
gradualidad que nos plantean no es más que una coartada. Equivale a
decir: por ahora hablamos con el que nos amenaza, ya llegará el tiempo
para hablar con el ciudadano. Pero como nunca se resuelven los problemas
de fondo, siempre surgen y surgen nuevos factores de perturbación y de
amenaza, y el día de la ciudadanía no llega nunca.
Entonces es
esto lo que quería decir: que la ciudadanía no puede esperar a que
llegue su día, porque el día de una ciudadanía pasiva, que simplemente
espera, no llega nunca. Que firmen el acuerdo con la guerrilla y que lo
implementen enseguida si pueden, que el Gobierno responda por su
cumplimiento y por sus beneficios, con las herramientas que ha puesto en
sus manos la Constitución, que firmen acuerdos con todos los actores
armados, que se desmovilicen y se reintegren a la legalidad, ahora que
saben que la guerra es inútil y nadie va a ganarla. Esa es una tarea que
debe cumplir el Gobierno, ojalá con la participación de los ciudadanos.
Pero que el debate sobre las grandes reformas que el país requiere, el
debate sobre los cambios estructurales que nos pongan de verdad en el
siglo XXI y en la modernidad, no se convierta en el último punto de la
agenda pública.
Es urgente debatir sobre una economía que ha sido
revertida al extractivismo del siglo XVI, sobre la contracción agrícola e
industrial que puso al país a depender sin que nadie lo admita del
negocio de la droga y del lavado de activos. Es urgente repensar el
orden territorial para superar la maldición del centralismo. Y todo eso,
¿para cuándo lo dejaremos? Yo diría sí a este acuerdo precario e
insuficiente siquiera para que por fin podamos hablar de otra cosa, para
que por fin le abramos las puertas, no al futuro, sino siquiera al
presente del mundo para las nuevas generaciones.
Se sabe que todo
esto tendrá que pasar, tarde o temprano, por un proceso constituyente. Y
hasta lo mejor es que no sea todavía, para que la ciudadanía, y sobre
todo las nuevas generaciones, tengan tiempo de preparar ese debate
apasionante. Pero yo señalaría desde ya una necesidad de método para
superar el estilo que se vivió en la Constituyente del año 91. Hay que
superar los vicios del santanderismo: eso de pensar que el orden
constitucional es un mero tema formal y jurídico. No hay que debatir
sobre el orden del país en términos meramente técnicos y jurídicos, eso
corresponde más bien a un proceso final de redacción y de debate. De lo
que se trata es de formular los temas y los problemas en términos
directos y prácticos, en un diálogo que vaya mucho más allá de las
disciplinas académicas, que tenga que ver con la vida real de los
ciudadanos en este territorio y en esta época.
Estamos en el
cuarto país más desigual del mundo; estamos destruyendo la más exquisita
fábrica de agua del planeta; estamos permitiendo la extenuación de
nuestros ríos; la economía extractiva está sacrificando el territorio;
estamos en mora de asumir el desafío pionero de instaurar el cambio del
modelo energético: nos dirán que ese es un desafío para los países
avanzados, pero si fuimos capaces de echar a andar en su momento, hace
más de un siglo, la segunda aerolínea comercial del mundo, por qué no
vamos a echar a andar entre los primeros la energía eólica y la energía
solar en esta franja privilegiada por el sol de la región equinoccial;
un diseño económicamente irracional nos sigue dejando en manos del
narcotráfico y del lavado de activos; estamos en mora de emprender un
proyecto masivo de reforestación que podría ser un camino para brindar
ingreso social y destino solidario a una multitud de cientos de miles de
jóvenes que necesitan integrarse a la economía, a una dinámica de
responsabilidad histórica y a un proyecto nacional con sentido global;
estamos necesitando rediseñar nuestro modelo democrático para corregir
los gravísimos males del clientelismo y de la manipulación de
electorados, y para superar un esquema de indiferencia ciudadana y de
apatía política que nace de la exclusión, de la corrupción y de la falta
de pasión y compromiso; estamos urgidos de fortalecer un proceso de
conocimiento y de orgullo del territorio, rediseñar nuestra agricultura,
potenciar nuestra industria atendiendo a las prioridades ambientales de
la época; necesitamos asumir el liderazgo que nos corresponde en un
país que participa de las grandes regiones físicas y culturales del
continente; tenemos tareas minuciosas y apasionantes para décadas, y es
de eso que no quieren que hablemos, quieren que nos resignemos a la
mezquina agenda que nos receta nuestra dirigencia, y a la que ella misma
ni siquiera parece capaz de echar a andar. Superemos de verdad el
conflicto, superemos las causas reales de tanta violencia, de tanto
atraso y de tanta brutalidad, en el país con más desaparecidos del
hemisferio occidental, exijamos también democracia ya, energías limpias
ya, juventud con futuro ahora, que llegue el momento de debatir todos
los temas, y que llegue por fin el día de la ciudadanía.
*Poeta,
novelista, autor de libros de ensayo como Las auroras de sangre, ¿Dónde
está la franja amarilla? y Pa’ que se acabe la vaina.
Reflexiones al tema pensional
http://jujogol.blogspot.com. co/
http://jujogol.blogspot.com.
Vulgar: De nosotros y no de ellos depende una real superación de la violencia y manejo de nuestras regiones http://jujogol.blogspot.com/2016/12/el-dia-de-la-ciudadania.html?spref=tw
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