Desde hace muchos años se ha venido diciendo que varias ciudades del país, entre ellas Cartagena y Medellín, se han convertido en grandes burdeles (como calificó a ésta un canal de la televisión inglesa, lo cual tanto indignó a las autoridades paisas), con el agravante de que se trata en muchos casos de la explotación de menores de edad de ambos sexos.
Pero sólo hasta esta última semana se han conocido, en buena hora, algunas acciones efectivas de las autoridades para desmantelarlas.
Tal vez el caso más dramático se dé en Cartagena, en donde, con el auge de turistas y cruceros, ha llegado la plaga de sinvergüenzas que vienen a Colombia a realizar acá sus repugnantes prácticas con menores de edad. Es por eso que, me decía un empresario cartagenero, resulta tan difícil conseguir mano de obra para los trabajos formales, pues muchos jóvenes prefieren la prostitución, en la que se ganan entre 150 y 400 dólares por hora, en vez del salario mínimo.
Cientos o miles de familias pobres de la ciudad viven de la prostitución de sus hijos e hijas, ya que, entre otras cosas, el Estado los tiene totalmente abandonados. Esa es la gran tragedia de la ciudad en la que uno pasa de ver las casas de los ricos y los apartamentos de lujo a los barrios pobres en cuestión de unas pocas cuadras. Pero, claro, esos ricos no ven eso porque no tienen tiempo sino para pensar en sus comodidades, sus yates y sus suntuosas fiestas, en tanto sus conciudadanos subsisten sin siquiera tener todos los servicios públicos garantizados.
La Heroica, como le dicen, se ha convertido, después de Tailandia, en el segundo lugar del mundo en ofrecer servicios de prostitución infantil a quienes vengan a buscarlo. Tal vez muchos no han hecho el ejercicio, como tuve la oportunidad de hacerlo una vez, de pararse cerca de donde se bajan los turistas de sus cruceros para ver a los menores ofreciéndose como mercancías sexuales, ante la mirada cómplice de las autoridades, sin que ninguna administración haya hecho nada para evitarlo. Y, la verdad, no es culpa de la Policía, que cuenta con un eficiente grupo de agentes y oficiales para proteger a los menores y a los adolescentes. Es culpa de nuestros gobernantes y, por supuesto, de los malos alcaldes que ha tenido la ciudad. Me duele decirlo, pero Cartagena se ha convertido en un gran burdel.
Lo mismo está pasando en Medellín, en donde sólo hasta ahora se están tomando medidas, como iniciar la extinción de dominio de los lugares en donde los proxenetas explotan a los menores. Y ojalá eso no se quede sólo en anuncios de prensa del alcalde Gaviria. Ya la directora del Bienestar Familiar, la doctora Cristina Plazas, ha dicho que apoya esta medida. Pues ojalá sus palabras se conviertan en hechos, pues este flagelo sólo puede acabarse con mano dura y sin contemplaciones.
Notícula: Bastante bien le resultó al alcalde Gustavo Petro el tatequieto a las mafias de los transportadores en Bogotá. Ojalá persista en esta decisión.
Felipe Zuleta Lleras | Elespectador.com
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