Por: Margarita Londoño |
Ahora que el ébola aterroriza al mundo se corre un peligro mayor al de contagiarnos, que se nos olvide una peste endémica de América Latina y a la que todavía no se le encuentra cura: la corrupción.
Dicen que el virus africano llegará a contagiar más de 10.000 personas semanales, en una proyección verdaderamente escalofriante. Además el 70 % de esas personas fallecerán según las estadísticas. Pero ¿cuántas personas mueren por el saqueo permanente de los recursos del Estado? ¿Cuántas EPS malgastan o desvían dineros de la salud, cuántos contratistas se embolsillan el presupuesto de una vía, de un puente, de una escuela?
En Argentina, la familia Kirchner se enriqueció de manera vertiginosa abusando del poder, en Brasil, basta escuchar los debates entre los dos candidatos para la segunda vuelta presidencial para quedar escandalizado por las acusaciones de corrupción y nepotismo. En Venezuela es tanto el abuso del poder por parte del chavismo que ya nadie siquiera se toma el trabajo de llevar la cuenta de los enriquecimientos ilícitos de la boliburguesía. Ni hablar de Nicaragua, México, Panamá o Paraguay. Pocos países escapan de la maldita peste de la corrupción.
En nuestro país es igual, los esfuerzos de transparencia y de control han terminado tristemente cayendo en investigaciones ineficientes, destituciones inútiles y robo, mucho robo. Un Emilio Tapia, parrandero y sinvergüenza es la muestra patética de que nuestra justicia no ha podido detener el virus de la corrupción. Ese contratista pagará unos pocos años y saldrá a disfrutar su multimillonaria fortuna acumulada a costa de todos nosotros.
Unos Nule o unos Morero, o unos alcaldes y gobernadores enriquecidos con las regalías y apoderados de todo tipo de mecanismos de saqueo, como las licencias de construcción, la adjudicación a dedo de los contratos, la entrega de subsidios y los sobrecostos en las obras, son la constante a lo largo y ancho de Colombia. Lo raro es la honestidad, la excepción son los gobernantes limpios, transparentes. Son tan pocos que se pueden contar con los dedos de la mano.
Pero estamos aterrorizados con el ébola… y embelesados con la promesa de que si se firma la paz tendremos un crecimiento desbordado. Es verdad, si no llega el ébola y si llega la paz estaremos mejor, mucho mejor que lo que estaríamos si tenemos una crisis sanitaria o si seguimos gastando miles de millones en la guerra.
Sin embargo, cuánto mejor estaríamos si la norma fuera la administración de nuestros recursos de manera eficiente y transparente. Cómo crecería Colombia y América Latina si los gobiernos y los mecanismos de control funcionaran en defensa del bien colectivo y no de intereses privados. Quien respeta lo público también respeta a sus compatriotas y por ende respeta las leyes y la democracia. Los demás no son gobernantes, son bandidos, simple y llanamente.
¡Qué tristeza que nos gastemos tanto tiempo discutiendo como juzgar a los principales dirigentes del país, los llamados “aforados”, por el temor a que abusen de su poder! La norma elemental debería ser que no necesitaran ser vigilados para ser honestos. Pero así no es la cosa, ni aquí ni en nuestro continente que se contagia de corrupción tan fácilmente como se contagian de ébola en el África Occidental.
Es la economía, estúpido, dijo Clinton para señalar la importancia del tema en el crecimiento de un país; pues en América Latina habría que decir: ¡es la corrupción, estúpidos! A ver si entienden los políticos el verdadero asunto a resolver.
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