jueves, 16 de octubre de 2014

La degradación del poder

ÓSCAR NARANJO 9 de marzo de 2014


La composición del Congreso empezará a dibujar el mapa real de la distribución del poder político.
Con el sugestivo título El fin del poder, el intelectual y uno de los académicos más carismáticos del continente, Moisés Naím, columnista habitual en estas páginas editoriales de EL TIEMPO, nos conduce con inteligencia al análisis sobre el tema crucial de la degradación del poder y sus consecuencias en el mundo político, empresarial, militar, universitario, de los medios de comunicación y la filantropía.
La detallada descripción del autor, que abunda en hechos, cifras y datos y se sumerge en la profundidad de las ciencias sociales, la economía y la política, le permite al lector develar las causas que explican las crisis de gobernabilidad y particularmente armar las piezas de un confuso escenario de gigantescas transformaciones que han degradado el poder.
Simultáneamente, en un esfuerzo riguroso, identifica cuáles son los desafíos más apremiantes que enfrentan nuestras democracias, caracterizadas hoy por la enorme desconfianza que los ciudadanos sienten por las instituciones, sus gobernantes y sus líderes.
“Empresas que se hunden, militares derrotados, papas que renuncian y gobiernos impotentes y cómo el poder ya no es lo que era” son el punto de partida y el panorama que reconstruye Naím, donde lo que él denomina “las revoluciones del más, de la movilidad y de la mentalidad” son factores que han contribuido a debilitar las barreras tradicionales del acceso al poder que servían para proteger a quienes lo detentan. La realidad de alta volatilidad que se nos describe muestra que hoy es más fácil acceder al poder, pero también que es más difícil usarlo y mucho más complicado conservarlo.
La multiplicación aspiracional de millones de seres humanos, que, apoyándose en los grandes logros en reducción de pobreza, avances científicos, tecnología, salud y educación, ha llevado a estos ciudadanos a reclamar con indignación que la política no se mueve a las velocidades del cambio y no es efectiva en la respuesta a las nuevas demandas de la sociedad.
Este es el telón de fondo, donde los políticos se juegan su poder degradado y enfrentan la inconformidad de electores que se expresa por múltiples canales de comunicación, y configuran una especie de constelación de micropoderes que han ido erosionando estructuras tradicionales.
En la noche de hoy, la composición del Congreso empezará a dibujar el mapa real de la distribución del poder político y permitirá, seguramente, conocer cuál es el balance entre la política de viejos partidos, los nuevos movimientos y líderes emergentes, los inconformes que se expresan a través del voto en blanco y el caudal de apáticos que se refugia en la abstención.
Cualquiera que sea el resultado, el reto para quienes asuman el liderazgo en nuestra representación deberá trascender, porque inspira confianza aplicando una combinación de efectividad soportada en principios, y más allá de la agenda legislativa que impulsen logren persuadirnos de que es posible construir un proyecto común de país, que como mínimo derrote la violencia y restablezca la convivencia.
El gran proyecto común y la oportunidad para unirnos es, justamente, la meta de la paz que supone recorrer un complejo camino para poner fin al conflicto, como ha sido el propósito de la negociación de La Habana. Si la paz no es un argumento convincente para canalizar la energía de las fuerzas políticas, tristemente el poder aún degradado estará condenado a servir a los intereses de la guerra. Y si no hay proyecto común, pedimos que por lo menos brillen más las ideas que los fogonazos de la descalificación personal.
General Óscar Naranjo

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