No se sabe cuál de los gurús que a veces le aconsejan salidas en falso al presidente Juan Manuel Santos le hizo en esta ocasión una propuesta razonable: invitar públicamente, a través de su cuenta en Twitter, al senador Álvaro Uribe Vélez, su opositor más feroz en el terreno de la paz, a conversar sobre el proceso que su gobierno adelanta con la guerrilla de las Farc en Cuba.
“Con criterio patriótico”, fue el llamado que le hizo Santos. Nada descabellado que su principal crítico, representante de una buena parte del sentir nacional, hable de los reparos que tiene al proceso. Se nos hace incluso necesario para la refrendación popular del acuerdo final. Es apenas lógico que, si pretendemos la reconciliación, se envíen desde el liderazgo político los mensajes coherentes.
Invitación hecha y rechazada: el senador Uribe no sólo no se pronunció al respecto sino que al otro día entregó, también vía Twitter, una serie de datos que distan mucho de su rol de opositor. O mejor, que no se sabe cómo consigue ni a través de quién, para filtrarlos luego, rápidamente y sin pudor alguno, a la opinión publica: antes que el Gobierno, antes que los medios, antes que todo el mundo. Es evidente que el expresidente tiene un gancho en medio de la guerra. Algo que va mucho más allá de sus funciones como congresista.
¿Que es por el bien de la patria? ¿Que con esa información el país puede analizar con más sensatez lo que sucede en Cuba? No tanto, la verdad. Lo dado a conocer es lo esperado dentro de un proceso como este: que otros miembros de la guerrilla (Pacho Chino, Wálter Mendoza, Matías y Leonel, mandos guerrilleros cercanos a Pablo Catatumbo, como nos lo reveló el expresidente) van al proceso de paz como líderes de esa organización ilegal. Y es lógico, también, que se les suspendan las órdenes de captura por las cuales la justicia colombiana los persigue. Lo único inesperado es que sea un senador el que le haga a Colombia estos anuncios, como si fuera el presidente en ejercicio.
Y no es nuevo. El año pasado, en abril, el senador Uribe también reveló la primera operación de traslado de guerrilleros, con pelos y señales: ¿no es esa una información delicada que pone en juego la seguridad nacional? Y la sospecha se tendió en su momento, por supuesto, sobre mandos militares, soldados en medio de la operación y organismos de inteligencia. Las autoridades involucradas nos dijeron que se abrirían investigaciones, porque un boquete de información de esa clase no podía estar abierto al acomodo y la curiosidad de un ciudadano, por más expresidente que fuera. Pero nada. Seguimos en lo mismo. Y eso que contamos con una Ley de Inteligencia, que de este modo queda claro que se viola sin empacho.
¿Por qué el senador Uribe conoce esta información? ¿Cómo la consigue? ¿Quiénes son esas fuentes primarias que le deben obediencia al jefe del Estado? ¿Se va a quedar el aparato estatal con los brazos cruzados? Así parece. Mucho más allá de un escandalito mediático, poco es lo que hace para solucionar el problema.
No nos queremos imaginar lo que hubiera hecho o dicho u oficiado el expresidente Uribe si estas fueran sus operaciones, si estas fueran sus estrategias de manejo en un proceso de paz y si un senador de la República, opositor suyo, con una clara infiltración en el Ejército, las revelara de un plumazo. El doctor Uribe debería entender que tanto abandonar este manejo político irresponsable de información reservada como aceptar el debate de ideas y conocimiento del proceso de paz al que ha sido invitado no significa claudicar en sus ideales o sus batallas políticas. La oposición política es bienvenida. Jugar con candela, no.
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