A fines del 2014, el Gobierno viajará por Europa para crear "un fondo para la paz" con el apoyo de los europeos. Inquietudes con un europeo imaginario.
Cómo somos de creativos: el Plan Marshall es la idea más moderna de los años cincuenta, y Marshall, su autor, murió en 1959. Ahora, a fines del 2014, el Gobierno viajará por Europa para crear “un fondo para la paz” con el apoyo de los europeos, una especie de Plan Marshall, según el presidente Santos. Como la idea me parece preocupante, decido hacer explícitas mis inquietudes en una conversación con un individuo proveniente de cualquier país europeo –un pariente europeo imaginario–, con el objeto de tantear su reacción frente a estas demandas colombianas.
Para entrar en contexto, es necesario aclarar que al europeo promedio nuestro país siempre le ha generado curiosidad porque, como dirían ellos, es “young and convoluted” (“joven y convulsionado”). Lo consideran el paraíso de la aventura, en contraste con el aparente desarrollo europeo, donde las emociones por lo inesperado son escasas.
Una vez planteada la estrategia anotada, la pregunta obvia del sorprendido europeo es: “¿Qué es lo que ustedes esperan de los europeos? Porque si alguien necesita un apoyo para salir de esta difícil situación, somos nosotros, ¿no crees?”. “Sí –le respondo–, hasta Alemania, que se veía tan fuerte, ya tiene amenazas de recesión, para no hablar de España, que sigue luchando por salir adelante”. A lo que el interlocutor responde: “Bueno, si ustedes son conscientes de eso, ¿por qué vienen precisamente ahora a buscar fondos?”. Un poco apenada, le confieso: “Realmente lo que buscamos es contar con la solidaridad de ustedes para avanzar en una paz sostenible”. “Mira –me mira a los ojos el europeo–: vamos a ser claros y directos.”
“A ver, por favor, explícame”, le imploro. “¿Acaso no tienen ustedes la economía más dinámica de América Latina, la única que no se está desacelerando, según su presidente y su ministro de Hacienda, e, inclusive, catalogada así por J. P. Morgan, una especie de papa económico?”, me confronta. “Sí, es verdad –le respondo–, pero tú sabes bien que la paz, o su paso inmediato, el posconflicto, vale todo el dinero del mundo.” “Perdóname –dice mi interlocutor–, con todo lo que quiero a tu país convulsionado, ¿por qué nos van a poner a pagar a los europeos, medio quebrados, una cuenta que ustedes mismos crearon?” “¿Cómo así?”, lo increpo. “Sí –me explica–: ustedes tienen una de las peores concentraciones de ingreso de América Latina, la región más desigual del planeta, y, además, ni se sonrojan; su concentración de la tierra es absolutamente vergonzosa. Los latifundistas cada día tienen más tierra y los campesinos menos.” “Sí, es verdad –le reconozco–, pero...”
“Pero qué... –continúa el europeo–. En tu país no pagan impuestos los más adinerados, cuando en la lista Forbes de los millonarios del mundo aparecen cuatro colombianos. Y cada vez que el Gobierno trata de imponerles impuestos, para que sean ellos y no sus empresas las que paguen, se encargan, tú sabes, de impedirlo. Muchos lo han dicho, ‘my friend’ –me dice–; con 14 por ciento de impuestos sobre el PIB no solo es imposible financiar al Estado, sino que a nosotros, que pagamos muchísimo más, no nos va a gustar para nada pagar con nuestros impuestos las necesidades de ustedes. Queremos a los colombianos pobres, pero no a sus ricos, que son tan insolidarios. Te cuento, no te imaginas los apartamentos que tienen en París, por ejemplo, y lo asiduos que son a la avenue Montaigne y no a los Champs-Élysées, que son más populares.”
“¿Entonces no nos van a dar nada?”, le pregunto, y él, con una sonrisa amplia, me responde: “Claro que sí, ‘my friend’; les vamos a dar lo de siempre.” “Pero ¿qué es lo de siempre, si ustedes nos sacaron de la cooperación para el desarrollo?”, le digo con preocupación, a lo que contesta mi interlocutor: “Por lo mismo, les vamos a dar lo de siempre, te repito”. “Y qué es eso?”, pregunto. “Pues promesas, promesas y promesas. Los europeos somos solidarios con esas revoluciones que nos fascinan. Siempre y cuando estén bien lejos.” Y así se despide mi pariente imaginario.
Cecilia López Montaño
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