Debe haber conmigo muchos colombianos que ven por enésima vez involucrada en una de tantas reformas tributarias, la propuesta de castigar con cárcel a los evasores de impuestos … Y quizás, también conmigo, muchos colombianos quedarán clavados con nuevos impuestos, y los evasores con las manos libres para seguir robándose los impuestos.
Tiendo a creer que se trata de un caramelo que nos dan, o mejor, una especie de perversa anestesia que utilizan para bloquear nuestra protesta ante el hecho de que, si bien, vamos a quedar más gravados, al menos guardamos la esperanza de que los ladrones de los impuestos que pagamos terminarán en la cárcel.
El final de este cuento, no es feliz: cuando la respectiva reforma tributaria sale a sanción presidencial, el paquete de nuevos impuestos que nos toca pagar, sale incólume, y la propuesta de cárcel a los evasores (el caramelo), se queda en los laberintos del Congreso a espera de una nueva oportunidad.
¿Será ésta vez? No creo. Ya es un hecho que el Congreso de Colombia –no el único en el mundo—ha sido capturado por el poder económico, dueño también del poder político, en virtud de lo cual, todas las leyes que surten trámite en sus dominios pasan, si y solo si no son lesivas a los intereses del gran capital.
Y la siguiente pregunta resulta obvia: ¿Quiénes son los que eluden y evaden impuestos? Responder esto es ofender la mediana inteligencia del ciudadano promedio.
¿Quién osaría discutir que eludir o evadir impuestos es un acto criminal que atenta contra la solidaridad social que soporta un mínimo de adecuado equilibrio entre ricos y pobres, imprescindible, además, para que los países no se precipiten en el abismo de la injusticia tributaria?
Es decir, robarse los impuestos no requeriría ni siquiera una ley formal de penalización, pues, de hecho, si resulta penal arrebatarle al vecino su cartera, mucho más quedarse con la plata de todo el vecindario.
Y, de contera, si se miran bien las cosas, los ladrones ni siquiera son del barrio: son extranjeros que vienen, ven y vencen, como el gran Julio César… por supuesto sin las penurias que debió haber sorteado el emperador, pues, las maniobras de las corporaciones transnacionales se ven favorecidas en un contexto institucional que premia el libre movimiento de capitales en medio de una azarosa competencia de los gobiernos neoliberales por atraer las inversiones externas.
En tan propicio escenario, el delito de eludir y evadir impuestos se ha convertido en una empresa de ladrones comunes que se mueven en una economía globalizada, disfrazada de “libre”.
Colombia se mofó hace muchos años del presidente Julio César Turbay Ayala (1978-1982), cuando dijo que la corrupción había que reducirla a sus justas proporciones. Ayer, nada más, el director de la DIAN, Santiago Rojas, revela que la sola evasión de impuestos por IVA alcanza los 15 billones de pesos al año y, “la idea a través de la implementación de la factura electrónica es reducir del 22% al 11% la evasión de ese tributo que pagan los colombianos en cada compra o servicio”.
Y estamos hablando de una sola modalidad de elusión y evasión fiscal. Otra es la modalidad de los llamados paraísos fiscales. Es impresionante la masa monetaria que se calcula que se esconde en usas guaridas financieras. Según la OCDE 240.000 millones de dólares anuales.
¿Cómo cabe tanta evasión y elusión fiscal? Nada de esto sería posible, no al menos tan descaradamente, sin la complicidad de los gobiernos que, como en el caso de Colombia, miran a otro lado ante la evasora conducta de las multinacionales y el fraude fiscal de los potentados…
Es más, bajo el paraguas de meterlos a la cárcel, como se vuelve a pregonar desde la reforma tributaria que anda en curso, lo que se hace es crearles más estímulos a la inversión extranjera, flexibilizar sus obligaciones bajo otra fementida promesa: generar empleo.
Fin de folio.- Tal vez, vamos a averiguarlo, el único evasor de impuestos en el mundo que terminó en la cárcel, fue Al Capone.
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