ELTIEMPO.COM, Por: GABRIEL SILVA LUJáN , 12 de Enero del 2014
Gabriel Silva Luján
La nueva polarización, que se está cocinando, no es otra cosa que la llegada de la lucha de clases, en firme, a la política colombiana.
En 1848, Marx y Engels publicaron El Manifiesto Comunista. Allí aparece la famosa frase “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Su publicación coincidió con una oleada de insurrecciones, manifestaciones y protestas populares contra la explotación y el orden establecido. Es entonces cuando nace, para quedarse, la lucha de clases. De allí en adelante, la política europea estaría signada por el pulso entre la nobleza latifundista, la burguesía y el proletariado.
En la política colombiana, históricamente, la lucha de clases ha jugado un papel marginal. El descontento social encontró refugio en el Partido Liberal o en movimientos populistas como la Anapo. El Partido Comunista y los socialistas fueron modestos actores ideológicos. Pero eso está cambiando.
Parafraseando a Marx y Engels, un fantasma recorre el país. Es el fantasma de una nueva división de la nación, ya no por sectarismos, por personalismos o por clientelismos. Hay señales que sugieren que avanza la confrontación entre la izquierda y la derecha; entre los ricos y los pobres; entre el pueblo y las élites. La nueva polarización, que se está cocinando, no es otra cosa que la llegada de la lucha de clases, en firme, a la política colombiana. Para confirmarlo solo basta recordar las movilizaciones que paralizaron el país el año pasado.
La retórica contra el capitalismo y la economía de mercado, que, por décadas, estuvo confinada a las cafeterías de las universidades, hoy ha adquirido una aceptación creciente. Se está colando por las rendijas una actitud estatista, intervencionista, enemiga del libre comercio y de la libertad de empresa.
Sería tapar el sol con las manos negar que, electoralmente, la izquierda ha dado un quantum leap en las dos últimas décadas. La realidad es que los defensores de la lucha de clases han construido redes de simpatizantes y han aprendido a usar el clientelismo –en la forma antigua– para consolidar potentes feudos electorales. De los veinte mil votos que sacaba Gilberto Vieira –el eterno secretario general del PCC– a los cientos de miles que obtienen hoy las corrientes contestatarias existe una gran diferencia.
El liderazgo de la izquierda ha mejorado cualitativamente en retórica, capacidad de comunicación y habilidad política. Hay mucho trecho entre los mamertos panfletarios del pasado, que no le movían la aguja a nadie, y los líderes contemporáneos, como el senador Robledo, Iván Cepeda o Clara López, que tienen una capacidad de convocatoria con la que nunca habían contado los promotores de la lucha de clases.
Papayazos como la destitución de Petro y de Piedad Córdoba no ayudan. Esas decisiones le han creado a la lucha de clases nuevos mártires y una legitimación sin precedentes al argumento de que hay una conspiración de la derecha y de las élites contra los líderes populares.
A esto hay que sumarle el hecho de que las Farc ya empiezan a calentar motores electorales, entre otros, a través de la Marcha Patriótica. La aparición en el escenario político de estos feroces creyentes en la lucha de clases llevará a una radicalización de toda la izquierda colombiana.
Ante este panorama, hay dos opciones: jugarle a la polarización social y contraponerle a la izquierda una derecha igualmente recalcitrante; o, por el contrario, consolidar un verdadero centro progresista, capaz de recoger las aspiraciones populares dentro de un modelo de armonía y solidaridad social. Ese será uno de los grandes dilemas de las elecciones del 2014.
Díctum. Sería bueno que el país conociera los miles de millones en exenciones tributarias que recibió la Drummond durante el gobierno anterior.
Gabriel Silva Luján
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