Por: Rafael Orduz Medina
Se necesitan miles de sicólogas y sicólogos en la época del virus y del
posvirus
¿Que no se requieren sicólogas y sicólogos? Es y será una de las
profesiones más necesarias en los próximos años. La mayor ansiedad, de lejos,
ya, es la de la pérdida, real o temida, de las fuentes de ingreso de las
personas y sus familias. Más que el temor a caer víctima del virus letal.
Se ha hablado mucho de los vendedores ambulantes, de los empresarios
informales, de millones de personas que dependen, literalmente, de la calle, de
su presencia en la ciudad abierta, para ganar su sustento. El estado tendrá que
subsidiar con muchos más recursos a las familias más vulnerables.
Poco o nada se dice, sin embargo, del drama de millones de personas de
clase media que viven de su salario, con familia a cargo, que han transitado,
muchos de ellos, por la educación superior y que, de repente, se
encuentran abocados al terror del desempleo masivo. O de decenas de miles de
pequeños empresarios formales localizados, justamente, en cadenas productivas
asociadas a los sectores afectados.
No hay estrategias para mitigar la angustia y proteger la salud mental de
millones, condición básica para el bienestar de la sociedad y la recuperacion
económica.
La pandemia es, no cabe duda, un tema de vida y muerte que, tarde que
temprano, pasará. La angustia del desempleo en vastos sectores productores de
bienes y servicios, provocado por el impacto de aquella e proyecta, para
millones, en un túnel oscuro, sin luz del otro lado, que va más allá del paso
del covid 19. La paradoja es cruel: sobrevivir al virus, por un
lado y, sin embargo, saber que los ingresos personales y familiares se
desploman.
Sin llegar aún al pico, los datos de España, Italia y los Estados Unidos
que, parece, apenas está comenzando la curva ascendente, son de asombro.
Conectados como nunca, conocemos y sentimos, en tiempo real, los dramas
familiares, los de la muerte en soledad, de los hijos que no pudieron
despedirse de sus viejos, del personal médico y de las enfermeras y auxiliares
que, en su trabajo, dan su vida.
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No sabemos si la famosa curva en Colombia conseguirá aplanarse lo
suficiente para que el sistema de salud, saqueado por políticos y algunos
empresarios ladrones, no colapse
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No sabemos cómo transcurrirá la famosa curva en Colombia, si conseguirá
aplanarse lo suficiente para que el sistema de salud, tan maltratado y saqueado
por políticos y algunos empresarios ladrones, no colapse. Sí sabemos que las
medidas tomadas por la alcadesa Claudia López y las posteriores por parte del
presidente Duque (pese a la poca pertinencia ya sabemos quién en su gabinete),
están bien encaminadas y que fueron oportunas. Que el confinamiento es la
medida más adecuada. Es probable, sí, que la cuarentena dure, por lo menos, 40
días. Ya nos lo dirán las autoridades.
Tarde que temprano, sin embargo, la pandemia pasará.
El otro, el del desempleo de aquellos que estaban empleados, es el miedo
más atroz: sabíamos que había cambios profundos en el ámbito laboral; era
frecuente referirse al vertiginoso cambio provocado por la revolución en la
tecnología, la globalización de los mercados y el cambio climático. Que muchas
de las ocupaciones de hoy desaparecerían en pocos años, remplazadas por
trabajos nuevos. Que la inteligencia artificial y la ciencia de los datos, la
biotecnología, el internet de las cosas, seguirían trastornando los modelos de
negocios tradicionales y, por supuesto, la forma en que aprendemos. Que
educarse significa, ante todo, prepararse siempre para la adaptación al cambio,
para la reinvención constante.
Lo que no estaba en el presupuesto de nadie era el frenazo en seco, sin
aviso, de la producción en sectores ricos en la generación de empleo formal e
informal. Los meseros y cocineros de restaurantes, empleados y
contratistas de las aerolíneas y del transporte terrestre, los de los hoteles y
el panal de empresas colaterales, los de los espectáculos, sean musicales,
deportivos o religiosos, los de los miles y miles de almacenes de bienes de
consumo, sean de textiles y ropa, o de calzado, los docentes de las
instituciones educativas privadas que viven del “mes a mes”, los de las
inmobiliarias...
¿Quién compra vehículos en estos meses? En el caso de los ensamblados en el
país, ¿quién se atreve a producir autopartes e inventariarse en la
incertidumbre? La lista es larga...
Es claro que, una vez pase la pandemia, la economia volverá a prender
motores. No obstante, la composición del empleo no será la misma de antes. Solo
por poner un ejemplo, el uso de las líneas aéreas, destinos internacionales y
nacionales, y de diversos medios de transporte, tardará mucho en llegar a los
niveles del 2019, simplemente porque se desconoce aún si el virus seguirá
dispuesto a asaltarnos de nuevo, o qué tipo de reincidencia pueda tener en el
invierno próximo, o porque el cuento de las vacunas se demora. Añádase la cadena:
hoteles, turismo... Todos necesitamos alimentarnos a diario. Sin embargo, es
probable que los restaurantes se demoren en despegar y que los servicios a
domicilio y los rappitenderos desplacen a los meseros.
Las personas afectadas por el desempleo están viviendo un infierno. Hay
pocos espacios para que sean escuchadas. Del miedo al pánico hay pocos pasos,
potenciado en el confinamiento. Una dimensión corresponde a las indispensables
soluciones económicas, con seguridad complejas. Otra, urgente, a la atención
sicológica.
Estado y grandes empresas, de la misma forma en que buscan proveer de
elementos como los ventiladores y las mascarillas para atenuar el impacto y el
riesgo de la pandemia, deberían comprender que la salud mental de millones de
personas está en juego y promover programas inmediatos de atención.
Sí, definitivamente se necesitan miles de sicólogas y sicólogos en la época
del virus y del posvirus.
Reflexiones al tema pensiones
Twitter: @orregojj
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