Hitler, Xi Ping, Putin y Trump: cuatro ejemplos de autoritaristas que no debemos seguir.
Los
líderes plurales, constructivos, incluyentes, mesurados y objetivos están
perdiendo espacios. La construcción de consensos donde muchos ceden en función
de construir un mejor futuro están pasados de moda. Las conspiraciones, los
enemigos ficticios, las causalidades mal intencionadas y la idea de que todo lo
malo que ocurra es consecuencia de un malévolo plan –y no de la mala suerte–
parecerían estar al orden del día.
A largo de la historia, las crisis macroeconómicas dejan los
sistemas políticos expuestos a que sus líderes acaparen para ellos el poder y
que la sociedad quede a merced de sus caprichosos estados de ánimo. Por esto es
oportuno repasar los libros de historia y recordar lo peligrosas que son estas
prácticas mal habidas.
Las emblemáticas revoluciones en Francia, Rusia y China son las
más documentadas. En todas ellas se vivieron trágicas persecuciones, muchos de
sus más notables ciudadanos fueron ejecutados y se derramó sangre al máximo.
Esa fue la materialización del lenguaje destructivo y de las conspiraciones
tóxicas inventadas por sus caudillos.
El nacimiento de la Alemania Nazi es el mejor ejemplo sobre cómo
utilizar la narración de falsas amenazas como mecanismo para concentrar el
poder o manipular el electorado.
Goebbels y Goering entendieron como nadie el
poder de los símbolos para unificar un pueblo hastiado de promesas incumplidas.
Los alaridos descontrolados que anunciaban la conspiración comunista necesitaban
como escenario un símbolo: el Reichstag ardiendo.
El miedo fue esencial para
depurar el sistema de opositores y la concentración del poder en manos de
Hitler. Marinus Van der Lubbe fue el chivo expiatorio que personificó la
amenaza comunista. Todo un montaje, todo mentiras, pero les sirvió para
transformar el mundo.
Los
líderes autoritarios con frecuencia utilizan la construcción de amenazas para
poder implementar sus estrategias. El recientemente aclamado presidente del
partido comunista chino, Xi Jinping, ha demostrado ser un genio en estas
argucias.
Su lema: la corrupción política es la más destructiva de todas las
corrupciones. Esa fue la herramienta a través de la cual eliminó a sus
principales opositores y con la que mantiene en jaque a todos los demás
miembros del partido. Tanto es el poder actual de Xi, que los medios
internacionales ya se refieren a él como el nuevo emperador.
Las estrategias de Putin no son muy distintas: el nuevo Zar
acaba de ser reelegido. La constante remembranza del trascendental y definitivo
triunfo ruso sobre los Nazis se conmemora una y otra vez para elevar la moral
de su pueblo. Los rusos dicen que Occidente –con su limitada y falaz narrativa
de la historia de la segunda guerra– les ha robado su gloria, les ha tratado de
imponer sus valores y les ha tratado de dividir su madre patria. Por esto la
reunificación de Crimea y las sistemáticas y contundentes acciones contra sus
opositores han hecho de Putin otro emperador.
En Estados Unidos, afortunadamente protegido hasta el momento por su sistema de
pesos y contrapesos con una justicia independiente, la guerra contra las drogas
vuelve a la palestra. La traqueteada estrategia electoral de Nixon para
perseguir a sus opositores afroamericanos y jóvenes mariguaneros vuelve a ser
usada con sonoros anuncios de ejecuciones a los traficantes de droga. La
amenaza externa de una guerra nuclear por parte de Corea del Norte e Irán
vuelven a concentrar entidades claves en los elementos mas bélicos de la
sociedad estadounidense.
El
mundo multilateral, levantado en torno a instituciones, pesos y contrapesos,
límites a los poderosos, la relativa igualdad y participación de todos los
países en el concierto de naciones, con promoción a la competencia y sistemas
de resolución de conflictos por medios pacíficos que tanto progreso le ha
traído a la humanidad, y que es el gran legado de los pensadores liberales,
está claramente amenazado.
Las crecientes expectativas de las nacientes clases medias no
están pudiendo satisfacerse a la velocidad que la gente aspira. Las
disrupciones que la robotización de la manufactura ha traído al mercado
laboral, la desproporcionada influencia de los millonarios en la política y la
creciente desigualdad han menoscabado la confianza de la gente.
Pertenecer a grupos, iglesias, pandillas, logias, clanes, mafias
o partidos políticos radicales parece ofrecerles a sus miembros mayor seguridad
y tranquilidad mental, que lo que el individualismo liberal les exige. Y por
eso el hombre responsable, autónomo, que rinde cuentas y asume las
consecuencias de sus actos se siente tan desprotegido por los manoseados
sistemas judiciales. La arbitrariedad administrativa y los pendencieros
políticos por los que las mayorías se están inclinando, están haciendo de este
un mundo regido por hombres poderosos. Por emperadorcitos de todos los sabores
y tamaños.
Dios nos proteja de no revivir la historia.
Reflexiones al tema pensiones
Twitter: @orregojj
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