Es
importante emprender en serio y en profundidad el camino de las reformas.
Última
columna del año. Y de la década. Quedan atrás diez años difíciles con un logro
muy importante que fue el acuerdo con las Farc para poner fin al conflicto
armado. En lo político, la polarización hizo y continúa haciendo estragos. En
el primer período del presidente Santos, a la economía le fue muy bien; el
segundo fue de ajuste ante la caída pronunciada del precio internacional del
petróleo. Los indicadores sociales evolucionaron favorablemente hasta 2017;
después se estancaron.
El
año no termina bien. El paro del 21 de noviembre y las marchas destaparon la
olla a presión del descontento. Especialmente de los jóvenes que, con razón, se
preocupan por su futuro. Y, como en Chile, la desigualdad saltó al primer punto
de la agenda nacional. Algo que el Gobierno no ha comprendido bien porque
insistió en una reforma tributaria (escribo esta columna antes de conocer la
suerte final de la reforma en el Congreso) que no se enfoca precisamente en la
equidad y simplemente coloca unas curitas costosas en las heridas, como las de
los tres días sin IVA, su devolución a los más pobres y la rebaja de la
cotización de salud a los pensionados de salario mínimo.
Las
reformas económicas deberían enmarcarse no solamente en los asuntos
coyunturales, sino en una perspectiva de más largo plazo. En este sentido es
oportuno entrar en la nueva década. Y analizar la forma como se está
proyectando el futuro.
El mundo cambió en estas dos primeras décadas del siglo. Esos
cambios van a impactar muy profundamente las economías. Es lo que está
ocurriendo, por ejemplo, con la demografía. El acelerado crecimiento de la
población fue la norma del siglo XX, pero, en estos tiempos, los censos están
mostrando que esta tiende a estabilizarse e incluso a contraerse.
Como lo explica un artículo de Foreign Affairs de mediados de este año, “los
gobiernos estaban preparados para enfrentar el desafío de una población en
expansión y no el de una población que envejece y se contrae”. El capitalismo,
además, “es un sistema particularmente vulnerable a un mundo de en el cual la
población no crece o lo hace muy lentamente” (The Population Bust: Demographic
Decline and the End of Capitalism as We Know It, 12 de agosto de 2019).
El censo en el país modificó las proyecciones de crecimiento del número de colombianos.
La tasa de natalidad cayó, lo mismo que la de mortalidad. La población va a
crecer porque las personas van a vivir más tiempo, no porque haya más
nacimientos. Los viejos van a ser más que los jóvenes. Esto va a afectar la
demanda de los hogares y el crecimiento de la economía. Como bien se sabe, los
jóvenes demandan más bienes que los viejos. Estos últimos requieren más
servicios de salud, que, a su turno, son más costosos. Y, obviamente, ingresos
durante más años, lo cual presionará el sistema pensional.
En estas circunstancias es difícil esperar que la economía mundial avance a
ritmos altos de crecimiento. Esto va a impactar las exportaciones de un país
como Colombia, el crecimiento del PIB y el empleo. Será necesario, entonces,
abrir nuevamente la economía, promover la competencia, mejorar el capital
humano y aumentar dramáticamente la productividad en las zonas rurales y
urbanas. Todo lo cual requerirá inversión, pública y privada. Es decir, elevar
el recaudo tributario y hacer atractiva la inversión privada mediante reglas de
juego claras y estables.
De ahí la importancia de emprender en serio y en profundidad el camino de las
reformas. Los remiendos, que tanto gustan a los políticos y a los gremios, no
sirven. Sería además la manera de tranquilizar a los jóvenes, de infundirles
esperanza respecto a su futuro.
Feliz Navidad y feliz década.
CARLOS CABALLERO ARGÁEZ
Reflexiones al tema pensiones
Twitter: @orregojj
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