FECHA: 7 de febrero de
1948, una marcha silenciosa encabezada por el líder JORGE ELIECER GAITAN. Reproducimos el
conmovedor discurso de Gaitán, tan relevante hoy como entonces.
Señor Presidente Mariano Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.
En todo el día de hoy, Excelentísimo
señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene
precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas las
latitudes —de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies— han llegado a
congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la
irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa
multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo
grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la
emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más
poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados
a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: Aquí no se oyen
aplausos: ¡Solo se ven banderas negras que se agitan!
Señor Presidente: Vos que sois un hombre
de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un
partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar
la emoción en su silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien
comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar
bajo el estímulo de la legítima defensa.
Ninguna colectividad en el mundo ha dado
una demostración superior a la presente. Pero si esta manifestación sucede, es
porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay un partido de orden
capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que
las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general.
No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque
ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los
vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado
de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a
nuestros hombres villanamente asesinados.
Señor Presidente: Serenamente,
tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que
llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha
dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende
ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en
su ciega perfidia. Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio
de vuestra voluntad.
Amamos hondamente a esta nación y no
queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre
hacia el puerto de su destino inexorable.
Señor Presidente: En esta ocasión no os
reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria
no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os
pedimos hechos de paz y de civilización!
Nosotros, señor Presidente, no somos
cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en
este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la
paz y la libertad de Colombia!
Impedid, Señor, la violencia. Queremos
la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de
esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del
pueblo para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está
enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones
solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras
esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a
vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!
Os decimos finalmente, Excelentísimo
señor: bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz
no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio.
¡Malaventurados los que en el gobierno
ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su
pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas
de la historia!
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