POR. José Jaramillo Mejía
Existen clases sociales altas, medias y bajas; y otra fuera de categoría.
Desde cuando el mundo es mundo han existido grupos sociales de distintas categorías, señaladas estas por quienes han detentado el poder social, económico y político, adquirido inicialmente por la fuerza bruta y después por la astucia, en la medida que se ha desarrollado el intelecto.
El homo sapiens ha encontrado la forma de superar al animal, o primario, para apoderarse del gobierno de las comunidades; a tal punto, que los guerreros, con sus armas en la mano, terminan sometidos al bla-bla-bla de los intelectuales, a los encantos de su elocuencia y a los alamares de sus atuendos de fantasía.
Y hasta los ricos se acogen a los designios de los políticos, porque manejar montoneras es poco agradable y al fin y al cabo ellos saben que “el que pone la plata pone las condiciones”.
Y hasta los ricos se acogen a los designios de los políticos, porque manejar montoneras es poco agradable y al fin y al cabo ellos saben que “el que pone la plata pone las condiciones”.
Los gobernantes son poderosos porque el capital los encumbra y los sostiene. Así han funcionado las cosas, con distintas denominaciones a través del tiempo, hasta llegar a la democracia, sistema con el que los astutos adalides han convencido al “pueblo intonso, pueblo asnal” de que él es el que manda.
Existen clases sociales altas, medias y bajas; y otra fuera de categoría que sobrevive porque “mi Dios es muy grande”.
Por eso los líderes emergentes echan mano de los pobres para ganar posiciones en la política y llegar al poder, porque son más numerosos y ganar sus votos sale más barato.
Los caudillos populares, que provienen “de las entrañas del pueblo”, como predican ellos para conmover a las masas, saben que nada hacen echando discursos demagógicos en los barrios de los ricos, frente a los clubes sociales y en las esquinas de los sectores donde funcionan las grandes organizaciones financieras y los conglomerados industriales. No.
El “negocio” está en los barrios deprimidos, en los alrededores de las plazas de mercado, en los sectores donde corren de huida de la policía los comerciantes informales y se tongonean las trabajadoras sexuales; donde hay huecos y vías taponadas por la desidia de las administraciones; en las colas de las EPS y en las marchas de trabajadores que reclaman mejores salarios.
En esos lugares es donde los políticos populistas proclaman la lucha de clases, contra “los mismos oligarcas que han dominado”. Y, curiosamente, siempre invocan los mismos apellidos: López, Santos y Lleras.
jaramillo.mejia@hotmail.com
Reflexiones al tema pensional
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