Por: Mauricio Botero Caicedo
Utilizar un desfile hipotético como alegoría para
ilustrar la monstruosa inequidad del sistema pensional colombiano es oportuno.
La alegoría no es cosecha de quien escribe esta nota, sino la creación del
recientemente fallecido economista holandés Jan Pen, denominada el Desfile de los
enanos.
En nuestro desfile, cuya duración sería seis horas
y tendría lugar en el ‘Autódromo de Tocancipá’, asumimos que el colombiano
medio mide 1,6 metros y su ingreso promedio anual (de acuerdo con cifras del
Economist) es de $13’500.000 (US$7.500). Para resaltar las diferencias de
ingresos, en vez de billetes, utilizaremos variaciones en la altura promedio de
1,6 metros; y el tiempo que duren los pensionados desfilando representa el
número relativo, de cada grupo, en el total de los participantes.
De las 4’630.100 personas en edad de pensionarse, arrancan el desfile
los 3,3 millones de colombianos que no tienen pensión. Los ingresos de estos
desdichados no pasan de los $50 mil mensuales, menos de un dólar diario, siendo
sus entradas 22,5 veces menores que el colombiano medio. Por ende, su tamaño
relativo es de sólo siete centímetros, la mitad de una botella de gaseosa. De
las ‘Seis Horas’, este grupo va a desfilar durante cuatro horas y diecinueve
minutos.
Los espectadores, extenuados de ver estos diminutos compatriotas, y
faltando una hora y 41 minutos para finalizar el evento observan que se une al
desfile un grupo de 1’300.000 personas cuya pensión promedio ronda el salario
mínimo, es decir, $550 mil mensuales, $6’800.000 al año (US$3.778). Al ser el
ingreso de estos pensionados la mitad del ingreso promedio del colombiano, su
estatura es sólo 80 centímetros (el tamaño de un niño pequeño).
Quedando sólo dos minutos con 22 segundos, la emoción invade el Autódromo
cuando entran en pista los más favorecidos (en su totalidad compuestos por
funcionarios de nivel alto del Estado), cuyas pensiones rondan los $3 millones
mensuales, o sea $36 millones anuales. Estos afortunados, cuyo número es
27.000, miden cuatro metros y 27 centímetros (la altura de una casa de dos
pisos) desfilan durante dos minutos y cinco segundos.
Con sólo 17 segundos para terminar el desfile empiezan a pavonearse,
ante los delirantes aplausos de todos los asistentes, los verdaderos
privilegiados de esta nación: los exrepresentantes, los exsenadores y los
exmagistrados que, indistintamente cuánto tiempo hayan permanecido en sus
cargos, disfrutan a los 60 años de jugosas pensiones, cuyo promedio anual es
$167 millones, pensión que es 12,4 veces mayor que el ingreso promedio del
colombiano. Estos gigantes miden veinte metros cada uno (equivalente a un
edificio de ocho pisos) y al ser sólo 3.000 privilegiados, galopan raudos y
veloces en escasos 13 segundos.
El plato fuerte (los auténticos ‘cacaos’ del sistema pensional) vienen
de último y sólo duran 4,2 segundos recorriendo el trayecto. Su número es
cercano a las 100 personas y está compuesto por los expolíticos y exmagistrados
que con base en argucias, triquiñuelas y otras oscuras maniobras han logrado
elevar sus pensiones a cerca de $30 millones mensuales, $360 millones anuales.
Estos ingresos, 26,7 veces mayores que las del colombiano medio (60 veces más
que la pensión mínima), los coloca a una altura de 42,7 metros (la altitud de
un edificio de 17 pisos).
Los espectadores están anonadados: en seis horas han visto pigmeos de 15
centímetros y gigantes de 43 metros. Para el economista argentino Martin
Lousteau, “ahora se entiende por qué a algunos les cuesta tanto ver lo que pasa
allá abajo…”. La inequidad para los ‘gigantes’ pasa inadvertida porque desde un
piso 17 es casi imposible distinguir un gnomo de 15 centímetros. ¿Habrá,
lector, un sistema pensional más inequitativo que el colombiano?
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