La revocatoria del congreso, promovida por un parlamentario, parece más una actividad para ganar adeptos que una encaminada a solucionar problemas estructurales de nuestra democracia.
Si no fuera porque es el mismo congreso quien, en últimas, decide si se puede revocar, podríamos pensar que nos encontramos frente a un hecho político con consecuencias. En vista de que no es así, queda pensar que se trata de promover políticamente a quienes lo proponen, utilizando su evidente desprestigio. Puede ser un objetivo imposible, pero popular. Un “Caballito de batalla”.
Luego de lo ocurrido con los congresos anteriores y el desfile de parlamentarios por las cárceles, el congreso llegó a sus niveles más bajos de credibilidad. Eso pensábamos hasta que pasó lo que pasó con la fracasada reforma a la justicia, seguramente la más importante tarea que debía acometer en el presente.
El editorial de El Espectador el pasado viernes se refirió a lo que muchos ciudadanos observan como la manera en que el congreso se convirtió en “apéndice del gobierno”, cuestionando, con razón, la ausencia de iniciativas parlamentarias. Se recoge así la percepción de amplias capas de la población que manifiestan su desencanto con la gestión del congreso, encontrándose, en el fondo, un problema mayor: la pérdida de credibilidad en la política y en las instituciones de gobierno.
¿De qué manera ocurre esa contradicción entre un inmenso sentimiento popular que califica como negativa la gestión del congreso mientras que, reiteradamente, sigue votando por él con niveles de participación entre el 40% y el 50%? La respuesta no es difícil: no hemos desarrollado otras formas de participación, establecidas por la Constitución, diferentes a la electoral y esto afecta no solo el funcionamiento del congreso si no el del Estado en su conjunto.
La descentralización, por ejemplo, sin participación ciudadana ha funcionado pero de manera limitada. Otro tanto ocurre con la gestión pública, en que la vigilancia de la ciudadanía es casi nula, debiendo ser reemplazada por los medios de comunicación que, en buena hora, ejercen ese tipo de control.
La participación ciudadana debe ser mejor reglada promovida y estimulada con recursos. No debemos olvidar que es una columna de la Constitución y su ámbito no es solamente jurídico, tal y como muchos hasta ahora, parecen entender. Dicho de otra manera, el mundo de lo público, lo político, no puede reducirse al congreso. De eso se trata nuestra Constitución.
Por cuenta de la participación reducida a lo electoral, hemos asistido en el pasado reciente a varios “picos” en el divorcio entre política “típica” y opinión pública. El deterioro de los partidos puede verse desde esa óptica y también el surgimiento de “movimientos ciudadanos” que tratan de recoger el desencanto para luego caer en las mismas conductas que antes cuestionaron, lo cual es natural en cuanto el problema se encuentra en la raíz y no en “las ramas”.
Resulta por lo menos significativo que, a pesar del aumento en la oferta electoral, ciudades en que la gente está “mejor informada”, como Bogotá, donde el voto es más independiente, registraron una participación hasta 10% por debajo del promedio nacional, asuntos que no pueden pasar desapercibidos para nuestro ministro del interior, uno de los promotores de la séptima papeleta. Por cierto, en esa ocasión el congreso se revocó y las cosas realmente han cambiado, desafortunadamente, para empeorar.
Desde otro punto de vista, el de la política del día a día, el unanimismo del congreso puede ser considerado como un caso de “éxito” político para la coalición de gobierno. Es, en todo caso, mejor gobernar con mayorías en el congreso que sin ellas, aunque la gobernabilidad no esté reducida al parlamento o a la representatividad que puedan tener líderes de opinión, aunque muchos piensen así.
Los promotores de la revocatoria del congreso, entre ellos un congresista, han conseguido las firmas necesarias para comenzar el proyecto. Se trata, evidentemente, de otro caso de éxito si se tiene en cuenta que las 200.000 firmas conseguidas ya multiplican, casi por 5, los 44.800 votos que alcanzó para ser elegido.
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