miércoles, 30 de septiembre de 2015

Fronteras interiores y conflicto

elespectador.com, SANTIAGO MONTENEGRO 27 SEP 2015 


Santiago Montenegro
A diferencia de otros países, en Colombia seguimos desde hace dos siglos con nuestro proceso de colonización interior.

El censo agrícola que acaba de publicar el DANE señala que un 50 % de nuestro país está aún cubierto de bosques y selvas, otro porcentaje considerable tiene una densidad de población muy baja y existen también grandes áreas montañosas muy escarpadas, cubiertas de bosques y escasamente pobladas. La película Colombia Magia Salvaje, de gran éxito artístico y comercial, es una excelente muestra visual de una parte de nuestras fronteras interiores.
A diferencia de otros países de la región, que también cuentan con selvas y montañas, en Colombia muchos centros urbanos se enfrentan con las fronteras en varias direcciones y a muy corta distancia. En otras partes no sucede lo mismo. Chile, por ejemplo, tiene a los Andes en su costado oriental y durante el invierno esas montañas son prácticamente inhabitables. Las selvas del Perú están también situadas solo al oriente y la franja costera occidental es un desierto, al igual que sus Andes majestuosos. Algo parecido sucede con las selvas de Bolivia, situadas al oriente, y con sus imponentes montañas que son unos peladeros interminables.
Desde el punto de vista de la gobernabilidad, el punto crucial a entender es que, en países con territorios geográficamente amigables, existen economías de escala en la provisión de bienes públicos, como seguridad y justicia. En dichas condiciones, el costo per cápita de proveer seguridad cae con el aumento de la población, lo que facilita que el Estado tenga el monopolio de la fuerza legítima. En países con las condiciones territoriales como la nuestra, se alcanza un punto en que, dados los activos existentes del Estado, en lugar de caer, el costo por persona de proveer los bienes públicos sube y puede alcanzar un punto en donde el Estado deja de contar con el monopolio de la fuerza.
No es de sorprender, entonces, que la mayoría de las veces las fronteras interiores sean también zonas de conflicto, como lo fue la expansión de la frontera hacia el oeste, durante el siglo XIX, en los Estados Unidos, o como fue la larga y violenta confrontación del Estado chileno contra los araucanos. Por supuesto, estas condiciones pueden agravarse cuando un Estado ha sido históricamente débil, como el nuestro, o cuando en zonas de frontera y colonización aparecen tecnologías que proveen recursos a grupos rebeldes o delincuenciales. En países con altos aranceles a las importaciones, el contrabando es una de estas fuentes, pero en el caso de Colombia el narcotráfico ha sido desde hace más de 30 años una fuente casi inagotable de recursos a todo tipo de grupos al margen de la ley.
Estas han sido las verdaderas condiciones objetivas que explican el largo conflicto interno de nuestro país. Por supuesto, la pobreza y la desigualdad pueden agravar los conflictos, pero si la explicación fuese sólo estas condiciones o unas élites malvadas, como argumentan algunos, toda América Latina habría estado siempre poblada de violencia armada.
Para el posconflicto, es necesario extender servicios sociales a las zonas de colonización, pero es crucial comprender también que las peores violaciones a los derechos humanos se producen cuando un Estado es débil y no es capaz de asegurar el monopolio de la fuerza legítima. Este es el verdadero reto que enfrentamos los colombianos para alcanzar la paz.
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