La economía ha entrado en un estado crítico. El tipo de cambio se devaluó 20% en dos meses, en enero las exportaciones cayeron 40%, en febrero la inflación regresó a índices mensuales de 1% y el desempleo de 10%, el salario real desciende y la producción industrial y las ventas del comercio se desploman.
Este panorama es la consecuencia de un déficit en cuenta corriente que se gestó durante 10 años, primero por la quintuplicación de las importaciones, y ahora por la caída del 50% de los precios del petróleo.
Durante varios años alerté que la economía colombiana evolucionaba dentro de una gran vulnerabilidad externa ocasionada por la prioridad de la minería y el petróleo, así como por la revaluación que quintuplicó las importaciones en 10 años. Reiteradamente advertí que la confluencia de las excesivas importaciones y la caída inevitable de los precios de los productos básicos, en particular del petróleo que no podía mantenerse con cotizaciones tres veces por encima de los costos, se manifestaría en un déficit en cuenta corriente de 6% del PIB, sin duda el más alto del mundo. Recordé cómo los países que llegaron a situaciones similares, como Colombia en 1999, Estados Unidos en 2008 y Europa periférica en 2010 se precipitaron en colapso.
Hasta ahora, ante el deterioro generalizado de los indicadores de la economía, se está entrando en razón. Algunos analistas cercanos al Gobierno han advertido que la temida cifra llegó al país y reconocen sus consecuencias destructivas. Sin embargo, no han avanzado en explicar las causas que llevaron a semejante estado ni en las formas de superarlo.
El cuantioso déficit en cuenta corriente constituye un estado de desequilibrio que se aparta de los comportamientos convencionales. La macroeconomía dejó de regularse por la tasa de interés y pasó a ser determinada por la balanza de pagos. De un lado, la escasez de divisas devalúa el tipo de cambio, eleva la inflación y sube la tasa de interés. De otro lado, la contracción de la demanda reduce la actividad productiva y el empleo. La economía está expuesta simultáneamente a presiones inflacionarias y recesivas. La política monetaria no tiene ninguna capacidad para conciliarlas. El alza de la tasa de interés de referencia acentúa las tendencias recesivas y la baja dispara la devaluación y la inflación.
Por lo demás, el tipo de cambio no tiene la capacidad regulatoria sobre las exportaciones y las importaciones que le atribuyen los libros de texto y los organismos internacionales. Su incidencia se ha visto mermada por las retaliaciones mundiales y los tratados de libre comercio. En Colombia, la cuantiosa depreciación de los últimos seis meses no evitó el desplome de las exportaciones. En la experiencia reciente de Europa y Brasil, el ajuste del déficit en cuenta corriente se da por la demanda, la producción y el salario real.
El país ha llegado a una situación de crisis por la falla del modelo económico. La economía se montó dentro de una estructura de importaciones que se quintuplicaron en 10 años y de precios de los minerales y el petróleo que triplican los costos históricos. Como era previsible, el andamiaje se vino abajo dejando el sistema seriamente averiado. Siguiendo la costumbre, las autoridades se aprestan a corregir los estragos con las mismas ideas y políticas que los causaron. El dilema del Banco de la República se reduce a subir o bajar las tasas de interés, y ninguna de las dos opciones resuelve nada. El origen de la crisis es más de las cuentas externas que financiera. Lo que se plantea es una modificación drástica del modelo económico; hay que intervenir el tipo de cambio, revivir los aranceles, racionar la inversión extranjera, renegociar los TLC y poner en práctica lo más pronto posible una política industrial y agrícola.
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