domingo, 23 de septiembre de 2012

Arriba los de abajo!



José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

La humildad es una virtud que confiere a la persona majestuosidad y belleza.
Un joven le dijo a su padre: "Papá, cuando yo sea grande quisiera ser como vos".
-Y ¿por qué hijo?  -"Para tener un hijo como yo".

¿Por qué una persona engreída, presumida, altanera provoca tanto rechazo y antipatía? Los prepotentes son insoportables independientemente del acierto de sus actuaciones. Puede que sean brillantes pensadores, extraordinarios deportistas o cualificados artistas, pero si son jactanciosos se vuelven insufribles.

Los engreídos caen mal porque se apropian de una gloria que no les pertenece. Se endiosan como si fueran seres superiores y esto es algo intolerable. Nadie duda de la intrepidez, valor y sagacidad que caracterizó al joven Alejandro Magno, por ejemplo, pero cuando se quiso atribuir un culto semejante al de un dios, proskynesis, siendo un hombre normal, sus soldados lo comenzaron a aborrecer. Por soberbia mató en una fiesta a Clito, su mejor amigo, porque le mostró su indignación por su carácter despótico. Este asesinato jamás se lo pudo quitar de su conciencia.

Los engreídos caen mal porque todos los hombres compartimos la misma dignidad humana y una actitud displicente o despectiva, hiere. El liderazgo se debe ejercer en actitud de servicio, no de dominio o de altanería. El desprecio es una ofensa que lastima y deja sus resquemores. Los engreídos no sólo son aborrecidos por los hombres, sino también por Dios que "resiste a los soberbios, pero a los humildes da su gracia" (Sant. 4,6). 

La humildad por el contrario, es una virtud que confiere a la persona majestuosidad y belleza. Este domingo vemos al grupo de los apóstoles que van discutiendo de camino sobre quién de ellos sería el más importante. Jesús los llamó y les dijo: "Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos" (Mc. 9,35).  Acto seguido llamó a un niño y lo puso como ejemplo, porque "quien no se haga como niño, no podrá entrar en el reino de los cielos" (Mt. 18,4).

El humilde goza de libertad interior porque no anda tratando de aparentar lo que no es, ni sufre por tener que gastar más de lo que no tiene. Reconoce sus errores y aprende de ellos, se libra de la susceptibilidad que roba la paz interior. La humildad nos ayuda a reconocer los dones recibidos de Dios y de los hombres. Sabe agradecer los favores y servicios recibidos. Se alegra con los triunfos de los demás y se compadece del que sufre una desgracia. "El que se ensalza, será humillado, pero quien se humilla, será ensalzado" (Mt. 23,13). ¡Qué hermosa jaculatoria la que nos enseñaron nuestras abuelitas: "Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo".

twitter.com/jmotaolaurruchi

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