Por: Pablo Felipe Rpbledo
Esta sentencia nos
sacudió la semana pasada: “Colombia se percibe como el país más corrupto del
mundo”. Sin embargo, esa conclusión no era de Transparencia Internacional como
se dijo inicialmente, sino de la página web US News.
Ahora bien, lo que sí
dijo Transparencia Internacional (Capítulo Transparencia por Colombia),
organización seria y atinada, es muchísimo más grave: “La corrupción en
Colombia es un fenómeno estructural y sistemático que está presente en la
gestión pública nacional, municipal y departamental”. Un ranking de percepciones es falto de información y
está plagado de sesgos, imprecisiones y subjetividades, pero lo que sí dijo
Transparencia por Colombia está basado en un juicioso estudio sobre la
situación del país (“Así se mueve la corrupción. Radiografía de los hechos de
corrupción en Colombia 2016-2018”).
Digámoslo de una forma
más sencilla. Afirmar que “la corrupción en Colombia es un fenómeno estructural
y sistemático” significa, nada más ni nada menos, que en nuestro país ningún
sector, ni el público ni el privado, se salva de ser altamente propenso a ella,
que la tenemos interiorizada en nuestro ADN, que somos una sociedad corrupta y
que llegamos a ese punto por no haber hecho algo realmente importante para
combatirla y evitarla. Ni este gobierno, ni el anterior, ni el de más atrás.
Ninguno.
A quienes hemos
dedicado años de la vida a combatir, desde la institucionalidad, la corrupción
pública, privada y empresarial, esto es algo que nos duele, que se nos clava en
el corazón. Nos hace pensar, incluso, que hemos desperdiciado nuestro tiempo y
energías en una causa perdida: ganarles la guerra a la corrupción y a los
corruptos.
Pero lo más
preocupante no es eso. Lo realmente indignante es que, por cuenta de la
corrupción, día tras día, este país pierde la posibilidad de generar el
desarrollo económico y social que demanda para abandonar el subdesarrollo y así
lograr que su gente viva mejor.
Con independencia de
si somos o no el país más corrupto, lo cierto es que sí estamos dentro de los
más corruptos. Eso lo sabemos y lo saben los ciudadanos, quienes indignados lo
empiezan ya a protestar en las calles y urnas.
Lo que está pendiente
es una verdadera política de Estado que nos permita entender que todo es
aplazable, pero no la lucha frontal contra la corrupción.
Me da pena, pero la
corrupción no se combate con buenas intenciones y menos con buenos discursos.
Un país honesto se consolida a través de la convicción íntima de los ciudadanos
de querer hacer bien las cosas, de la interiorización de unos valores y del
desprecio por unos desvalores, pero también, y ello es vital, del ejemplo, el
cual debe empezar por el Estado y sus funcionarios, a través de una verdadera
política pública.
No sé si seamos o no
el país más corrupto del mundo, pero mientras sigamos haciendo lo mismo,
siempre seremos firmes candidatos para ganar ese deshonroso trofeo y vivir en
el mismísimo subdesarrollo. Con independencia de cualquier ranking, lo único cierto es que nos comió la
corrupción.
Reflexiones al tema
pensiones
Twitter: @orregojj
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